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Esta declaración causó un tumulto… al parecer muchos de ellos habían sospechado la existencia de ese polizón; Maya se puso de pie y señaló teatralmente a Hiroko, llorando. John los acalló a gritos y dijo:

—La visita que me hicieron… ¡la visita!… Ésa fue la mejor prueba de mi teoría sobre los sabotajes, porque conseguí arrancar unas células de piel a uno de ellos, y después de leer el ADN pude compararla con algunas otras muestras encontradas en los lugares saboteados, y esa persona había estado allí. De modo que éstos eran los saboteadores, pero parecía evidente que no intentaban matarme. Sin embargo, una noche en Punto Bajo de Hellas me derribaron y me desgarraron el traje.

—Asintió ante las expresiones de sus amigos.— Fue el primer ataque intencionado que sufrí, y tuvo lugar poco después de que subiera hasta Pavonis. Yo quería hablar con Phyllis y una banda de individuos de las transnacs sobre la internacionalización del ascensor y esas cosas.

Arkadi se rió, pero John no le hizo caso y prosiguió:

—Después de eso, unos investigadores de la UNOMA me han estado acosando. Helmut mismo los autorizó a venir, presionado sin duda por esas transnacionales. Llegué a averiguar que la mayoría de los investigadores había trabajado para Armscor o Subarishii en la Tierra, y no para el FBI como me habían dicho. Son las transnacionales más involucradas en el proyecto del ascensor y la exploración minera del Gran Acantilado, y ahora tienen equipos de seguridad en todas partes, además de ese equipo de presuntos investigadores que se pasean por el planeta. Entonces, justo antes de que la gran tormenta terminara, algunos de esos investigadores trataron de implicarme en el asesinato de la Colina. ¡Sí, lo hicieron! No funcionó, y no puedo probar que fueran ellos, pero vi a dos trabajando en la puesta en escena. Y creo que también ellos mataron a ese hombre, sólo para meterme en dificultades. Para quitarme del medio.

—Deberías decírselo a Helmut —indicó Nadia—. Si presentamos un frente unido e insistimos en que los devuelvan a la Tierra, no creo que pueda negarse.

—Nadia, no se cuanto poder real tiene Helmut —dijo John—. Pero valdria la pena intentarlo. Quiero que se vayan de Marte. Y a esos en particular los tengo grabados en el sistema de seguridad de Senzeni Na entrando en la clínica y hurgando en los robots de limpieza. Las pruebas son incontrovertibles.

Los otros no sabían qué pensar del asunto, pero resultó que varios de ellos también habían sido acosados por otros equipos de la UNOMA, Arkadi, Alex, Spencer, Vlad y Úrsula, incluso Sax, y acordaron en seguida que deportar a los agentes era una buena idea.

—Como mínimo deportar a esos dos —dijo Maya en un tono vehemente.

Sax se limitó a teclear en su ordenador de muñeca y llamó a Helmut. Le explicó la situación y el furioso grupo intervino de vez en cuando.

—Si tú no actúas, se lo plantearemos a la prensa terrana —declaró Vlad.

Helmut frunció el ceño y, después de una pausa, dijo:

—Lo investigaré. Esos agentes serán devueltos a casa, no lo dudes.

—Compruébales el ADN antes de dejarlos ir —pidió John—. El asesino de ese hombre de la Colina Subterránea es uno de ellos, estoy seguro.

—Lo comprobaremos —repuso Helmut de mala gana.

Sax cortó la comunicación y John volvió a mirar a sus amigos.

—Muy bien —dijo—. Pero hará falta algo más que una llamada a Helmut. Ha llegado el momento de que actuemos juntos otra vez, en todo un abanico de temas, sí querernos que el tratado sobreviva. Eso como mínimo. Será un comienzo. Necesitamos unirnos en un grupo político coherente sin importar los desacuerdos que haya entre nosotros.

—Poco importará lo que hagamos —dijo Sax con suavidad, pero se le echaron encima de inmediato en medio de un incomprensible balbuceo de protestas en pugna.

