»No sé si era valiente, ignoraba el peligro, o era más sabio que yo en los modos del mar. Después he recordado, y a la luz de la experiencia duramente ganada, decidido que con suerte hubiésemos Podido salir de la tormenta. Aquélla era una buena nave, y los oficiales conocían su oficio. Sin embargo, los dioses, o los demonios, no querían que fuese así.
»Porque de pronto, ¡furia y resplandor! La luz me cegó. Perdí el remo, como la mayoría. De alguna forma, conseguí agarrarlo antes de que se perdiese entre los toletes. Eso puede que me salvase la vista, porque no miraba al cielo cuando estalló el siguiente resplandor.
»Por desgracia, un rayo nos había dado, En dos ocasiones. No oí el trueno, pero quizá el rugido de las olas y el aullido del viento lo habían cubierto. Cuando recuperé la visión vi el mástil en llamas como una antorcha. El casco estaba roto y debilitado. Sentí cómo el mar agitaba mi cabeza, y también mi culo, mientras partía la nave.
»Aquello no parecía importar. A la poca luz imprecisa pude vislumbrar cosas en el cielo, como toros alados pero enormes como bueyes y relucientes como si estuviesen hechos de hierro. Los cabalgaban hombres. Venían hacia abajo…
»Entonces todo se desmoronó. Me encontré en el agua, agarrado al remo. Otros hombres que podían ver también estaban agarrados a trozos de madera. Pero la furia no había terminado Para nosotros. Un rayo cayo, directo hacia el pobre Hurum—abi, mi compañero de bebida desde que era un niño. Debió de morir inmediatamente. En cuanto a mí, me hundí y contuve el aliento todo lo que pude.
»Cuando al final tuve que sacar la nariz del agua, parecía estar solo en el mar. Pero por encima había un enjambre de esos dragones o carros o lo que fuesen, corriendo en el viento. Entre ellos saltaban llamas. Volví a sumergirme.
»Creo que pronto volvieron al más allá del que habían venido, pero yo estaba demasiado ocupado sobreviviendo para prestar atención. Al fin llegué a tierra. Lo que había sucedido parecía irreal, como un sueño febril. Quizá lo fue. No lo sé. Lo que sé es que fui el único hombre de esa nave que regresó. Gracias a Tanith, ¿eh, chicas? —Sin preocuparse de los recuerdos, Gisgo pellizcó el trasero de su esposa más cercana.
Vinieron más recuerdos, que precisaron un par de horas para desenredarlos. Al fin Everard pudo preguntar con la lengua seca a pesar del vino:
—¿Recuerdas cuándo sucedió eso? ¿Hace cuántos años?
—Claro que sí, claro que sí —contestó Gisgo—. Hace una veintena completa y seis años, quince días antes del equinoccio de otoño, o cerca de ahí.
Agitó una mano.
—¿Cómo lo sé, se pregunta? Bien, es como los sacerdotes egipcios, que tienen esos calendarios porque el río sube y baja todos los años. Un marinero que no se preocupa no es probable que llegue a viejo. ¿Sabía que más allá de las Columnas de Melqart el mar se eleva y cae como el Nilo pero dos veces al día? Es mejor controlar bien el tiempo, si quieres sobrevivir en esas partes.
»Pero fueron realmente los sinim los que me metieron la idea en la cabeza. Allí estaba, asistiendo a mi capitán mientras negociaba el pasaje, y hablaban continuamente del día exacto en que partir… haciéndoselo entender. Yo escuchaba, y me pregunté qué se podría ganar recordando las cosas así, y decidí tenerlo en cuenta. En aquella época no sabía leer ni escribir, pero lo que sí podía era señalar las cosas especiales que sucediesen cada año, y mantener esos acontecimientos en orden para poder contar hacia atrás cuando fuese necesario. Así que ése fue el año de una expedición a los Acantilados Rojos y el año en que pillé la enfermedad babilónica…
Everard y Pum salieron y empezaron a alejarse desde la zona residencial del puerto Sidonio hacia la calle de los Cordeleros ahora llena de oscuridad y tranquilidad, en dirección a palacio.
