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Para tratar de compensar una separación tan irracional, se mostró desde entonces afable y franca con él, siempre que fuera una situación segura. Y una o dos veces sugirió, de manera indirecta, que para ella aquellos encuentros sólo habían sido una manera de sellar una amistad, algo que también había hecho con otros. No obstante, tuvo que darlo a entender entre líneas, y es posible que él lo malinterpretara. Después de aquel primer arrebato de comprensión, él sólo pareció desconcertado. En una ocasión, cuando ella abandonó un grupo justo antes de que la reunión se disolviera, vio que él le echaba una mirada penetrante. Desde entonces, sólo distancia y reserva. Pero en realidad Frank nunca se había enfadado, y nunca insistió en el tema o se acercó a ella para hablar del asunto. Pero eso era parte del problema, ¿no? Parecía que él no quería que hablaran de ese tipo de cosas.

Bueno, quizá tenía relaciones con otras mujeres, con algunas de las norteamericanas, era difícil saberlo. Él no le dijo nada. Pero era… embarazoso.

Maya decidió abandonar la seducción arrolladora; el placer que perdía no le importaba mucho. Hiroko tenía razón: todo era distinto en un sistema cerrado. Era una pena por Frank (si es que le importaba), ya que le había servido de maestro en ese tema. Finalmente, resolvió compensárselo siendo una buena amiga. En una ocasión, un mes más tarde, se esforzó tanto que calculó mal y fue demasiado lejos, hasta el punto de que él creyó que estaba seduciéndolo otra vez. Habían estado con un grupo, charlando hasta tarde, y ella se había sentado a su lado, y después fue muy evidente que él había recibido una impresión equivocada, y caminó con ella por el Toro D hacia los baños, hablando de ese modo encantador y afable que tenía en esa fase del proceso. Maya estaba enfadada consigo misma; no quería parecer completamente veleidosa, aunque hiciera lo que hiciese en ese momento era muy probable que lo pareciera. Entonces fue con él, sólo porque era lo más fácil, y porque había una parte de ella que quería hacer el amor. Y lo hizo, irritada consigo misma y decidida a que aquélla fuera la última vez, una especie de regalo final que con un poco de suerte haría que todo el incidente quedara como un buen recuerdo para él. Se mostró más apasionada que nunca, realmente quería complacerlo. Y entonces, justo antes del orgasmo, alzó la vista hacia su cara, y fue como mirar las ventanas de una casa vacía.

Ésa fue la última vez.

Av, v para velocidad, delta para cambio. En el espacio, ésa es la medida del cambio de velocidad que se requiere para ir de un lugar a otro… es decir, la medida de energía útil.

Todo está en movimiento. Pero poner algo en órbita alrededor de la Tierra desde la superficie (en movimiento), requiere una mínima Av de 10 kilómetros por segundo; abandonar la órbita de la Tierra y volar hacia Marte requiere una mínima Av de 3,6 kilómetros por segundo; y orbitar alrededor de Marte y posarse en él requiere una Av de aproximadamente un kilómetro por segundo. La parte mas difícil es dejar la Tierra atrás, la atracción gravitatoria más elevada. Para subir a esa increíble curva de espacio-tiempo hace falta mucha fuerza, cambiar la dirección de una inercia enorme.

La historia también tiene una inercia. En las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, las partículas (o los sucesos) tienen dirección; los matemáticos, tratando de demostrarlo, trazan lo que ellos llaman «líneas mundiales» en los gráficos… En los asuntos humanos, las líneas mundiales individuales forman una maraña gruesa, surgiendo de la oscuridad de la prehistoria y extendiéndose a través del tiempo: un cable del tamaño de la misma Tierra, que gira alrededor del Sol en un curso largo y curvo. Ese cable de líneas mundiales enmarañadas es la historia. Viendo dónde ha estado, es evidente hacia dónde va; basta una mera extrapolación. ¿Qué clase de Av hará falta para escapar de la historia, escapar de una inercia tan poderosa, y trazar un nuevo curso?

