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—No tan sorprendente. ¿Quiénes?

Nombró a todos aquellos con los que había contactado, todos los que quedaban vivos; aproximadamente una docena.

—Y les gustaría que tú también estuvieras allí. A mí me gustaría mucho.

—Parece interesante —dijo Ann—. Pero primero tenemos que cruzar esta caldera.

Caminando sobre la roca, aquel mundo volvió a sorprender a Sax. Lo fundamentaclass="underline" roca, arena, polvo, partículas. Un oscuro cielo de chocolate el de aquel día, sin estrellas. Largas distancias que no se desdibujaban. La extensión de diez minutos. La longitud de una hora cuando sólo se caminaba. La sensación en las piernas, y los anillos de las calderas circundantes, que se elevaban hacia el cielo aun cuando Ann y Sax se encontraban en el centro del circulo central, desde donde las calderas más tardías y profundas parecían una única gran ensenada. Allí la curvatura del planeta no afectaba la perspectiva, y los acantilados curvos eran visibles incluso a treinta kilómetros de distancia. A Sax le parecía hallarse dentro de un cercado. Un parque, un jardín de piedra, un laberinto al que sólo una pared separaba del mundo exterior, que, aunque invisible, lo condicionaba todo. La caldera era grande, pero no lo suficiente para esconderse. El mundo se abatía sobre ella e inundaba la mente, sobrepasaba sus cien billones de bits de capacidad. Sin importar lo grande que fuera la red neural, seguía habiendo un único hilo de pensamiento extasiado, de conciencia, que decía: roca, acantilado, cielo, estrella.

Empezaron a aparecer profundas fisuras en la roca, arcos cuyo centro se encontraba en medio del círculo centraclass="underline" antiguas grietas relacionadas con los grandes agujeros de los anillos del norte y el sur, llenas de piedras y polvo, que dificultaban enormemente la marcha; avanzaban por un laberinto poco menos que intransitable.

Pero lograron salvarlo y finalmente alcanzaron el borde de Círculo Norte, el número 2 en el mapa de Sax. Asomarse a su interior les dio una nueva perspectiva, una idea exacta de la forma de la caldera y sus ensenadas, que caía abruptamente hasta el suelo invisible, mil metros más abajo.

Había una ruta que llevaba hasta ese suelo, pero al ver la expresión de desaliento de Sax cuando ella la señaló (implicaba hacer rappel) Ann se echó a reír. Sólo tendrían que escalar para salir de la caldera, dijo con tranquilidad, y la pared ya era suficientemente elevada. Darían un rodeo.

Sorprendido por su flexibilidad, y agradecido, Sax la siguió por la circunferencia occidental. Se detuvieron a pasar la noche en la gran muralla de la caldera principal.

Después de la puesta de sol, Fobos pasó velozmente sobre la pared occidental como una pequeña llamarada gris. Pavor y Terror, vaya nombres.

—He oído que volver a poner las lunas en órbita fue idea tuya —dijo Ann desde el saco de dormir.

—Es cierto.

—Eso es lo que yo llamo restauración del paisaje —comentó ella complacida.

Sax se sonrojó ligeramente.

—Quería complacerte.

—Me gusta verlas —dijo ella tras un silencio.

—¿Qué te pareció Miranda?

—Muy interesante. —Le habló de algunas características geológicas de aquella extraña luna. La colisión de dos planetesimales que habían quedado unidos imperfectamente.

—Hay un color entre el rojo y el verde —dijo Sax cuando ella terminó de hablar de Miranda—. Una mezcla de los dos. A veces lo llaman alizarino y puede verse en algunas plantas.

—Aja.

—Me hace pensar en la situación política, en si no podría existir una síntesis rojo-verde.

—Pardos.

—Sí, o alizarinos.

—Creía que la coalición Marte Libre-rojos lo era, Irishka y los que echaron a Jackie del poder.

—Una coalición contraria a la inmigración, sí. La combinación equivocada de rojo y verde. Están llevándonos a un conflicto con la Tierra que no era necesario.

