La mano libre de Everard se detuvo en su camino para recoger el pequeño comunicador que llevaba en el bolsillo. Durante un momento, extrañamente fascinado, miró por entre el viento a su prisionero.
Merau Varagan parecía más alto de lo que en realidad era, porque mantenía su cuerpo atlético completamente recto. El pelo negro le caía sobre una piel cuya blancura no había sido manchada en absoluto por el clima. No había en su rostro signos de barba, podría haber sido el de un joven César de no estar tan delicadamente marcado. Los ojos eran grandes y verdes, los labios sonrientes de un rojo cereza; la ropa hasta las botas, negra con ribetes plateados, como la capa que se agitaba sobre sus hombros. Frente a la torre del peñasco, a Everard le recordó a Drácula.
Pero su voz seguía siendo amable.
—Evidentemente sus colegas han extraído información de los míos. Me atrevería a decir que ha estado en contacto con ellos durante su viaje. Por tanto, conoce nuestros nombres y algo de nuestro origen…
Milenio trigésimo primero. Proscritos después del fracaso de los exaltacionistas por liberarse del peso de una civilización que se había quedado más anticuada que la Edad de Piedra para mí. Durante su momento de poder, se apropiaron de unas máquinas del tiempo. Su herencia genética.,.
Nietzsche podría haberlos comprendido. Yo nunca podré.
—… pero ¿qué sabe realmente de nuestro propósito aquí?
—Iban a cambiar los acontecimientos —respondió Everard—. Apenas hemos podido evitarlo. Y a nuestro cuerpo le queda por delante un complejo trabajo de restauración. ¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo pudieron ser tan… egoístas?
—Creo que «egotista, sería un término mejor —se mofó Varagan—. El ascenso del ego, la voluntad sin limitaciones… Pero píenselo. ¿Hubiese estado mal que Simón Bolívar hubiese fundado un verdadero imperio en la América hispana, en lugar de una manada de pendencieros estados sucesores? Hubiese sido un imperio ilustrado, progresista. Imagínese todo el sufrimiento y las muertes que hubiesen podido evitarse.
—¡Venga! —Everard sintió cómo la furia se elevaba cada vez más en su interior—. Debe saber que no sería así. Es imposible. Bolívar no tiene el cuadro de mando, las comunicaciones, los apoyos. Si para muchos es un héroe, tiene a otros tantos furiosos contra éclass="underline" como a los peruanos, después de independizar Bolivia. Gritará en su lecho de muerte que «aró los mares» con todos sus esfuerzos por construir una sociedad estable.
»Si su intención era unificar aún una parte del continente, debería haberlo intentado antes y en otro sitio.
—¿Sí?
—Sí. La única posibilidad. He estudiado la situación. En 1821 San Martín negociaba con los españoles en Perú, y jugaba con la idea de establecer una monarquía bajo alguien como don Carlos, el hermano del rey Fernando. Hubiese podido incluir los territorios de Bolivia y Ecuador, incluso Chile y Argentina más tarde, porque tendría las ventajas de las que carece el círculo interior de Bolívar. Pero ¿por qué le estoy contando todo esto, bastardo, sino para demostrar que sé que miente? Deben de haber hecho sus deberes.
—¿Y cuál supone que era mi objetivo real?
—Es evidente. Hacer que Bolívar se extendiese demasiado, Es un idealista, un soñador, además de un guerrero. Sí lo empujan demasiado, aquí todo se romperá en un caos que se extenderá por el resto de Sudamérica. ¡Y ahí estaría su oportunidad de tomar el poder!
Varagan se encogió de hombros, como hubiese podido encogerse de hombros un gato.
—Concédame al menos —dijo—, que tal imperio hubiese podido tener cierta magnificencia tenebrosa.
El saltador se manifestó y flotó a seis metros de altura. El tripulante sonrió y apuntó el arma que llevaba. Desde la silla de su caballo, Metau Varagan saludó a su yo del futuro.
