Estaba muy cansado, pero trató de sobreponerse. El descenso sería importante. Asió la palanca con energía.
Sobrevolaron una hilera de árboles y luego un ancho campo en cuyo extremo el agua llenaba los surcos. Más allá había un huerto. Un aterrizaje en terreno fangoso no estaría nada mal. Pero se desplazaban horizontalmente muy deprisa y a unos diez o quince metros del suelo. Ajustó la altura y vio que los cascos se inclinaban hacia adelante como delfines que se sumergen, y de pronto la tierra se acercó y el barco se arrastró ruidosamente y por último embistió una hilera de árboles jóvenes y se detuvo. Un hombre y varios niños corrieron hacia ellos con caras llenas de asombro.
Sax y Ann se incorporaron con dificultad, y luego él abrió la cabina. Un agua parda y cálida invadía la cubierta. La tarde era ventosa y la bruma se extendía por la campiña árabe. Ann, con la cara mojada y los cabellos erizados, como si la hubiesen electrocutado, esbozó una sonrisa torcida.
—Buen trabajo —comentó.
DECIMOCUARTA PARTE
Lago Fénix
Un disparo, el tañido de una campana, un coro ejecutando contrapuntos.
La tercera revolución marciana fue tan compleja y no violenta que resultó difícil considerarla como una verdadera revolución en aquel momento; pareció más bien el replanteamiento de una discusión, una fluctuación de la marea, una discontinuidad del equilibrio.
La toma del ascensor fue la semilla de la crisis, pero unas semanas más tarde las fuerzas militares terranas bajaron por el cable y la crisis floreció por doquier. En el mar del Norte, en una pequeña hendidura de la costa de Tempe Terra, un puñado de vehículos cayó del cielo, oscilando bajo sus paracaidas o emitiendo pálidos penachos de fuego: una nueva colonia, una incursión de inmigrantes no autorizada. El grupo procedía de Kampuchea; y en otros lugares del planeta desembarcaban inmigrantes de las Filipinas, Pakistán, Australia, Japón, Venezuela, Nueva York. Los marcianos no sabían cómo responder: eran una sociedad desmilitarizada incapaz de imaginar que una cosa así pudiera suceder, y por tanto incapaz de defenderse. O eso creían.
Una vez más fue Maya quien los empujó a la acción utilizando sin descanso su consola de muñeca, como Frank en otro tiempo, y aglutinó a todo el mundo en torno a la coalición que defendía un Marte abierto y orquestó la respuesta general. Vamos, le dijo a Nadia. Una vez más. Y el rumor se extendió por pueblos y ciudades y la población se echó a las calles o se dirigió en tren a Mángala.
En la costa de Tempe, los nuevos colonos camboyanos salieron de los desembarcadores y se metieron en los pequeños refugios que habían caído con ellos, igual que los Primeros Cien dos siglos antes. Y de las colinas bajaron gentes vestidas con pieles y armadas con arcos y flechas. Llevaban un colmillo rojo de piedra y en la coronilla un lazo recogía sus cabellos. Eh, ustedes, dijeron a los colonos, que se habían agrupado delante de uno de los refugios. Permítannos ayudarlos. Bajen esas armas. Les mostraremos dónde están. Ya no necesitan esos refugios, se han hecho anticuados. Esa colina que ven al oeste es el cráter Perepelkin. Hay huertos de manzanos y cerezos en sus faldas y pueden tomar lo que necesiten. Aquí tienen los planos de una casa-disco, el diseño más adecuado para esta costa. Después necesitarán un puerto y algunas barcas de pesca. Si nos permiten usar el puerto, los llevaremos adonde crecen las trufas. Sí, una casa-disco, una casa-disco Sattehneier. Es muy agradable vivir al aire libre. Ya lo verán.
Todas las ramas del gobierno marciano se habían reunido en el hemiciclo de Mángala para hacer frente a la crisis. La mayoría de Marte Libre en el senado, el consejo ejecutivo y el tribunal global medioambiental sostenía que la incursión ilegal de terranos equivalía a una declaración de guerra y requería una respuesta en consonancia. Algunos senadores propusieron alterar las órbitas de los asteroides para lanzarlos contra la Tierra, a menos que los colonos regresaran a casa y el cable recuperara el sistema de supervisión dual. Bastaba un impacto para emular el CT. Los diplomáticos de la UN señalaron que ésa era un arma de doble filo.