—¿No?

—No. La presión demográfica muy pronto empezará a disminuir. Los issei… estamos llegando al final, creo. Y los nisei no van muy por detrás de nosotros.

—Te refieres al declive súbito, ¿no?

—Exactamente. Cuando le sobrevenga a nuestra generación y luego a la siguiente, la población humana en el sistema solar quedará reducida a la mitad de la actual.

—Ya maquinarán algo para llevar las cosas al límite otra vez.

—No lo dudo. Pero ya habremos dejado atrás la era hipermaltusiana. Ellos elegirán sus problemas. De modo que tanta preocupación por la inmigración, hasta el punto de provocar un conflicto que amenaza con desembocar en una guerra interplanetaria… es superflua. Es una actitud miope. Si hubiera un movimiento en Marte que llamara la atención sobre esto, que se ofreciera ayudar a la Tierra a pasar los últimos años de superpoblación, evitaría un baño de sangre inútil. Daría una nueva perspectiva de Marte.

—Una nueva areofanía.

—Sí. Así lo llama Maya. Ella rió.

—Pero Maya está loca de atar.

—Caramba, no —dijo Sax con acritud—. No está loca.

Ann no dijo más y Sax no quiso insistir. Fobos cruzaba el cielo, retrocediendo por el zodíaco.

Durmieron bien. Al día siguiente treparon arduamente por una escarpada barranca que al parecer los escaladores consideraban una suerte de paseo para salir de la caldera. Sax nunca había hecho un esfuerzo físico tan duro, y ni siquiera alcanzaron la cima, sino que tuvieron que montar la tienda a toda prisa al atardecer, sobre un estrecho saliente. Completaron la ascensión al día siguiente, alrededor de mediodía.

En el amplio borde de Olympus Mons todo se conservaba como antaño. Un gigantesco círculo de tierra llana, una banda de cielo color violeta sobre el lejano horizonte bajo, un oscuro zenit. Pequeños eremitorios ocupaban bloques de piedra vaciados. Un mundo aparte, integrado, aunque no del todo, en el Marte azul.

La cabaña en la que se detuvieron estaba ocupada por unos viejos rojos mendicantes que vivían allí esperando el declive súbito, tras el cual sus cuerpos serían incinerados y las cenizas arrojadas a la corriente de chorro.

A Sax le pareció en exceso fatalista. Ann tampoco parecía muy impresionada.

—Muy bien —dijo, viéndolos comer sus magras raciones—. Probaremos ese tratamiento para la memoria.

Muchos de los Primeros Cien propusieron lugares distintos de la Colina Subterránea, pero Sax se mostró inflexible y descartó candidatos como Olympus Mons, órbita baja, Pseudofobos, Sheffield, Odessa, La Puerta del Infierno, Sabishii, Senzeni Na, Acheron, el casquete polar sur, Mángala y alta mar. Insistía que el escenario para un proceso de esa especie era un factor critico, como habían demostrado los experimentos. Coyote soltó una carcajada irreverente ante su descripción del experimento con estudiantes en escafandra aprendiendo listas de palabras en el fondo del mar del Norte; pero los datos eran los datos, y por tanto ¿por qué no llevar a cabo la experiencia en el lugar que ofrecía más garantías de éxito? Había mucho en juego, y ello justificaba cualquier esfuerzo. Como señaló Sax, si recuperaban sus recuerdos intactos, podía suceder cualquier cosa: avances en otros frentes, la derrota del declive súbito, longevidad saludable, una comunidad siempre en expansión en mundos paradisíacos, e incluso el ingreso en un cambio de fase emergente que los llevaría a un nivel superior de progreso dominado por la sabiduría, casi inimaginable. Para Sax se hallaban en la aurora de una edad dorada, que no obstante dependía de la integridad de la mente. Nada avanzaría sin ella. Y de ahí su insistencia en la Colina Subterránea.

—Muy seguro estás tú —se quejó Marina; ella había propuesto Acheron—. No tienes la mente abierta a otras posibilidades.