Everard nunca supo exactamente qué sucedió después. De alguna forma saltó de los estribos al suelo. El caballo relinchó al recibir una descarga de energía. Emanaron el humo y el olor a carne chamuscada. Mientras el animal muerto se desmoronaba, Everard lo usaba ya para cubrirse al disparar.
El saltador enemigo viró. Everard se apartó de la masa que caía y detuvo el fuego, hacia arriba y de lado. Varagan saltó de su propio caballo, tras una roca. Los rayos se encendían y crujían. La mano libre de Everard sacó el comunicador y pulsó el botón de ayuda.
El vehículo bajó, por la parte de atrás del peñasco. El aire desplazado produjo un sonido de explosión. El viento dispersó el penetrante ozono.
Apareció una máquina de la Patrulla. Era demasiado tarde. Merau Varagan ya se había llevado a su yo anterior a un punto desconocido del espacio-tiempo.
Everard asintió con pesadez.
—Sí —terminó—, ése era su plan, y salió bien, maldición. Llega hasta un punto obvio y apunta el tiempo en el reloj. Eso significa que sabría en un punto posterior de su línea de mundo, el dónde—cuándo al que ir, para preparar su operación de rescate.
Los Zorach estaban horrorizados.
—Pero, un bucle causal de ese tipo —dijo Chaim con voz entrecortada—, ¿no tenía ni idea del peligro que corría?
—Sin duda sí que lo sabía, incluida la posibilidad de haber borrado su propia existencia —contestó Everard—. Pero claro, estaba dispuesto a eliminar todo un futuro para favorecer una historia en la que podría haber estado en la cima. No tiene miedo, es el bandido definitivo. Debe de estar en los genes de los príncipes exaltacionistas.
Suspiró.
—También carecen de lealtad. Varagan, y los asociados que le quedasen, no intentaron salvar a los que capturamos. Se limitaron a desvanecerse. Hemos temido su reaparición «desde entonces», y esta nueva estratagema tiene similitudes con esa otra. Pero claro, nuevamente los peligros del bucle temporal, no puedo leer el informe que entregaré al terminar la misión actual. Si tiene conclusión y yo no muero.
Yael le toco la mano.
—Estoy segura de que triunfarás, Manse —dijo— ¿Qué sucedió después en Sudamérica?
—Oh, una vez que los malos consejos, que él no había reconocido como malos… una vez que cesaron, Bolívar volvió a su forma natural —les dijo Everard—. Llegó a un acuerdo pacífico con Páez y declaró una amnistía general, Después se produjeron más problemas, pero también los resolvió con capacidad y humanidad, mientras defendía el interés y la cultura de su gente. Cuando murió, la mayor parte de la fortuna que había heredado había desaparecido, porque nunca se había quedado para sí ni con un centavo del dinero público. Un buen gobernante, uno de los pocos que conocerá la humanidad.
»Así es Hiram, supongo… y ahora su reinado sufre una amenaza similar, por un diablo suelto en el mundo.
Cuando Everard salió, por supuesto, Pum lo esperaba. El muchacho fue a su encuentro.
—¿Adónde va hoy mi glorioso maestro? —cantó—. Dejad que vuestro sirviente os lleve a donde queráis ir. ¿Quizá a visitar a Conor el vendedor de ámbar?
—¿Eh? —Con ligera sorpresa, el patrullero miró al nativo—. ¿Qué te hace pensar que tendría algo que hablar con… tal persona?
Pum le devolvió una mirada cuya deferencia no ocultaba por completo su sagacidad.
—¿No declaró mi señor que ésa era su intención a bordo del barco de Mago?
—¿Cómo sabes eso? —ladró Everard.
—Busqué a los hombres de la tripulación, hablé con ellos, agité sus recuerdos. No es que vuestro humilde sirviente se interesase en lo que no debe oír. Si me he excedido, me humillo y pido perdón. Mi intención no era más que saber más sobre los planes de mi amo para descubrir cómo mejor asistiros. —Pum sonrió con engreimiento.
—Ya. Entiendo. —Everard se acarició el bigote y miró a su alrededor. Nadie podía oírle Bien, debes saber que era un engaño. Mi verdadera intención es diferente.