Dos filas de pilares blancos recorrían el borde del canal, cada pilar era una columna de Bareiss, semicircular en la cima y en la base, pero con una desviación de 180 grados entre los dos hemisferios. Esa sencilla maniobra les daba un aspecto muy diferente según desde dónde las mirasen: las dos hileras parecían extrañamente deterioradas, como si ya estuviesen en ruinas, aunque la superficie de sal recubierta de diamante era pulida y blanca. Sobresalían de la hierba como blancos terrones de azúcar y brillaban como si estuvieran húmedas.
Frank avanzó entre las hileras tocando los pilares. Por encima de ellas, a cada lado, las pendientes del valle se elevaban abruptamente hasta los acantilados de las mesas. Un verdor compacto refulgía detrás de esos riscos de cristal, y parecía como si la ciudad estuviera bordeada por enormes terrarios. Una granja de hormigas realmente elegante. La parte recubierta estaba moteada de árboles y techos de tejas y cortada por bulevares anchos y herbosos. La parte descubierta era una planicie roja y rocosa. Muchos edificios estaban aún en construcción; había andamios y grúas por doquier que se elevaban hacia los tejados, una especie de extraña y colorida estatuaria esquelética. Helmut le había comentado que las laderas cubiertas de tiendas le recordaban a Suiza, lo que no lo sorprendió, ya que la mayor parte de la edificación era suiza.
«Levantan un andamio sólo para cambiar unas macetas en una ventana.»
Sax Russell estaba allí, al pie de uno de esos edificios con andamios, observándolo críticamente. Frank subió por un tubo hasta él y lo saludó.
—Los soportes de esos andamios son excesivos —indicó Sax—. La mitad bastaría.
—A los suizos les gusta. —Sax asintió. Miraron el edificio.— ¿Y bien?
¿Qué piensas?
—¿Del tratado? Habrá menos apoyo al proyecto de terraformación. La gente está más inclinada a invertir que a dar.
Frank frunció el entrecejo.
—No toda la inversión es buena para la terraformación, Sax, no lo olvides. Mucho de ese dinero se gasta en otras cosas.
—Pero, verás, la terraformación es una manera de reducir los gastos generales. Siempre habrá un cierto porcentaje de inversión. Quiero pues que el total sea lo más alto posible.
—Los beneficios reales sólo pueden calcularse si se conocen los costes reales —dijo Frank—. Todos los costes reales. La economía terrana nunca se preocupó por eso, pero tú eres un científico. Tienes que evaluar no sólo los deterioros ecológicos de un aumento demográfico, sino también los posibles beneficios para la terraformacion. Mejor es aumentar la inversión dedicada a la terraformación, que un compromiso y tomar un porcentaje de un total que de todas maneras trabaja contra ella.
Sax hizo una mueca.
—Es precioso oírte hablar contra los compromisos después de los cuatro meses pasados. De todas maneras sigo pensando que es mejor un aumento que un porcentaje del total. Los costes ambientales son insignificantes. Bien manejados pueden convertirse en beneficios. Una economía puede medirse en terawatios o kilocalorías como solía decir John. Y eso es energía. Y aquí podemos usar cualquier clase de energía, incluso la de un montón de cuerpos. Los cuerpos son sólo más trabajo, muy versátil, muy energéticos.
—Costes reales, Sax. Todo. Sigues intentando jugar con la economía, pero la economía no se parece a la física, sino a la política. Piensa en lo que ocurrirá cuando millones de emigrantes desplazados lleguen aquí, con todos sus virus, biológicos y psíquicos. Tal vez se unan a Arkadi o a Ann, ¿se te ha ocurrido pensarlo? ¡Epidemias que podrían aplastar todo tu sistema! Caramba, ¿es que el grupo de Acheron no ha intentado enseñarte biología? ¡Piénsalo, Sax! No se trata de mecánica. Es ecología. Y es una ecología frágil y dirigida, que debe ser dirigida.
—Quizá —dijo Sax. Reconoció la frase: era uno de los tópicos de John. Durante un minuto perdió el hilo de lo que decía Sax-…además, este tratado no traerá tantos cambios. Las transnacionales que quieran invertir encontrarán como hacerlo. Adoptarán una nueva bandera de conveniencia y parecerá que cierto país reclama sus derechos aquí, exactamente según las cuotas del tratado. Pero detrás habrá dinero de una transnacional. Ocurrirán muchas cosas de ese estilo, Frank. Sabes de política, ¿no? ¿Y también de economía?
—Quizá —dijo Frank con brusquedad, irritado. Y se alejó.
Mas tarde visitó un barrio alto del valle, aún en construcción. Se dio la vuelta y miro hacia el valle. Estaba bien situado, eso era incuestionable. Desde allí los dos lados del valle eran mucho mas visibles, desde cualquier punto se tenia una gran visión. De pronto el ordenador de muñeca emitió un Bip; contestó y vio el rostro de Ann.
