Una Ann distinta sonreía.
—Puedes escalar conmigo si quieres.
—No soy alpinista.
—Tomaremos una ruta sencilla. Por el Barranco de Wang y más allá del gran círculo, hasta Círculo Norte. Quería subir allá antes de que terminara el verano.
—Ya es ele ese doscientos; pero en fin, suena bien. —El corazón le latía a ciento cincuenta pulsaciones por minuto.
Resultó que Ann disponía de todo el equipo que necesitaban. La mañana siguiente, mientras se vestían, le dijo, señalando la consola de muñeca de Sax:
—Un momento, quítate eso.
—Ay Dios —dijo él—, ¿no forma parte del sistema del traje? En efecto, así era, pero ella negó con la cabeza.
—El traje es autónomo.
—Semiautónomo. Ann sonrió.
—Sí, pero la consola no es necesaria. Verás, eso te conecta con todo el mundo, es lo que te encadena al espaciotiempo. Por un día limitémonos a estar en el Barranco de Wang. Con eso bastará.
Y bastaba. El Barranco de Wang era un salto de agua ancho y erosionado que cortaba acantilados más altos, como una alcantarilla gigantesca. Sax pasó la mayor parte del día siguiendo a Ann por barrancas más pequeñas que se abrían en el cuerpo de la mayor, subiendo a gatas escalones de más de un metro de altura, utilizando sobre todo las manos, y cuando le pasaba por la cabeza una posible caída, pensaba que podría torcerse un tobillo y nunca matarse.
—Esto no es tan peligroso como yo creía —comentó—. ¿Es el tipo de escalada que sueles practicar?
—Esto no es escalada.
—Ah.
Entonces ella subía pendientes más escarpadas que aquélla, corría riesgos, estrictamente hablando, injustificados.
Esa tarde alcanzaron una pared no muy alta con fisuras horizontales. Ann empezó a escalarla sin cuerdas ni clavijas y, apretando los dientes, Sax la siguió. Cerca de la culminación de aquel ascenso al estilo lagarto, aprovechando cualquier grieta para encajar las punteras de las botas y los dedos enguantados, miró abajo y el barranco de pronto le pareció mucho más escarpado y sus músculos fatigados temblaron de excitación. No le quedaba más remedio que terminar la subida, cada vez más arriesgada, porque la ansiedad le hacía menos metódico. El basalto, cuyo gris oscuro aparecía teñido de rojo y siena, estaba apenas carcomido. Se encontró estudiando una grieta, a poco más de un metro sobre su cabeza, que se vería forzado a utilizar. ¿Tendría profundidad suficiente para que sus dedos encontraran apoyo? Respiró hondo y la alcanzó: era apenas más que un arañazo. Pero se impulsó y con un gemido de esfuerzo la dejó atrás utilizando asideros que no había visto conscientemente. Y se encontró al lado de Ann, respirando afanosamente. Ella se había sentado en un estrecho saliente.
—Utiliza más las piernas —le sugirió.
—Ah.
—Y mayor concentración, ¿eh?
—Sí.
—Ningún problema de memoria, confío.
—No.
—Por eso me gusta escalar.
Avanzado el día, cuando la pendiente del barranco se había suavizado un poco, Sax dijo:
—Así pues has tenido problemas de memoria.
—Hablemos de eso más tarde —dijo Ann—. Cuidado con esa grieta.
—Como tú digas.
Esa noche durmieron en sacos en una tienda-seta transparente con capacidad para diez personas. A esa altura, con la atmósfera tan tenue, impresionaba la resistencia del material de la tienda, que soportaba una presión interna de 450 milibares sin abombarse; se mantenía tenso, pero no duro como la piedra; sin duda contenía muchos menos bares de los que podía soportar. Cuando Sax recordaba la roca y los sacos de arena que habían tenido que acumular en los primeros hábitats para evitar que explotaran no podía menos que sentirse impresionado por el avance de la ciencia de los materiales.
Ann concordó con él.
—Hemos avanzado más allá de nuestra capacidad para comprender la tecnología.
—Bueno, es comprensible, aunque casi increíble.
