Andy Jahns, uno de los más antiguos contactos en las corporaciones de Frank, lo llevó a cenar una noche. Andy estaba furioso con Chalmers, naturalmente, pero no lo demostró, ya que el propósito de la velada era ofrecer un soborno apenas disimulado, o con amenazas apenas veladas. En otras palabras, que todo seguía igual. Le ofreció a Chalmers un puesto como jefe de una fundación que preparaba el consorcio de transporte Tierra-Marte, las viejas industrias aeroespaciales, y el viejo Pentágono detrás ganando sustanciosas comisiones. Esta nueva fundación ayudaría al consorcio a planear la acción política necesaria, y aconsejaría a la UN en asuntos relacionados con el planeta rojo. Se haría cargo en cuanto dejara el puesto de Secretario de Marte, para evitar cualquier apariencia de conflicto de intereses.
—Suena estupendo —dijo Chalmers—. Realmente me interesa mucho. —Y durante la cena convenció a Jahns de que era sincero. No sólo en lo de aceptar el puesto en la fundación, sino en lo de ponerse a trabajar de inmediato para el consorcio. Fue un trabajo difícil, pero era un experto en esas cosas; pudo ver cómo, a medida que transcurría la velada, la suspicacia de Jahns se evaporaba lentamente. La debilidad de los hombres de negocios era creer que el dinero es el fin del juego; trabajaban catorce horas al día para poder comprarse coches con interiores de piel, consideraban que era un pasatiempo sensato jugar en los casinos: en resumen, eran idiotas. Pero idiotas útiles.— Haré todo lo que pueda —prometió enérgicamente, y describió algunas estrategias que podría iniciar en el acto. Hablar con los chinos acerca de la tierra que necesitaban, llevar de nuevo al Congreso la idea de una retribución justa a la inversión. Desde luego. Haz promesas aquí y ahorrarás presiones… y mientras tanto el trabajo podría continuar. No había mayor placer que traicionar a un traidor.
Así que regresó a la mesa de conferencias. El paseo en el puente, decían algunos (otros lo llamaban el Cambio de Chalmers), los había sacado de un callejón sin salida. 6 de febrero de 2057, Ls=144, M-16: una fecha memorable en la historia de la diplomacia. Ahora era cuestión de dar a todo el mundo una parte y ajustar los números. Mientras se fraguaba el proceso, Chalmers habló con todos los primeros cien allí presentes, tranquilizándolos y averiguando lo que pensaban. Sax estaba irritado, pues si las transnacs recortaban las inversiones, la terraformación se detendría. Para él todos los negocios eran calor. Y también Ann estaba irritada, porque el nuevo tratado permitiría tanto la emigración como las inversiones, y ella y los Rojos habían esperado un tratado que convirtiera a Marte en una especie de parque mundial. Esa clase de desconexión con la realidad lo ponía frenético.
—Te acabo de ahorrar cincuenta millones de inmigrantes chinos —le gritó—, y te quejas porque no he conseguido enviarlos a todos de vuelta a casa, porque no hice un milagro y convertí esta roca en un altar, justo al lado de un mundo que empieza a parecerse a Calcuta en un mal día. Ann, Ann, Ann. ¿Qué habrías hecho tú? ¿Qué habrías hecho sino caminar a grandes pasos, lanzando miradas furibundas ante cualquier jodida cosa que se dijera, y convenciendo a todo mundo de que eres de Marte? Señor. Ve a jugar con tus rocas y deja la política a gente capaz de pensar.
—Recuerdo los que es pensar, Frank —dijo Ann. De alguna manera había conseguido que ella sonriese por un segundo. Pero antes de marcharse Ann le echó la vieja mirada salvaje.
Maya estaba contenta. Podía sentir cómo lo miraba cuando él hablaba en las reuniones. Millones de personas observándolo y él sólo sentía esa mirada. Ella admiraba lo que él había hecho en el paseo por el puente, y él sólo le contaba lo que a ella le gustaba oír sobre los acuerdos entre bastidores. Comenzó a reunirse con él todas las noches a la hora del cóctel; se le acercaba cuando la primera marea de críticos y suplicantes había bajado, se quedaba de pie junto a él durante la segunda y la tercera oleada, mirando y distendiéndolo todo con risas, y lo liberaba de vez en cuando recordándole que era hora de comer. Entonces iban a las terrazas restaurante bajo las estrellas, comían, luego bebían café y contemplaban las tejas anaranjadas y los jardines de los techos. La brisa nocturna soplaba como si estuvieran al aire libre. La gente de MartePrimero se había comprometido con el plan, de modo que contaba con la mayoría de los colonos, y también con la oficina norteamericana, dos grupos más poderosos en todo el proceso, exceptuando el liderazgo transnacional, que él no manejaba. De modo que la firma del acuerdo sólo era cuestión de tiempo. Como a veces le decía ya avanzada la noche, cuando ya había caído bajo el hechizo de Maya. Cuando ella lo había calmado.