La parte más difícil es dejar la Tierra atrás.

La forma del Ares daba una estructura a la realidad; el vacío entre la Tierra y Marte empezó a parecerle a Maya una larga sucesión de cilindros ensamblados en ángulos de cuarenta y cinco grados. Había una pista para correr, una especie de carrera de obstáculos, alrededor del Toro C, y en cada juntura aminoraba el paso preparada para afrontar el incremento de presión que generaban los dos codos de 22,5 grados, y de pronto podía ver arriba la extensión del siguiente cilindro. Comenzaba a parecerle un mundo más bien estrecho.

Quizá como compensación la gente empezó a parecer más grande. Las máscaras que habían llevado en la Antártida continuaban cayendo, y aquellos que descubrían alguna característica nueva en éste o en aquél se sentían mucho más libres, lo que provocaba la aparición de otros rasgos ocultos. Un domingo por la mañana los cristianos que había a bordo, una docena o algo así, celebraron la Pascua en la cúpula burbuja. En casa era abril, aunque en el Ares estaban en pleno verano. Después del oficio bajaron a desayunar a la sala del comedor D. Maya, Frank, John, Arkadi y Sax estaban sentados a una mesa, bebiendo tazas de café y té. Las conversaciones entre ellos se habían mezclado con las de otras mesas, y al principio sólo Maya y Frank oyeron lo que le decía John a Phyllis Boyle, la geóloga que había dirigido el oficio de Pascua.

—Entiendo la idea del universo como un superser, y que las fuerzas cósmicas sean los pensamientos de ese ser. Es un concepto amable. Pero la historia de Cristo… —John sacudió la cabeza.

—¿La conoces de verdad? —preguntó Phyllis.

—Me eduqué en el luteranismo en Minnesota —fue la respuesta escueta de John—. Fui a las clases de confirmación, y me la introdujeron a la fuerza en el cráneo.

Razón por la que, probablemente, se molestaba en meterse en una discusión como aquélla, pensó Maya. Tenía una expresión de disgusto que nunca antes le había visto y ella se adelantó un poco, concentrándose de pronto. Miró a Frank; éste observaba el interior de su taza de café como si estuviera perdido en alguna ensoñación, pero ella estaba segura de que él también estaba escuchando.

—Debes saber que los Evangelios fueron escritos décadas después de la muerte de Cristo por gente que jamás lo conoció —dijo John—. Y que hay otros evangelios que muestran a un Cristo distinto, evangelios que fueron excluidos de la Biblia por un proceso político en el siglo tercero. De modo que, en realidad, Cristo es una especie de figura literaria, una invención política. No sabemos nada sobre el hombre real.

Phyllis sacudió la cabeza.

—Eso no es cierto.

—Claro que lo es —replicó John. Eso hizo que Sax y Arkadi alzaran la cabeza en la mesa de al lado—. Mira, todo tiene una explicación. El monoteísmo es un sistema de creencias que aparece en las primitivas sociedades ganaderas. Cuanto más dependan de los rebaños de ovejas, más posible es que crean en un dios pastor. Es una correlación exacta, puedes trazar un gráfico y comprobarlo. Y el dios siempre es varón, porque esas sociedades eran patriarcales. Hay una especie de arqueología, una antropología… una sociología de la religión, que aclara todo esto: cómo surgió, qué necesidades satisfizo.

Phyllis lo observó con una sonrisa ligeramente desdeñosa.

—No sé qué decirte, John. Al fin y al cabo no es una cuestión de historia. Es una cuestión de fe.

—¿Crees en los milagros de Cristo?

—Los milagros no son lo importante. No es la Iglesia o el dogma lo que importa. Es el mismo Jesús quien importa.

—Pero es sólo una invención literaria —repitió John con obstinación—. Como Sherlock Holmes o El Llanero Solitario. Y no contestaste a mi pregunta.