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Ella subió al coche y consultó el cronómetro.

—Se eleva doce horas antes de la Marea Estival Máxima. Todavía faltan veintisiete horas. Podemos llegar allí en un día de Dobelle. Tenemos suficiente tiempo.

Rebka cerró la puerta del coche.

—Me agrada tener suficiente tiempo. Vamos.

—Está bien. —Darya le sonrió—. Tú has visto más de Sismo que yo. ¿Qué crees que ocurrirá aquí durante la Marea Estival?

Rebka inspiró profundamente. Aunque ella trataba de ser amable con él, se notaba que suponía que estaba tenso e intentaba calmarlo. Y lo peor era que tenía razón. Estaba demasiado tenso. No podía explicárselo…, salvo por el hecho de que había sido engañado una vez en Sismo, al suponer que algo era inofensivo cuando no lo era. No quería que volviese a ocurrirle. Cada nervio de su cuerpo le exhortaba a alejarse de Sismo, pronto.

—Darya, me encantaría intercambiar impresiones sobre la Marea Estival. —No estaba molesto porque lo había atrapado, se dijo; estaba impresionado—. Preferiría hacerlo cuando estemos en el Umbilical, encaminados hacia la Estación Intermedia. Puedes pensar que soy un cobarde, pero este lugar me asusta. Así que si te apartas un poco y me permites sentarme frente a esos controles…

18

Marea estival menos cinco

La Nave de los Sueños Estivales estaba bien oculta.

La Depresión Pentacline era el rasgo más visible sobre la superficie de Sismo. Con ciento cincuenta kilómetros de ancho, desbordante de una densa y brillante vegetación, podía verse a quinientos mil kilómetros de distancia en el espacio como una asteria de color verde pálido sobre la polvorienta superficie gris de Sismo. La Pentacline también era el sector más bajo del planeta. Sus cinco valles, que se irradiaban hacia arriba como brazos extendidos desde la depresión central, debían elevarse más de ochocientos metros para alcanzar el nivel de la planicie circundante.

La pequeña nave espacial había aterrizado cerca del centro del brazo norte de la Pentacline, en un sitio donde la densa vegetación era interrumpida por una pequeña isla plana de basalto negro. La nave había efectuado un descenso angular sobre el afloramiento, deslizándose hasta su misma orilla. Se hallaba oculta desde el aire por una vigorosa vegetación nueva. Apenas más grande que un coche aéreo, la Nave de los Sueños Estivales estaba protegida bajo una cubierta de hojas que alcanzaba los cinco metros. Se encontraba vacía, con todos sus sistemas sustentadores de vida apagados. Sólo la radiación residual del Propulsor Bose delataba su presencia.

Max Perry entró en la nave abandonada y miró a su alrededor con asombro. Su cabeza casi tocaba el techo, y todo el lugar no tenía más de tres metros de ancho. Con un solo paso iba de la compuerta principal a la diminuta cocina; con otro, se encontraba frente a la consola de controles.

Perry inspeccionó los monitores simples del panel, con sus veinticuatro interruptores e indicadores de colores brillantes, y meneó la cabeza.

—Esto es un maldito juguete. Ni siquiera sabía que se podía entrar en el Sistema Bose con algo tan pequeño.

—Se supone que no se puede. —Graves se mantenía bajo control. No se veía muy normal, pero había dejado de retorcer las manos y su rostro huesudo ya no bullía en un tumulto de emociones—. Fue construida como una pequeña embarcación turística, para dar paseos dentro de un mismo sistema. Los diseñadores no imaginaron que se le agregaría un Propulsor Bose y, por supuesto, nadie pensó jamás que sería utilizada para atravesar tantas Transiciones Bose. Pero así es Shasta… Los niños gobiernan el planeta. Las gemelas Carmel convencieron a sus padres. —Se volvió hacia J’merlia—. ¿Serías tan amable de decirle a Kallik que deje eso antes de que haga algo peligroso?

La pequeña hymenopt estaba sobre el mecanismo de mando de la nave. Había retirado la cubierta y espiaba el interior.