—¿Qué quieres ahora? Imagino que tú también piensas que te he vendido. Que he dejado que las hordas invadan tu campo de juegos. Ella sonrió.
—No. Hiciste lo mejor que se podía hacer, vista la situación. Eso es lo que quería decirte.
La pantalla se apagó.
—Fantástico —dijo Frank en voz alta—. Toda la gente de dos mundos está contra mí, menos Ann Clayborne. —Rió con amargura y siguió caminando.
De vuelta al canal y a las filas de pilares de Bareiss. Las esposas de Lot. Había grupos de celebrantes diseminados por el césped a ambos lados del canal, y las sombras eran largas a la última luz de la tarde. Por alguna razón, la visión le pareció ominosa y dio media vuelta, no sabiendo adonde ir. Todo parecía acabado, resuelto, y por último inútil. Siempre lo mismo.
Había un grupo de terranos bajo un espléndido edificio de oficinas en la tienda Niederdorf. Andy Jahns se encontraba entre ellos.
Si Ann estaba satisfecha, Andy estaría furioso. Frank se acercó a comprobarlo.
Andy lo vio y torció la cara un momento.
—Frank Chalmers —dijo—. ¿Qué te trae hasta aquí?
El tono parecía amable, pero la mirada era fría. Sí, estaba furioso.
—Sólo estoy dando una vuelta, Andy. para que la sangre circule. ¿Y tú?
Jahns titubeó un instante y dijo:
—Buscamos espacio para oficinas. —Observó la reacción de Frank, y una sonrisa, insinuada primero y franca después, le bailó en la cara. En seguida prosiguió:— Éstos son amigos míos de Etiopía, de Addis Abeba. Estamos pensando en trasladar aquí nuestra oficina central el año próximo. —La sonrisa se hizo más amplia, sin duda como respuesta a la expresión de Frank, que sintió que la cara se le endurecía.-Y tenemos mucho que discutir.
Al-Qahira es el nombre de Marte en árabe, y en malasio y en indonesio. Las dos últimas lenguas lo recibieron de la primera; mirad un globo terráqueo, y observad hasta dónde se extiende la religión de los árabes. La mitad del mundo, desde el oeste de África hasta el oeste del Pacífico. Y casi todo en un siglo. Sí, hubo un imperio árabe; y como todos los imperios, después de morir entró en una especie de letargo.
A los árabes que viven fuera de Arabia se los llama Mahjaris, y a los que vinieron a Marte, los Qahiran Mahjaris. Cuando llegaron, un buen número de ellos empezó a recorrer Vastitas Borealis («La Badia Septentrional») y el Gran Acantilado. Esos nómadas eran principalmente árabes beduinos, y viajaban en caravanas, en una recreación deliberada de una vida desaparecida en la Tierra. Gente que había vivido siempre en ciudades fue a Marte para ambular en rovers y vivir en tiendas. Las excusas para esos incesantes viajes incluían la búsqueda de metales, la areología y el comercio, pero parecía obvio que lo importante era el viaje, la vida misma.
Frank Chalmers se unió a la caravana de Zeyk Tuqan un mes después de que se firmara el tratado, en el otoño septentrional del año M-16 (julio de 2057). Durante largo tiempo viajó con esa caravana por las quebradas pendientes del Gran Acantilado. Trabajo el árabe y les ayudó en la minería e hizo observaciones meteorológicas. La caravana la componían auténticos beduinos de Awlad ’Ali, la costa occidental de Egipto. Habían vivido al norte de la zona que el gobierno egipcio bautizara como el Proyecto del Valle Nuevo, después de que una búsqueda de petróleo tropezara con un acuífero de agua igual al caudal del Nilo durante mil años. Incluso antes de que se descubriera el tratamiento gerontológico, el problema de población egipcio era grave; con un noventa y seis por ciento de tierra desierta, y noventa y nueve por ciento de población concentrada en el Valle del Nilo, era inevitable que las hordas redistribuidas por el Proyecto del Valle Nuevo molestaran a los beduinos, de cultura muy distinta. Los beduinos ni siquiera se llamaban a sí mismos egipcios, y despreciaban a los egipcios del Nilo como seres débiles y licenciosos; pero eso no impidió que los egipcios pasaran en tropel desde el norte por el Proyecto del Valle Nuevo hasta Awlad ’Ali. Los beduinos de otros países apoyaron sin reservas esos puestos avanzados de la cultura árabe, y cuando la comunidad lanzó su programa marciano, compró una parte de la flota de transbordadores TierraMarte y pidió a Egipto que diera preferencia a los beduinos. el gobierno egipcio se mostró más que contento, pues se desembarazaba de una problemática minoría. De modo que allí estaban, beduinos en Marte, vagando por el desierto septentrional que cubría el mundo rojo.