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Habiéndose quedado sin tapaderas, Everard aceptó la oferta de Zorach de una habitación de invitados.

Allí estaría más cómodo que en una posada, y más cerca de cualquier dispositivo que pudiese necesitar. Sin embargo, también estaría apartado de la vida real de la ciudad.

—Te prepararé una entrevista con el rey —le prometió su anfitrión—. No es difícil; se trata de un hombre brillante interesado por personas exóticas como tú —dijo riendo—. Por tanto, será natural que Zakarbaal el sidonio, que precisa cultivar la amistad de los tirios, le informe de la oportunidad de conocerte.

—Está bien —contestó Everard—, y disfrutaré hablando con él. Quizá incluso pueda sernos de ayuda. Mientras tanto, bueno, nos quedan varias horas de luz. Creo que daré una vuelta por la ciudad para empezar a conocerla, pillar algún rastro si tengo suerte.

Zorach frunció el ceño.

—Puede que sea a ti a quien pillen. El asesino te va detrás, estoy seguro.

Everard se encogió de hombros.

—Es un riesgo que asumo; y podría ser él quien acabase mal. Préstame una pistola, por favor. Sónica.

Configuró la pistola para aturdir, no para matar. Un prisionero vivo estaba a la cabeza de su lista de regalos de cumpleaños. Como el enemigo también lo sabría, realmente no esperaba que intentasen matarlo otra vez… al menos hoy.

—Llévate también un rayo —le incitó Zorach—. No sería extraño que viniesen por ti desde el aire. ¿Traer un saltador a un instante en que te encuentres, flotar en antigravedad y disparar? No tienen motivos para no llamar la atención.

Everard se colocó la pistola de energía en el lado opuesto de la otra. Cualquier fenicio que las viese las consideraría amuletos o algo ’lar, y además, llevaría la capa por encima. —No creo que yo valga tanto esfuerzo y riesgo —dijo. —Ha valido la pena intentarlo antes, ¿no? Y además, ¿cómo supo ese tipo que eras un agente?

—Podría tener una descripción. Merau Varagan debe de comprender que sólo unos cuantos agentes No asignados, yo entre ellos, eran elecciones probables para esta misión. Lo que me inclina más y más a pensar que está detrás de todo esto. Si tengo razón, nos enfrentamos a oponente malvado y escurridizo.

—Manténte entre la gente —le pidió Yael Zorach—. Asegúrate de regresar antes del anochecer. Aquí son raros los crímenes violentos, pero no hay alumbrado, las calles se quedan casi desiertas y te convertirás en una presa fácil.

Everard se imaginó cazando a su cazador en la oscuridad de la noche, pero decidió no intentar provocar tal situación hasta que no estuviese desesperado.

—Vale, volveré para cenar. Me interesa ver el aspecto de la comida … en tierra, no en raciones de barco. Ella consiguió esbozar una sonrisa.

—Me temo que no es demasiado buena. Los nativos no son muy sensualistas. Sin embargo, le he enseñado a nuestro cocinero algunas recetas del futuro. ¿Te apetece pescado gefilte como aperitivo?

Cuando Everard salió, las sombras se habían alargado ligeramente y el aire se había enfriado un tanto. El tráfico se apresuraba por la calle que cruzaba la de los Cereros, aunque no más que antes. Situadas sobre el agua, Tiro y Usu normalmente se libraban del extremo calor del mediodía que en otros países exigía una siesta, y ningún verdadero fenicio malgasta ría durmiendo horas en las que podía ganar algo.

—¡Amo! —gorgojeó una voz llena de felicidad.

Pero si es mi pequeña rata de puerto.

—Saludos, Pummairam —dijo Everard. El muchacho se puso en pie de un salto—. ¿Qué andas buscando?

La delgada forma marrón se inclinó ante él, aunque los ojos y los labios tenían tanto de regocijo como de reverencia.

¿Qué otra cosa sino la fervientemente deseada esperanza de volver a estar al servicio de vuestra luminosidad?

Everard se detuvo y se rascó la cabeza. El chico había sido extremadamente rápido, posiblemente le hubiese salvado la vida, pero…

—Bien, lo siento, pero ya no necesito tu ayuda.