—Con gran respeto, Kallik dice que es lo opuesto de peligroso. Es consciente de que alguien tan ignorante como ella puede saber muy poco sobre algo tan complicado como el Propulsor Bose, pero está bastante segura de que la potencia de éste está agotada. No podrá volver a utilizarse. Es discutible que esta nave incluso pueda despegar para ponerse en órbita. Ella ya lo sospechaba, a juzgar por la débil señal que recibió la nave de su amo cuando inspeccionaba la superficie.

—Lo cual explica por qué las gemelas nunca abandonaron Sismo. —Perry se había vuelto hacia las pantallas y examinaba el diario de vuelo en la computadora—. También explica que hayan realizado un itinerario tan peculiar. Esto muestra una secuencia continua por el Sistema Bose que las trae hasta Dobelle y luego las lleva directamente a territorio zardalu en dos transiciones más; pero no lograron hacerlo sin una nueva fuente de potencia Bose. Pudieron haber recogido una en la Estación Intermedia, pero naturalmente no lo sabían. Por lo tanto, el único lugar del sistema que les quedaba era Ópalo. Claro que allí habríamos detectado su llegada de inmediato.

—Lo cual, por desgracia, no es el caso aquí. ¿Y entonces cómo las encontraremos? —Graves fue hasta la puerta y se asomó, haciendo sonar las articulaciones de sus dedos—. Me equivoqué, ¿saben? Supuse que, cuando hubiésemos encontrado la nave en que llegaron, habría terminado la parte difícil del trabajo. Nunca se me ocurrió que fuesen lo bastante arriesgadas como para abandonar la nave y vagar por el planeta.

—Yo puedo ayudar en eso. Pero, si las encuentra, ¿cómo se manejará con ellas?

—Déjeme eso a mí. Es un terreno en el que tengo experiencia. Somos criaturas condicionadas, comandante. Suponemos que lo que sabemos es sencillo, y nos resulta misterioso aquello que no sabemos. —Graves agitó un brazo flaco enfundado en negro hacia la Pentacline—. Para mí todo aquello es misterioso. Se encuentran ocultas en algún lugar allá afuera. ¿Pero por qué abandonarían la relativa seguridad que les brindaba esta nave para internarse en eso?

Lo que podía verse desde la nave era una maraña verde de frondosas enredaderas. Temblaban continuamente con los movimientos terrestres, produciendo la ilusión de estremecimientos nerviosos.

—Fueron allí porque pensaron que estarían a salvo y no podrían ser localizadas. Pero yo las encontraré. —Perry miró su reloj—. Debemos apresurarnos. Ya han pasado horas desde que dejamos el generador. J’merlia. —Se volvió hacia el receloso lo’tfiano—. Les prometimos llevarlos de vuelta al cabo de cuatro horas. Y lo haremos. Vamos, consejero. Yo sé dónde deben estar…, vivas o muertas.

Afuera de la nave, la atmósfera de la depresión estaba más cargada y agobiante, diez grados más calurosa que en la planicie. El basalto negro temblaba bajo sus pies, recalentado y palpitante como la piel escamosa de una enorme bestia. Perry caminó por el borde de la roca, examinándola con gran atención.

Graves lo siguió, secándose el sudor de la frente.

—Si espera ver huellas de pisadas, lamento desalentarlo, pero…

—No. Huellas de agua. —Perry se arrodilló—. Sismo posee muchos lagos pequeños y estanques. Los animales autóctonos se las arreglan bien, aunque consumen un agua que usted o yo no podríamos beber. Cuando las gemelas Carmel abandonaron su nave, debieron necesitar una fuente de agua potable.

—Quizá tuvieran un purificador.

—Sin duda… Agua potable en Sismo es un término relativo. Usted y yo no podríamos bebería, como tampoco Geni o Elena Carmel. —Perry deslizó la mano sobre una cuña dentada en la roca—. Si están con vida, deben tener agua cerca. No importa adonde fueran primero; deben haber terminado cerca de uno de estos afluentes. Aquí hay uno bastante grande. Hay otro por allí, pero esta roca tiene declive y nos encontramos en la parte más baja. Intentaremos con éste primero.

Perry descendió cuidadosamente por el borde. Graves lo siguió con una mueca al tocar el basalto. La temperatura de la roca era mayor que la del cuerpo; casi quemaba. Perry se alejaba con rapidez, deslizándose de espaldas sobre una ladera de treinta grados que atravesaba una cortina de enredaderas.