—Entre nosotros lo conseguiremos —decía, mientras alzaba la vista a las estrellas brillantes, incapaz de enfrentar la mirada de Maya.
Y, una noche, ella pasó la velada con él durante el cóctel. Junto con los demás vieron los informes de las noticias terranas del dia, y advirtió otra vez qué distorsionadas y achatadas parecían todas, como partes de una incomprensible comedia de enredo. Y después se marcharon juntos, y comieron, y luego bajaron a pie por los anchos y herbosos bulevares hasta que llegaron a la habitación de Frank en la parte baja de la ciudad. Y ella lo invito a dentro. Sin explicaciones ni comentarios, como si lo hiciera siempre. Simplemente ocurrió, estaba ocurriendo. Ella entro y cayo después en sus brazos. Se echaron en la cama y lo besó. El impacto fue tal que Frank se sintió completamente fuera de su cuerpo, la carne de goma. Eso empezaba a preocuparle cuando la absoluta presencia animal de ella irrumpió de pronto, el cuerpo le habló al cuerpo y en ese momento pudo sentirla otra vez… las sensaciones retornaron a él tumultuosamente y respondió a ellas con una intensidad animal. Había pasado mucho tiempo.
Después, Maya se envolvió en una sábana y fue a buscar un vaso de agua.
—Me gusta cómo manejas a esa gente —dijo, mirándolo por encima del hombro.
Bebió del vaso y volvió a mirarlo: una mirada plena y franca, penetrante, como una luz errática que brillaba y lo atravesaba. De repente Frank no sólo se sintió desnudo, sino también expuesto. Se subió la sábana por encima de la cadera y pensó que se había delatado. Sin duda ella vería, vería cómo el aire se le convertía en agua helada en los pulmones, cómo se le hacía un nudo en el estómago, cómo se le paralizaban los pies. Parpadeó, le devolvió la sonrisa. Sabía que era una sonrisa descolorida y torva, pero sentir la cara como una máscara rígida sobre la carne verdadera de algún modo lo reconfortó. Nadie era capaz de interpretar con precisión las expresiones faciales, todo eso era mentira, un engaño, como la lectura de las manos o la astrología. Así que estaba a salvo.
Pero después de esa noche, Maya empezó a pasar mucho tiempo con el, tanto en público como en privado. Estaba junto a él en las recepciones que se celebraban todas las noches en una u otra de las oficinas nacionales; se sentaba junto a él en muchas de las cenas de grupo; después navegaba con él en un vehemente mar de conversación, mientras miraban las malas noticias de la Tierra o se sentaban en el grupo cerrado de los primeros cien. Y por la noche iba al cuarto de él, o algo aún más perturbador, lo llevaba al cuarto de ella.
Y todo sin ningún signo de lo que quería de él. Frank concluyó que ella pensaba que no tenía por qué mencionarlo. Que estar con él era suficiente, que él sabría lo que ella quería, y que haría cualquier cosa por conseguirlo sin que ella tuviera que decir una palabra. Que ella tendría lo que quería. Desde luego, era imposible que estuviera haciéndolo todo sin ningún motivo. Esa era la naturaleza del poder; cuando uno lo tiene, ya nadie vuelve a ser simplemente un amigo, simplemente un amante. Inevitablemente, todos querían cosas que uno podía dar… aunque no fuera más que el prestigio de la amistad con el poderoso. Ése era un prestigio que Maya no necesitaba, pero ella sabía lo que quería. Y, después de todo, ¿acaso él no lo estaba haciendo? ¿Exasperando una parte de los suyos para forjar un tratado que sólo complacería a unos cuantos locales? Sí, ella estaba consiguiendo lo que quería y todo sin una palabra, o sin una palabra directa. Nada mas que con alabanzas y afecto.