Durante aquellos tensos días alguien llamó a la puerta del hemiciclo en Mángala y entró Maya Toitovna, que dijo:
—Queremos hablar. —Y entonces dio paso a los que habían estado aguardando fuera y los impelió a ocupar el estrado como un impaciente perro ovejero: primero Sax y Ann; después Nadia y Art, Tariki y Nanao, Zeyk y Nazik, Mijail, Vasili, Ursula y Marina, incluso Coyote. Los ancianos issei, que venían a atormentar el presente, que volvían a ocupar el estrado para dar a conocer su opinión. Maya señaló las pantallas de la sala, que mostraban imágenes del exterior: el grupo del estrado se prolongaba en una fila que después de recorrer las salas del edificio salía a la gran plaza central que se abría al mar, donde había medio millón de personas reunidas. Las calles de la ciudad estaban igualmente abarrotadas de gente, que no perdía de vista las pantallas para estar al corriente de lo que sucedía en el hemiciclo. Y en la bahía Chalmers una flota de barcos-ciudad había brotado como un sorpresivo archipiélago, con banderas y pendones ondeando en los mástiles. Y en todas las ciudades marcianas las muchedumbres llenaban las calles y observaban las pantallas.
Ann se adelantó y declaró pausadamente que en los últimos años el gobierno de Marte había actuado al margen de la ley y del espíritu de compasión prohibiendo la inmigración. El pueblo marciano no lo aprobaba y por tanto necesitaban un nuevo gobierno. Aquello era un voto de no confianza. Las nuevas incursiones de colonos terranos eran ilegales y asimismo intolerables, aunque comprensibles, pues el gobierno marciano había sido el primero en violar la ley. Y el número de estos colonos no superaba el de colonos legítimos a quienes ilegalmente el gobierno actual les había impedido venir. Marte, continuó Ann, tenía que mantenerse abierto a la inmigración terrana en la medida de lo posible, dentro de los límites impuestos por el medio, durante todo el tiempo que persistiera la crisis demográfica, que en cualquier caso no se prolongaría mucho más. Su obligación para con sus descendientes consistía en pasar aquellos años de estrechez en paz.
—Nada de lo que hay sobre la mesa vale una guerra, lo hemos comprobado, lo sabemos.
Miró a Sax, que se adelantó y se colocó junto a ella ante los micrófonos.
—Marte tiene que ser protegido —dijo él. La biosfera era nueva y su capacidad de sostén limitada. No disponía de los recursos físicos de la Tierra y gran parte de su espacio vacío necesitaba mantenerse en ese estado. Los terranos debían comprenderlo y no desbordar los sistemas locales; si lo hacían, Marte ya no sería útil para nadie. No cabía duda de que el problema demográfico en la Tierra era grave, pero Marte solo no era la solución—. Hay que renegociar las relaciones Marte-Tierra.
Y empezaron a hacerlo. Exigieron la presencia de un delegado de la UN que explicara las incursiones. Discutieron y protestaron, y hubo gritos acalorados. En las tierras salvajes, los nativos se enfrentaron a los colonos e intercambiaron algunas amenazas, pero otros hablaron, engatusaron, riñeron, negociaron. En un momento dado del proceso, en mil lugares distintos, pudo haber estallado la violencia, pues había mucha gente furiosa, pero las cabezas frías prevalecieron. Todo se mantuvo dentro de los límites de la discusión. Muchos temían que aquello no durara, pero estaba sucediendo y la gente lo veía y mantenía el proceso en marcha. En algún momento tenía que manifestarse la mutación de valores, ¿por qué no allí y entonces? Había pocas armas en el planeta y costaba mucho dar un puñetazo o ensartar con una horca a alguien que discutía contigo. Aquél fue el momento de la mutación, un proceso histórico que se desarrollaba ante su mirada atónita, en las calles, las colinas, las pantallas, en el que tenían la oportunidad de intervenir…y la aprovecharon. Se persuadieron unos a otros, un nuevo gobierno, un nuevo tratado con la Tierra, una paz policéfala. Las negociaciones durarían años. Contrapuntos corales, cantaban una grandiosa fuga.