—Veo que mi señor conserva sus fuerzas —murmuró el muchacho al cabo de un rato.
El patrullero asintió distraído. Su mente era una tormenta.
Le parecía claro el procedimiento de Varagan (Everard estaba completamente seguro de que se trataba de Merau Varagan, perpetrando una nueva barbaridad). Desde donde se encontrase su escondite en el espacio-tiempo, él y media docena de sus confederados habían negado a la zona de Usu veintiséis años atrás. Otros debían de haberles llevado en saltadores, que se fueron y regresaron inmediatamente. La Patrulla no podría cazar esos vehículos en un espacio de tiempo tan corto, cuando el momento y tiempo exactos eran desconocidos. La banda de Varagan había entrado a pie en la ciudad y se había congraciado con el rey Abibaal.
Debían de haberlo hecho después de bombardear el templo, dejado la nota de rescate, y probablemente atentar contra Everard… es decir, después en términos de sus líneas de mundo, su continuidad de experiencias. No hubiese sido difícil elegir un blanco, o incluso plantar un asesino. Los científicos que estudiaban Tiro habían escrito libros que estaban disponibles. El atentando inicial le daría a Varagan una idea de las posibilidades del plan. Habiendo decidido que valía la pena invertir una cantidad sustancial de esfuerzo y tiempo de vida, buscó entonces el conocimiento detallado, ese tipo de conocimiento que rara vez llega a los libros, que necesitaría para realmente destruir aquella sociedad.
Una vez que hubo descubierto en la corte de Abibaal todo lo que le pareció necesario, Varagan partió con sus seguidores de la forma usual, para no extender entre la gente historias que persistirían y que acabarían siendo una pista para la Patrulla. Por esa misma razón, la desaparición del interés público en ellos, querían que se pensase que habían muerto.
De ahí su fecha de partida, sobre la que habían insistido; un vuelo de reconocimiento había mostrado que se levantaría una tormenta en cuestión de horas. Los que habían ido a recogerlos habían disparado armas de energía para destruir la nave y matar a los testigos. Si no se hubiesen saltado a Gisgo, hubiesen cubierto por completo su rastro. De hecho, sin la ayuda de Sarai, era probable que Everard nunca hubiese oído hablar de los sinim que desgraciadamente habían perecido en el mar.
Desde su base, Varagan «ya» había enviado agentes para vigilar el cuartel general de la Patrulla en Tiro, a medida que se aproximaba el momento del ataque de demostración. Si el pistolero tenía éxito en reconocer y matar a uno o más de los escasos agentes No asignados, ¡excelente! Eso aumentaría las probabilidades de que los exaltacionistas consiguiesen lo que querían: ya fuese el transmutador de materia o la destrucción del futuro daneliano. Everard no creía que a Varagan le importase mucho cuál de ellos. Cualquiera de los dos satisfaría sus ansias de poder y Schadenfreude.
Bien, pero Everard había encontrado el rastro. Podía soltar a los sabuesos de la Patrulla…
¿Podía?
Se agarró el bigote celta y pensó sin lógica en lo mucho que se alegraría cuando pudiese afeitarse el maldito mostacho al terminar la operación.
¿Se terminará?
Superado en número y armas, Varagan no estaba necesariamente derrotado en inteligencia. Su plan tenía un mecanismo de seguridad que podría ser imposible de romper.
El problema era que los fenicios no tenían ni reloj ni instrumentos de navegación precisos. Gisgo no sabía, más allá de una semana o dos, cuándo había sufrido el desastre la nave; ni tampoco sabía, más allá de una precisión de treinta kilómetros, dónde se encontraban en ese momento. Por tanto, Everard tampoco lo sabía.
Claro está, la Patrulla podría verificar con facilidad la fecha, y la ruta a Chipre se conocía. Pero cualquier cosa más precisa exigía mantener una vigilancia desde el aire, ¿no? Y el enemigo debía de tener detectores que se lo advertirían. Los pilotos que debían destruir la nave y llevarse al grupo de Varagan llegarían preparados para luchar. No necesitarían más que unos minutos para completar su misión, y luego desaparecerían sin posibilidad de ser seguidos.