—Oh, señor, bromeáis. ¡Ved cómo me río, encantado de vuestro ingenio! Un guía, un intermediario, alguien que aparte a los malvados y… a algunas personas peores… y seguro que un señor de vuestra magnificencia no negaría a una pobre ramita la gloria de vuestra presencia, el beneficio de vuestra sabiduría, el recuerdo siempre indeleble años después de haber caminado tras vuestros pasos.

Aunque las palabras eran aduladoras, lo que era convencional en su sociedad, el tono estaba muy lejos de serlo. Pummairam estaba divirtiéndose, comprendió Everard. Sin duda también sentía curiosidad, así como deseos de ganar más. Se estremecía un poco cuando se encontraba mirando directamente al enorme hombre.

Everard tomó una decisión.

—Tú ganas, malvado —dijo, y sonrió cuando Pummairam dio saltos y bailó. Además, no era tan mala idea tener un asistente. ¿No era su propósito llegar a conocer la ciudad más que ver lo puntos de interés?

—Ahora dime qué piensas que puedes hacer por mí.

El muchacho se colocó en una postura elegante, inclinó la cabeza a un lado y se llevó un dedo a la barbilla.

—Eso depende de lo que pueda desear mi amo. Si son negocios, ¿de qué tipo y con quién? Si es placer, lo mismo. Mi señor no tiene más que hablar.

—Humm… —Bien, ¿por qué no ser sincero con él en la medida de lo posible? Si resulta ser insatisfactorio, siempre puedo despedirlo, aunque supongo que se me quedará pegado como una garrapata—. Entonces escúchame, Pum. Tengo asuntos importantes que resolver en Tiro. Sí, pueden llegar a implicar a los magistrados y al mismo rey. Viste cómo un mago intentó detenerme. Por suerte, me ayudaste contra él. Eso podría volver a pasar, y tal vez no tenga tanta suerte. No puedo decirte más. Pero creo que comprenderás la necesidad de descubrir todo lo posible, de conocer a gente de toda condición. ¿Qué sugieres tú ? ¿Una taberna, quizá, e invitar a todos a beber?

El humor mercurial de Pum se congeló en seriedad. Frunció el ceño y miró al vacío durante unos latidos, antes de chasquear los dedos y decir:

—¡Exacto! Bien, excelente amo, no puedo recomendar mejor comienzo que visitar el Alto Templo de Asherat.

—¿Eh? —Sorprendido, Everard repasó la memoria implantada en cerebro. Asherat, la Astarté de la Biblia, era la consorte de Melqart, el dios patrón de Tiro; Baal—Melek—Qart—Sor… Era una figura poderosa por derecho propio, diosa de la fertilidad en el hombre, bestias y tierra, una guerrera femenina que en una ocasión se había atrevido a penetrar en el mismísimo infierno para recuperar a su amante de entre los muertos, una diosa del mar de la que Tanith podría ser simplemente un avatar… sí, era Istar en Babilonia, y entraría en el mundo griego como Afrodita…

—Porque estoy seguro de que los vastos conocimientos de mi r incluyen el hecho de que sería una tontería que un visitante, especialmente uno tan importante como vos, no le rindiera homenaje, que ella acoja con agrado sus empresas. Cierto, si los sacerdotes llegasen a conocer tal omisión, se pondrían en vuestra contra. Eso, ente, ha causado dificultades con algunos emisarios de Jerusalén. Además, ¿no es un buen acto liberar a una dama de ataduras y los? —Pum lo miró con lascivia, guiñó un ojo y le dio un codazo—. Además de ser una actividad placentera.

—El patrullero lo recordó. Por un momento, se sintió repelido. Como la mayoría de los semitas de la época, los fenicios exigían que toda mujer libre sacrificase su virginidad en el templo de la diosa, como una prostituta sagrada. No podría casarse hasta que un hombre no pagase sus favores. La costumbre no tenía un origen lascivo; se remontaba s temores y ritos de fertilidad de la Edad de Piedra. Y además, también atraía rentables peregrinos y visitantes extranjeros.