—¡Sí que importa! —gritó John—. Tenemos tantas posibilidades como cualquiera de influir en lo que pase aquí.

Sax sacudió la cabeza, pero los otros escuchaban a John, y la mayoría parecía de acuerdo con éclass="underline" Arkadi, Ann, Maya, Vlad, cada uno desde una perspectiva distinta… Se podía hacer, John podía verlo en las caras de todos. Sólo Hiroko parecía oponerse: tenía el rostro en blanco, cerrado, impenetrable. Ella siempre había sido así, recordó John, y de repente se sintió herido e irritado.

Se puso de pie y señaló el exterior con una mano. Se acercaba la puesta de sol y una vasta textura de sombras moteaba la lámina curva del planeta.

—Hiroko, ¿podría hablar contigo en privado? Sólo un momento. Podemos bajar a esa otra tienda. Tengo un par de preguntas, y luego volveremos.

Todos los otros los miraron con curiosidad. Hiroko hizo al fin una reverencia y caminó delante de John hacia el tubo que llevaba a la tienda de debajo.

Se detuvieron en una punta de la medialuna, bajo las miradas de la gente de arriba y la de algún observador casual abajo. La tienda estaba casi desierta; la gente respetaba la intimidad de los primeros cien.

—¿Tienes alguna sugerencia sobre como identificar a los saboteadores? —inquirió Hiroko.

—Podrías empezar con el muchacho llamado Kasei —dijo John—. El que es una mezcla de ti y de mí. —Hiroko apartó los ojos. Furioso, John se inclinó hacia ella.— Imagino que hay un niño de cada hombre de los primeros cien, ¿no?

Hiroko ladeó la cabeza y se encogió de hombros muy levemente.

—Tomamos las muestras que aportó todo el mundo. Las madres son todas las mujeres del grupo, los padres todos los hombres.

—¿Qué te dio derecho a hacer esas cosas? —preguntó John—. Hacer a nuestros hijos sin consultarnos… huir y ocultarte, ¿por qué? ¿Por qué? Hiroko le devolvió la mirada con calma.

—Teníamos una visión de lo que podía ser la vida en Marte. Nos pareció que nunca la alcanzaríamos. Lo que ha sucedido desde entonces nos ha demostrado que teníamos razón. De modo que pensamos en organizar nuestra propia vida…

—Pero ¿es que no ves lo egoísta que es eso? ¡Todos teníamos una visión, todos queríamos que fuera diferente, y hemos trabajado al máximo para eso, y todo este tiempo tú no has estado aquí, te fuiste a crear tu mundo de bolsillo para tu pequeño grupo! ¡Nos habría venido bien tu ayuda! ¡Quise hablar contigo tantas veces! Resulta que tenemos un hijo de los dos, una mezcla de ti y de mí, ¡y no me has hablado en veinte años!

—No pretendíamos ser egoístas —dijo Hiroko despacio—. Queríamos intentarlo, demostrar prácticamente cómo podíamos vivir allí. Alguien ha de demostrar qué es esa vida diferente de la que tanto hablas, John Boone. Alguien ha de vivir esa vida.

—¡Pero si lo haces en secreto nadie podrá verlo! Nunca planeamos mantenernos siempre en secreto. La situación se puso mal, y permanecimos alejados. Pero aquí estamos ahora, después de todo. Y cuando nos necesiten, cuando podamos ayudar, apareceremos otra vez.

—¡Los necesitamos todos los días! —dijo John bruscamente—. Así es como funciona la vida social. Cometiste un error, Hiroko. Porque mientras estabas escondida, las posibilidades de conservar la naturaleza de Marte han disminuido y mucha gente ha trabajado para acelerar ese proceso, entre ellos algunos de los primeros cien. ¿Y qué has hecho tú para detenerlos? —Hiroko no dijo nada y John prosiguió:— Supongo que has estado ayudando un poco a Sax. Vi una de las notas que le enviaste. Pero ésa es otra de las cosas que me molestan… que ayudes a unos y a otros no.

—Todos lo hacemos —dijo Hiroko, pero parecía incómoda.