—Un hombre alto de rostro enjuto y bigote negro. Todos tenian bigote negro, pero el suyo era más largo. Les gritaba a los hombres que estaban atacando a Boone.
Zeyk y Nazik intercambiaron una mirada.
—Yussuf —dijo Zeyk—. Yussuf y Nejm. Lideraban la Fetah en aquel entonces y su rencor hacia Boone superaba el de la Ahad, Y cuando Selim se presentó en casa horas más tarde, agonizante, dijo: «Boone me ha matado, Boone y Chalmers». No dijo: «He matado a Boone»; dijo:
«Boone me ha matado». —Miró a Sax.— ¿Qué ocurrió después? ¿Qué hiciste?
Sax se estremeció. Por eso no había vuelto nunca a Nicosia ni había querido recordarlo: aquella noche, en el momento crítico, había vacilado, había sentido miedo.
—Los vi desde el otro lado de la plaza, estaba lejos y no supe qué hacer. Derribaron a John y se lo llevaron a la rastra. Yo… yo me quedé mirando. Después… después me encontré corriendo con un grupo que salió en su persecución; ignoro quiénes eran, y casi me llevaron a la fuerza. Los atacantes arrastraron a John por el laberinto de calles laterales y los perdimos en la oscuridad.
—Seguramente había cómplices de los atacantes en vuestro grupo — dijo Zeyk—. Como parte del plan, para guiar la persecución en la dirección equivocada.
—Ah —dijo Sax. Recordó que había hombres con bigote en el grupo—. Probablemente.
Se sintió enfermo. Se había quedado paralizado, no había movido un dedo. Las imágenes de la pantalla parpadeaban, fogonazos en la oscuridad, y el córtex de Zeyk hervía de vida, con relámpagos microscópicos.
—Así pues no fue Selim —dijo Zeyk dirigiéndose a su esposa—. No fue Selim, y por tanto tampoco Chalmers.
—Deberíamos decírselo a Maya —dijo Nazik—. Tenemos que decírselo.
Zeyk se encogió de hombros.
—No cambiará las cosas. Que Frank azuzara a Selim contra John y luego fueran otros los autores materiales del crimen, ¿acaso importa?
—¿Pero es que cree que los asesinos fueron otros?
—Sí. Yussuf y Nejm. De la Fetah. O quienquiera que fuera el que estaba calentando los ánimos de unos y otros. Tal vez Nejm…
—Que ha muerto.
—O Yussuf —dijo Zeyk con aire sombrío—. Y el que provocó los disturbios aquella noche… —Meneó la cabeza y la imagen suspendida osciló ligeramente.
—Cuénteme lo que sucedió después —dijo Smadar mirando su pantalla.
—Unsi al-Khan llegó corriendo a la hajr y nos dijo que habían atacado a Boone. Unsi… bueno, el caso es que unos cuantos fuimos hasta la Puerta Siria para averiguar si alguien la había utilizado. El método árabe de ejecución en la época era arrojarte al exterior. Y descubrimos que habían abierto la puerta.
—¿Recuerda el código de apertura? —preguntó Smadar.
Zeyk frunció el ceño, sus labios se movieron, apretó los párpados.
—Recuerdo haber advertido que era parte de la secuencia de Fibonacci. 581321.
Sax se quedó boquiabierto. Smadar asintió.
—Continúe.
—Una mujer que no conocía pasó corriendo y nos gritó que habían encontrado a Boone en la granja. La seguimos hasta el flamante hospital de la medina, limpio y reluciente; aún no habían tenido tiempo de colgar cuadros en las paredes. Sax, tú estabas allí, y los demás de los Primeros Cien que había en la ciudad: Chalmers, Toitovna y Samantha Hoyle.
Sax no guardaba ningún recuerdo del hospital. Un momento… Veía a Frank, sonrojado, y a Maya, con un dominó blanco, la boca una línea pálida. Pero eso había sucedido fuera, en el bulevar lleno de cristales rotos. Él les había dicho que habían atacado a John y Maya había gritado:
¿Por qué no los detuviste? ¿Por qué no los detuviste? Y de pronto él se había dado cuenta de que no había hecho nada para detenerlos, que le había fallado a John, que se había quedado paralizado por la sorpresa y se había limitado a mirar mientras atacaban a su amigo y se lo llevaban. Lo intentamos, le había dicho a Maya. Lo intenté. Aunque no era cierto.
Pero del hospital no recordaba nada, no guardaba ningún recuerdo del resto de la noche. Cerró los ojos, como Zeyk, y apretó los párpados como si asi pudiera exprimir otra imagen. La memoria era extraña: recordaba los momentos críticos del drama, su comportamiento, que se le había clavado como un puñal, pero el resto había desaparecido. Sin duda el sistema límbico y la carga emocional desempeñaban un papel crucial en el encadenamiento, la codificación o la fijación de un recuerdo.
