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El comunicador sonó. Max Perry no le prestó atención. Estaba sentado en su silla reclinada, mirando el cielo raso. Birdie sacudió su gastada chaqueta blanca, se inclinó hacia delante y leyó el brillante indicador.

Birdie hizo una mueca. El mensaje no colaboraría para mejorar el humor de Max Perry.

—El capitán Rebka se encuentra más cerca de lo que pensábamos, señor —le dijo—. En realidad abandonó Estrellado hace horas. Su coche aéreo debe de estar a punto de aterrizar en unos pocos minutos.

—Gracias, Birdie. —Perry no se movió—. Solicite que nos mantengan al tanto de las novedades.

—Lo haré, comandante. —Kelly sabía que había sido despedido por el momento, pero hizo como si no lo supiera—. Antes de que llegue el capitán Rebka debería echarle un vistazo a esto, señor. Lo más pronto que le sea posible.

Kelly apoyó una carpeta sobre la mesa de junquillos trenzados que había entre ellos. Luego volvió a reclinarse en su silla y aguardó. En su actual estado de ánimo, Max Perry no podía ser presionado.

Él techo de la habitación era transparente y se asomaba directamente al cielo de Ópalo, que como de costumbre estaba nublado. El emplazamiento había sido escogido con gran cuidado. Estaba cerca del centro de Sísmico, en una región donde las pautas de circulación atmosférica aumentaban la probabilidad de áreas despejadas. En ese momento había una breve apertura en las nubes, por la que se veía Sismo. Con su superficie a sólo doce mil kilómetros del punto más cercano de Ópalo, la esfera reseca ocupaba más de treinta y cinco grados del cielo como un gran fruto, gris violáceo y extremadamente maduro, suspendido como a punto de caer. Aunque desde aquella distancia parecía apacible, el oscuro limbo del planeta ya mostraba los contornos suaves que revelaban las borrascas de polvo.

Sólo faltaban treinta y seis días para la Marea Estival, menos de dos semanas oficiales. En diez días Perry ordenaría la evacuación de la superficie de Sismo, que supervisaría personalmente. En cada éxodo de los últimos seis años había sido la última persona en abandonar Sismo y el primero en regresar después de la Marea Estival.

Era una compulsión en Perry. Y, a pesar de lo que Rebka pudiese desear, Birdie Kelly sabía que Max Perry trataría de mantenerlo de ese modo.

La noche ya estaba avanzando sobre la superficie de Ópalo. Su sombra oscura pronto crearía la breve noche falsa del eclipse de Mandel sobre Sismo. Pero Perry y Kelly no lograrían verlo. La apertura entre las nubes se estaba cerrando rápidamente. Hubo un último destello de plata en el cielo: la luz que se reflejaba en la brillante Estación Intermedia y en la parte inferior del Umbilical. Y Sismo desapareció de la vista. Minutos después aparecieron las primeras gotas de lluvia sobre el techo.

Perry suspiró, se inclinó hacia delante y cogió la carpeta. Kelly sabía que el otro hombre había registrado sus palabras sin que realmente las escuchara. Pero Perry estaba seguro de que, si su mano derecha decía que debía revisarla de inmediato, tenía que haber una buena razón para ello.

La carpeta verde contenía tres largos sumarios, cada uno de los cuales era una solicitud para visitar la superficie de Sismo. No había nada extraordinario en aquello. Birdie había estado a punto de dar la aprobación de rutina después de examinar los planes de viaje… hasta que vio el origen de las solicitudes. Entonces supo que Perry tendría que verlos y que querría estudiarlos con detalle.

El comunicador volvió a sonar mientras Perry comenzaba a concentrarse en el contenido de la carpeta. Birdie Kelly echó un vistazo al nuevo mensaje y abandonó la habitación en silencio. Rebka estaba llegando, pero no era necesario que Perry estuviera en la pista para recibirlo. Birdie podía ocuparse de eso. Perry tenía suficientes preocupaciones con las solicitudes de visita. Ninguna provenía del interior del sistema Dobelle… En realidad eran de mundos del Círculo Phemus. Una pertenecía a la Cuarta Alianza; otra, a una remota región de la Comunión Zardalu, tan lejana que Birdie no había oído hablar de ella jamás; y otra, la más extraña de todas, había sido enviada por la Federación Cecropia. Eso no tenía precedentes. Hasta donde Birdie sabía, ningún cecropiano se había acercado nunca a años luz de Dobelle.