—Creo que percibo la distinción —dijo ella, relajada. Más cómodo, Sax volvió a sacar el tema de la memoria.
—He estado sufriendo lo que llamo apagones, durante los cuales soy capaz de recordar mis pensamientos de los minutos anteriores, a veces hasta de una hora completa. Fallos de la memoria a corto plazo que al parecer guardan relación con la fluctuación de las ondas cerebrales. Y el pasado remoto es cada vez más confuso, me temo.
Ann asintió, y luego dijo:
—Yo he olvidado mi personalidad entera. Ahora comparto mi interior con otra persona, una especie de opuesto. Mi sombra o la sombra de mi sombra, que ha echado raíces y crece día a día.
—¿A qué te refieres? —preguntó Sax con aprensión.
—Es como un opuesto que piensa cosas que yo nunca habría pensado. —Volvió la cabeza, como si le diera vergüenza.— Yo la llamo Contra-Ann.
—¿Y cómo la definirías?
—Ella es… no sé emocional, sentimental, estúpida. Llora cuando ve una flor. Cree que todo el mundo está haciendo lo mejor. Tonterías de ese tipo.
—Tú no eras así antes, ¿no?
—No, no. Son todo tonterías, pero lo siento como si fuera real. Por eso ahora existe Ann y su contraria. Y tal vez una tercera.
—¿Una tercera?
—Eso creo. Alguien que no es ninguna de las otras dos.
—¿Y cómo llamas a esa tercera?
—No tiene nombre. Es esquiva, más joven, analiza menos las cosas, y sus ideas son extrañas. Ajenas a las de las otras dos. En cierto modo se parece a Zo; ¿la conociste?
—Sí —contestó Sax, sorprendido—. Me gustaba.
—¿De veras? Yo opinaba que era monstruosa. Y sin embargo… hay algo de ella en mi interior. Tres personas.
—Es una extraña manera de verlo. Ella rió.
—¿No eras tú el que tenía un laboratorio mental que contenía todos tus recuerdos archivados por salas y número de estante o algo así?
—Era un sistema muy eficaz.
Ann se echó a reír de nuevo y él sonrió, aunque tenía miedo. ¿Tres Ann distintas? Una sola ya era más de lo que podía comprender.
—Pero estoy perdiendo algunas salas —dijo Sax—. Unidades completas de mi pasado. Algunos describen la memoria como un sistema de nodos y redes, de modo que es posible que el metodo del palacio de la memoria imite de modo intuitivo el sistema físico. Pero si por alguna razón se pierde un nodo, la red que lo rodea se pierde también. Por ejemplo, sí encuentro una referencia en los libros a algo que hice y trato de recordar a qué problemas metodológicos nos enfrentábamos, pongamos por caso, descubro que toda esa época ha desaparecido como si nunca hubiese existido —Un problema con el palacio.
—Sí, un problema que no había previsto. Después de mi accidente… siempre pensé que nada afectaría mi capacidad de razonamiento.
—No parece que tengas dificultades para pensar.
Sax meneó la cabeza, recordando sus apagones, los vacíos de memoria, los presque vus, como los llamaba Michel, la confusión. El pensamiento no era solamente una capacidad cognitiva o analítica, sino algo más general. Intentó explicarle a Ann lo que le había estado sucediendo y ella pareció escucharlo con atención.
—Por eso he estado estudiando las investigaciones que se realizan en el campo de la memoria. Siguen derroteros interesantes; acuciantes, diría yo. Estoy colaborando con Ursula y Marina y los laboratorios de Acheron, y creo que hemos dado con algo que podría ayudarnos.
—¿Una droga para la memoria?
—Sí. —Le explicó la acción del nuevo complejo anamnésico.— Mi idea era que para el primer ensayo me utilizaran a mí, pero he llegado a la conclusión de que sería mejor si unos cuantos de los Primeros Cien nos reuniéramos en la Colina Subterránea y lo probáramos juntos. El contexto es primordial para el recuerdo, y vernos podría facilitar el proceso. Algunos no están interesados, pero un sorprendente número está dispuesto a hacerlo.