Y sin embargo, ahí estaba Zeyk, nombrando a todos los conocidos que esperaban en la salita del hospital, que debían de haber sido muchos, y describiendo la expresión de la doctora que había salido para comunicarles la muerte de Boone.
—Dijo: «Ha muerto. Ha estado demasiado tiempo en el exterior». Maya apoyó una mano en el hombro de Frank y él dio un respingo.
—Tenemos que decírselo a Maya —musitó Nazik.
—Frank le dijo: «Lo siento», lo que me pareció extraño, y ella replicó que él nunca había apreciado a John, o algo por el estilo, y era cierto. Incluso Frank lo admitió, pero de pronto se marchó, furioso con Maya. Le dijo: «¿Qué sabrás tú de lo que aprecio o no aprecio?» Habló con mucha amargura; no le agradó que ella presumiera de conocerlo a fondo. —Zeyk meneó la cabeza.
—¿Y yo estaba allí mientras eso sucedía?
—… Sí, estabas sentado al lado de Maya, pero parecías ausente y llorabas.
Sax no recordaba nada de aquello, y de pronto se le ocurrió que así como había muchas cosas que había hecho de las que nadie sabría nunca nada, había también muchas que otros recordaban y él ya había olvidado.
¡Sabía tan poco, tan poco!
Zeyk prosiguió con su relación de lo acaecido aquella noche: la aparición de Selim, su muerte, la partida de Zeyk y Nazik a la mañana siguiente, el día después. Más tarde Ursula dijo que podía narrar con todo detalle cada semana de su vida.
Esa vez, sin embargo, Nazik interrumpió la sesión.
—Este episodio es muy penoso —le dijo a Smadar—. Será mejor que continuemos mañana.
Smadar asintió y tecleó algo en la consola que tenía al lado. Zeyk miraba el techo oscuro como un hombre atormentado, y Sax comprendió que entre los muchos trastornos de la memoria podía incluirse una memoria que funcionaba con demasiada eficacia. ¿Pero cómo? ¿Qué mecanismo la regía? Aquella imagen del cerebro de Zeyk indicando las pautas de actividad cuántica, el relámpago recorriendo su córtex… una mente que recuperaba el pasado infinitamente mejor que las demás, insensible a la aflicción de una memoria que se desmoronaba, un proceso inexorable a juicio de Sax… Bueno, estaban sometiendo el cerebro a todos los exámenes de que disponían, pero era muy probable que el secreto quedara sin resolver; sencillamente, ocurrían demasiadas cosas que ignoraban. Como aquella noche en Nicosia.
Muy agitado, Sax se puso ropa más abrigada y salió a pasear. La tierra que rodeaba Acheron ya le había proporcionado un agradable bienestar cuando descansaba de su trabajo en el laboratorio, y le alegró tener un lugar al que huir.
Echó a andar hacia el norte, en dirección al mar. Algunas de sus ideas más brillantes sobre la memoria se le habían ocurrido yendo hacia esa costa, por rutas tan laberínticas que jamás repetía la misma, en parte porque la vieja lava de la meseta estaba muy fracturada por grábenes y escarpes, en parte porque nunca prestaba atención a la topografía general, siempre perdido en sus pensamientos o bien en el paisaje inmediato, y sólo intermitentemente miraba alrededor para saber dónde estaba. En realidad, allí era imposible perderse: subías cualquier pequeña cresta y aparecía Acheron, semejante al lomo de un dragón inmenso. Y en la dirección contraria, ocupando cada vez más campo de visión a medida que se acercaba, el azul de la bahía de Acheron. Entre ambas, un millón de microentornos, la meseta rocosa salpicada de oasis escondidos, y cada grieta repleta de plantas. Un paisaje bastante distinto de la orilla polar, al otro lado del mar, destrozado por el deshielo. Esa meseta y sus pequeños y recónditos hábitats parecían inmemoriales a pesar de que los ecopoetas de Acheron eran los responsables de su existencia. Muchos eran experimentos y Sax los trataba como tales: se asomaba a las dolinas y las examinaba a distancia, preguntándose qué trataba de descubrir con su trabajo el ecopoeta responsable. Allí podía esparcirse suelo sin temor de que fuese arrastrado al mar, aunque los estridentes verdes que cubrían estuarios y valles demostraban que parte del suelo se había desplazado hacia abajo. Los marjales de los estuarios se llenarían con los suelos erosionados, al tiempo que se volvían más salados, como el mar del Norte…