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Ella era la que miraba a Max Perry a los ojos. La otra mantenía la mirada baja; no dirigió más que un rápido vistazo tímido al recién llegado con sus grandes ojos. Sin embargo, parecía tranquila con Graves y volvió su rostro hacia él cuando cerró el panel de la tienda y fue a sentarse frente a ellas.

Graves llamó a Perry para que se sentase a su lado.

—Elena… —dijo señalando a la hermana más segura de sí misma— y Geni han pasado por momentos muy difíciles. —Su voz era suave, casi reprimida—. Queridas mías, sé que es un recuerdo muy doloroso, pero quiero que repitan al comandante lo que acaban de decirme… Esta vez lo grabaremos.

Geni Carmel dirigió a Perry otra mirada de soslayo y se volvió hacia su hermana en busca de ayuda.

Elena se sujetó las rodillas con más firmeza.

—¿Desde el comienzo? —Su voz era grave para un cuerpo tan delgado.

—No es necesario que le cuenten cómo ganaron el premio en Shasta. Tenemos registros de todo eso. Quisiera que comenzaran con su llegada a Pavonis Cuatro. —Graves colocó una pequeña grabadora frente a él—. Cuando estén listas, podremos comenzar.

Elena Carmel asintió con la cabeza y se aclaró la garganta varias veces.

—Iba a ser el último planeta —comenzó al fin—. El último que visitaríamos antes de regresar a Shasta. Antes de regresar a casa. —Su voz se quebró al pronunciar la última palabra—. Por lo tanto decidimos permanecer alejadas de la gente. Trajimos equipos especiales… —Señaló a su alrededor—. Estos equipos. Podíamos vivir con comodidad, lejos de todo. Llevamos la Nave de los Sueños Estivales hasta un montecillo de césped que se alzaba en la tierra firme en medio de los pantanos… Pavonis Cuatro está cubierto de pantanos. Queríamos alejarnos de la civilización y acampar lejos de la nave.

Elena se detuvo.

—Eso fue culpa mía —dijo Geni Carmel en un tono abatido más agudo que el de su hermana—. Habíamos visto a tanta gente, en tantos mundos… Además, la nave era más pequeña de lo que habíamos notado al salir. Yo estaba cansada de vivir confinada dentro de ella.

—Ambas estábamos cansadas. —Elena defendía a su hermana menor—. Acampamos a unos treinta metros de la nave, cerca del pie del montecillo. Cuando cayó la noche pensamos que sería una gran idea pasar una velada primitiva, como si hubiésemos estado en la Tierra diez mil años atrás, y encender un fuego. Lo hicimos. Como la noche estaba muy agradable, sin amenaza de lluvia, decidimos dormir afuera. Cuando estuvo completamente oscuro, abrimos nuestros sacos de dormir y nos tendimos mirando las estrellas. —Frunció el ceño—. No sé sobre qué hablamos.

—Yo, sí —replicó Geni—. Hablamos sobre que era nuestra última parada y sobre lo aburrido que sería volver a la escuela en Shasta. Tratamos de ver nuestro propio sol, pero las constelaciones se veían muy diferentes y no estábamos seguras de la dirección en que quedaba nuestro hogar… —Se detuvo y volvió a mirar a su hermana.

—Entonces nos dormimos. —Elena hablaba con menos calma—. Y mientras dormíamos, llegaron ellos. Los… los…

—¿Los bercias? —la ayudó Julius Graves. Ambas gemelas asintieron—. Espera un momento, Elena —continuó él—. Quiero que en la grabación quede constancia de algunas cosas sobre los bercias. Éstos son hechos bien establecidos y fácilmente comprobables. Los bercias eran vertebrados grandes y lentos. Como anfibios nocturnos originarios sólo de Pavonis Cuatro, eran altamente fotofóbicos. En su estilo de vida se parecían a los extintos castores de la Tierra. Al igual que ellos, vivían en comunidades y eran acuáticos, además de construir madrigueras. La principal razón por la cual se les adjudicó una posible inteligencia fue la compleja estructura de esas madrigueras. Para hacerlas empleaban lodo y los troncos de los únicos árboles existentes en Pavonis Cuatro. Éstos sólo crecen en tierra firme, cerca de los montecillos de césped. Así pues era inevitable que los bercias aparecieran por la noche, junto al montecillo donde se alzaba el campamento de las Carmel. —Graves se volvió hacia Elena—. ¿Alguna vez alguien te había hablado de los bercias antes de que acamparas allí? ¿Quiénes eran y qué aspecto tenían?