Y lo más extraño era que cada visitante deseaba estar en la superficie de Sismo durante la Marea Estival.

Cuando regresó, Birdie Kelly hizo algo que sólo reservaba para las emergencias. Golpeó la puerta antes de entrar. Aquello hizo que Perry le prestara atención de inmediato.

Kelly traía otra carpeta más y no estaba solo. Junto a él había un hombre delgado y humildemente vestido, que lo miraba todo con brillantes ojos oscuros y que parecía más interesado en los escasos muebles viejos que en el mismo Perry.

Sus primeras palabras parecieron confirmar esa idea.

—Comandante Perry, me alegra conocerle. Soy Hans Rebka. Sé que Ópalo no es un planeta rico. Pero sin duda su situación aquí debería justificar algo mejor que esto.

Perry dejó la carpeta y siguió la dirección de su mirada por la habitación. Era al mismo tiempo una alcoba y una oficina. No tenía más muebles que una cama, tres sillas, una mesa y un escritorio, todos viejos y desvencijados.

Perry se alzó de hombros.

—Tengo necesidades sencillas. Esto es más que suficiente.

—Estoy de acuerdo —replicó el recién llegado sonriendo—. Aunque otros hombres y mujeres no lo estarían.

A pesar de cualquier otro sentimiento que su sonrisa pudiese ocultar, la aprobación de Rebka era en parte bastante genuina. En los primeros diez segundos con Max Perry, había podido desechar una idea que le había surgido después de leer la historia de aquel sujeto. Hasta el planeta más pobre estaba en condiciones de proporcionar grandes lujos para una persona, y algunos hombres y mujeres permanecían en un planeta porque allí habían encontrado riquezas y un alto nivel de vida, sin ninguna posibilidad de exportarlos. Pero, fuera cual fuese el secreto de Perry, no podía ser ése. Vivía de un modo tan simple como el mismo Rebka.

¿El poder entonces?

Difícilmente. Perry controlaba el acceso a Sismo y casi nada más. Aunque los permisos para visitantes de otros mundos pasaban a través de él, cualquiera que tuviese verdaderas influencias podía apelar a autoridades más altas en el consejo del sistema Dobelle.

¿Cuál era entonces el motivo que lo impulsaba? Debía existir alguno; siempre lo había. ¿Pero cuál era?

Durante las presentaciones oficiales y el intercambio de cortesías superficiales en nombre del gobierno de Ópalo y del ministerio de Coordinadores Oficiales del Círculo Phemus, Rebka concentró toda su atención en Perry.

Lo hizo con un sincero interés. Hubiese preferido estar explorando Paradoja, pero, a pesar de su desprecio por la nueva misión, no podía contener su curiosidad. El contraste entre la historia de Perry y su posición actual era demasiado llamativo. Antes de los veinte años, Perry ya había sido coordinador de sección en uno de los ambientes más inhóspitos que el Círculo podía ofrecer. Había manejado los problemas con sutileza y, sin embargo, había sido inflexible. La última misión, por la cual debía pasar un año en Ópalo, era casi una formalidad, el templado final del metal antes de que Perry fuese considerado listo para trabajar en el ministerio de los Coordinadores.

Había venido y se había quedado. ¿Por qué todos aquellos años en un trabajo sin ninguna posibilidad de progreso, negándose a partir, perdiendo todo su ímpetu anterior?

Perry mismo no daba ningún indicio para averiguar el origen del problema. Era un hombre de rostro pálido y ardiente, pero Rebka podía encontrar esa misma palidez y ese ardor con sólo mirarse en el espejo. Ambos habían pasado sus primeros años en planetas donde la supervivencia era un logro, y la prosperidad, un imposible. El bocio prominente en el cuello de Perry hablaba de un mundo en donde el yodo era escaso; sus piernas delgadas y algo torcidas sugerían un temprano caso de raquitismo. No resultaba sencillo aclimatarse a Mundohirviente. Al mismo tiempo, Perry parecía encontrarse en un excelente estado de salud…, cosa que Rebka se ocuparía de verificar a su debido tiempo. El buen estado físico aún apoyaba más la certeza de que debían existir problemas mentales. Eso resultaría más difícil de examinar.