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—De ninguna forma. —Everard agarró el pequeño hombro de¡ muchacho—, Al contrario. Pero mi trabajo es errante. A ti te queremos como agente en un lugar, aquí, en tu país natal, que conoces mejor de lo que ningún extranjero como yo, o Chaim y Yael Zorach, conocerá nunca. No te preocupes. Será un buen trabajo, y te exigirá todo lo que puedas dar.

Pum suspiró. Su sonrisa era blanca.

—¡Bien, será perfecto, amo! En verdad, me sentía ligeramente intimidado por la idea de viajar siempre entre extraños. —Bajó el tono—. ¿Vendréis a visitarme?

—Claro, de vez en cuando. O si lo prefieres, podrás reunirte conmigo en lugares interesantes del futuro cuando tengas permiso. Los patrulleros trabajamos duro, y en ocasiones corremos peligro, pero también nos divertimos.

Everard hizo una pausa, y luego siguió hablando:

—Claro está, primero necesitarás entrenamiento, educación, todos los conocimientos y habilidades de los que careces. Irás a la Academia, en otro momento del espacio y el tiempo. Allí pasarás años, y no serán años fáciles… aunque creo que en general los disfrutarás. Finalmente regresarás a este mismo año en Tiro, sí, a este mismo mes, y te integrarás en tu puesto.

—¿Seré un adulto?

—Exacto. De hecho, te harán ganar tanto peso y altura como conocimientos te metan dentro. Necesitarás una nueva identidad, pero eso no será difícil de arreglar. Te servirá el mismo nombre; es muy común. Serás Pummairam el marino, que partió años antes como joven de cubierta, hizo fortuna en el comercio y está preparado para comprar una nave y fundar su propia empresa. No te harás notar demasiado, eso lo estropearía todo, pero serás un próspero y bien considerado súbdito del rey Hiram.

El muchacho entrechocó las manos.

—Señor, vuestra benevolencia supera a vuestro sirviente.

—Todavía no he terminado —contestó Everard—. Tengo autoridad discrecional en casos como éste, y voy a hacer algunos arreglos en tu nombre. No podrás pasar por hombre respetable cuando te establezcas a menos que te cases. Muy bien, te casarás con Sarai.

Pum gimió. Su mirada al patrullero era de consternación.

Everard rió.

—¡Venga, vamos! —dijo—. Puede que no sea una belleza, pero tampoco es desagradable; le debemos mucho. Es leal, inteligente y conoce los modos de palacio y muchas cosas útiles. Cierto, nunca sabrá quién eres realmente.

»Simplemente será la esposa del capitán Pumrnairam y la madre de sus hijos. Si en su mente se forma alguna pregunta, creo que tendrá la inteligencia de no manifestarla. —Con severidad—: Serás bueno con ella. ¿Me oyes?

—Bien… bueno, bien… —La atención de Pum se desvió a la bailarina. Los hombres fenicios vivían con una doble medida, y Tiro tenía más que su porción de casas de diversión—. Sí, señor.

Everard golpeó la rodilla del otro.

—Leo tu mente, hijo. Sin embargo, podrías descubrir que no te interesará ir por ahí. Como segunda esposa, ¿qué te parece Bronwen?

Fue un placer ver a Pum pasmado. Everard se puso serio.

—Antes de irme —le explicó—, tengo intención de ofrecerle a Hiram un regalo, no el tipo de regalo común, sino algo espectacular, como un lingote de oro. La Patrulla posee riquezas ¡limitadas y adopta una actitud relajada con la requisa. Por su honor, Hiram no podrá negarme nada a cambio. Le pediré a su esclava Bronwen y sus hijos. Cuando sean míos, los liberaré formalmente y luego le daré una dote.

»La he sondeado. Si puede tener libertad en Tiro, realmente no quiere regresar a su tierra natal y compartir una choza con otros diez o quince miembros de una tribu. Pero para quedarse aquí debe tener un marido, un padrastro para sus hijos. ¿Podrías ser tú?

—Yo… podría yo… podría ella… —La sangre iba y venía al rostro de Pum. Everard asintió.

—Le prometí que le encontraría un hombre decente.

Ella se había quedado melancólica. Pero aun así, en esta época, como en la mayoría, las cuestiones prácticas se imponían al romance.

Para él puede llegar a ser duro ver a su familia envejecer mientras él sólo lo finge. Pero con sus misiones por el tiempo, los tendrá durante muchas décadas de su vida; y, después de todo, no ha crecido con la sensibilidad americana. Debería irle razonablemente bien. Sin duda las mujeres se harán amigas, y se unirán para gobernar con calma el nido del capitán Pummairam.

—Entonces… ¡oh, mi señor! —El joven se puso en pie de un salto e hizo cabriolas.

—Tranquilo, tranquilo. —Sonrió Everard—. En tu calendario, recuerda, pasarán años antes de que te establezcas. ¿Por qué retrasarlo? Busca la casa de Zakarbaal y preséntate ante los Zorach. Ellos te pondrán en camino.

Por mi parte… me tomaré unos días para terminar con cortesía y de forma plausible mi estancia en palacio. Mientras tanto, Bronwen y yo… Everard suspiró, con melancolía propia.

Pum se fue. Con los pies volando y el caftán aleteando, la rata del puerto púrpura corrió hacia el destino que iba a labrarse por sí mismo.