—No.

—¿Y a ti? —preguntó girando hacia Geni Carmel.

Ella negó con la cabeza y agregó con voz apenas audible:

—No.

—Por lo tanto quisiera incluir la descripción física de los bercias en esta grabación. Toda experiencia humana con estos seres sugiere que eran mansos y completamente herbívoros. Sin embargo, para cortar el xilema de los árboles, los bercias estaban equipados con fuertes mandíbulas y grandes dientes. —Se volvió hacia Elena Carmel—. Por favor, continúa. Describe el resto de tu noche en Pavonis Cuatro.

—No estoy segura de cuánto tiempo dormimos. —Elena Carmel miró a su hermana de soslayo—. Tan pronto como me desperté, oí gritar a Geni. Ella me dijo…

—Quiero escucharlo directamente de Geni. —Graves señaló a la otra hermana con el índice—. Sé que es doloroso, pero cuéntanos lo que viste.

Geni Carmel parecía aterrorizada. Graves se inclinó hacia delante y le cogió las manos entre las suyas, mientras aguardaba.

—Pavonis Cuatro tiene una sola luna grande —dijo Geni al fin—. Yo no duermo tan profundamente como Elena.

La luz de la luna me despertó. Al principio no miré a mi alrededor… Sólo permanecí tendida en mi saco, observando la luna. Recuerdo que tenía manchas oscuras, como una cruz curva en la cima de una pirámide. Entonces algo enorme se colocó frente a la luna. Pensé que sería una nube o algo parecido. No noté lo cerca que estaba hasta que lo escuché respirar. Estaba inclinado sobre mí. Vi una cabeza chata y oscura, con una boca llena de dientes afilados. Y grité llamando a Elena.

—Antes de continuar —repuso Graves—, quisiera agregar otra cosa fácilmente comprobable a esta grabación. El planeta Shasta, mundo natal de Elena y Geni Carmel, no posee carnívoros peligrosos. Pero en una época los tuvo. El más grande y peligroso de esos animales era un invertebrado de cuatro patas conocido como skrayalo. Aunque anatómicamente no tenía ningún parecido con los bercias, su aspecto superficial es el mismo, así como su tamaño y su peso. Elena Carmel, ¿qué pensaste al ver que un bercia estaba inclinado sobre tu hermana y que un círculo de ellos rodeaba vuestros sacos de dormir?

—Pensé… pensé que era skrayalos. Sólo al principio. —Vaciló un instante; luego las palabras salieron como un torrente—. Por supuesto que, cuando los vi bien y pude pensarlo, comprendí que era imposible. De todos modos nunca habíamos visto a un skrayalo… Desaparecieron mucho antes de que nosotras naciéramos. Pero nuestros cuentos e imágenes estaban llenos de ellos. Cuando desperté, ni siquiera sabía dónde estaba… Sólo vi unos animales enormes y los dientes de uno de ellos cerca de Geni.

—¿Qué fue lo que hiciste?

—Grité, cogí la linterna e iluminé a mi alrededor.

—¿Sabías que los bercias eran altamente fotofóbicos y que sufrirían un ataque terminal con un alto grado de iluminación?

—No tenía idea.

—¿Sabías que posiblemente los bercias eran inteligentes?

—Se lo dije, nunca habíamos oído hablar de ellos. Lo averiguamos después, cuando consultamos el banco de datos de la nave.

—¿Así pues no teníais forma de saber que aquéllos eran los únicos supervivientes maduros de la especie? ¿Y que las formas infantiles no tenían posibilidad de sobrevivir sin el cuidado de los adultos?

—No sabíamos nada de eso. Lo supimos cuando regresamos a la ciudad de Capra y oímos que nos estaban buscando para arrestarnos.

—Consejero —interrumpió Perry mientras miraba con insistencia otra vez su reloj—, ya han pasado tres horas. Debemos regresar.