—Quizá —dijo ella.
Algunos lo oyeron y se quedaron más tranquilos. Otros no quisieron oírlo y continuaron celebrándolo.
—No lo sabíamos —le dijo Steve a Ann y a Simón. Había dejado de sonreír y fruncía el ceño, preocupado—. Si lo hubiéramos sabido, imagino que habríamos intentado hablarle. Pero no lo sabíamos. Lo siento. Con un poco de suerte… —Tragó saliva.— Con un poco de suerte ya no estaría allí.
Ann volvió a la mesa y se sentó. Simón revoloteaba junto a ella. Ninguno de los dos parecía haber oído nada de lo que había dicho Steve.
El intercambio de radio se incrementó, como si los que controlaban los satélites de comunicación que aún estaban en órbita se hubieran enterado de lo del cable. Algunos de los rebeldes celebrantes se dedicaron a monitorizar y grabar las transmisiones; otros continuaron de fiesta.
Sax seguía absorto en las ecuaciones de la pantalla.
—Va hacia el este —anunció.
—Así es —corroboró Steve—. Al principio se arqueará mucho, ya que la parte inferior tira de él, y luego seguirá el resto.
—¿A qué velocidad?
—Es bastante difícil de calcular, pero estimamos que serán cuatro horas para la primera vuelta, y luego una hora para la segunda.
—¡La segunda! —exclamó Sax.
—Bueno, ya sabes, el cable tiene treinta y siete mil kilómetros de largo y la circunferencia en el ecuador es de veintiún mil. De modo qué dará la vuelta casi dos veces.
—Será mejor que la gente que esté en el ecuador se aleje deprisa —dijo Sax.
—No exactamente en el ecuador —dijo Steve—. La oscilación de Fobos lo desviará bastante. Es difícil saber cuánto. Depende del punto de oscilación en que estaba el cable cuando empezó a caer.
—¿Norte o sur?
—Lo sabremos en las próximas dos horas.
Los seis viajeros miraron en la pantalla un cielo estrellado. No había modo de observar la caída del cable; sería invisible para ellos hasta el fin. O visible sólo como una línea de fuego.
—Ahí va el puente de Phyllis —dijo Nadia.
—Ahí va Phyllis —dijo Sax.
El grupo de Margaritifer restableció el contacto con el satélite de transmisiones que habían localizado, y descubrió que podía entrar también en algunos satélites de seguridad. Así llegaron a reconstruir la caída del cable. Desde Nicosia, un equipo de la UNOMA informó que el cable había caído al norte de la ciudad, desplomándose verticalmente mientras se desplazaba por la superficie, a través del planeta en rotación. Una voz procedente de Sheffield, alarmada y envuelta en estática, les pidió que lo confirmaran. El cable ya había caído a lo largo de media ciudad y de un campamento del este, por la pendiente del Monte Pavonis y sobre Tharsis, y había allanado una zona de diez kilómetros de ancho con un estampido sónico; podría haber sido peor, pero el aire era muy tenue a esa altura. Ahora los sobrevivientes de Sheffield querían saber si tenían que mudarse al sur para escapar de la siguiente vuelta o intentar rodear la caldera hacia el norte.
No hubo respuesta. Pero otros evadidos de Koroliov, en el borde sur de Melas Chasma en Marineris, informaron que el cable caía ahora con tanta fuerza que se destrozaba al golpear el suelo. Media hora después llamó un equipo de perforación en Aureum; habían salido después de los estampidos sónicos y encontraron un montón de escombros y una brecha incandescente que se extendía de horizonte a horizonte.
Durante una hora no hubo nuevas noticias, sólo preguntas, especulaciones y rumores. Luego uno de los que escuchaban la radio del casco se echó hacia atrás y enseñó los pulgares levantados, y conectó el intercom y una voz excitada gritó a través de la estática:
—¡Está explotando! ¡Cayó en unos cuatro segundos, ardía de un extremo a otro, y cuando golpeó el suelo todo se sacudió! Pensamos que cayó a unos dieciocho kilómetros al norte, y a veinticinco al sur del ecuador. Espero que puedan calcular el resto. ¡Ardía de cabo a rabo!
¡Como si fuera una línea blanca partiendo el cielo! Jamás he visto nada parecido. Aún veo manchas luminosas de un verde brillante. Era como si una estrella fugaz se hubiera desplegado… Aguarden, Jorge está en el intercom, ahí fuera y dice que sólo tiene unos tres metros de altura. El terreno aquí es regolito blando, de modo que el cable está en una zanja que él mismo ha abierto. Dice que es tan honda en algunos sitios que podrían enterrarlo y conseguir una superficie lisa. Dice que serán como fiordos, porque en otros lugares se levanta cinco o seis metros. ¡Creo que seguirá así durante cientos de kilómetros! ¡Como la Gran Muralla China!
Entonces se recibió una llamada del Cráter Escalante, que estaba justo sobre el ecuador. Lo habían evacuado apenas se enteraron de la ruptura del cable, pero habían huido al sur, evitando que los aplastara. Informaron que ahora estallaba con el impacto y enviaba al cielo cortinas de deyecciones derretidas, fuegos artificiales de lava que describían arcos envueltos en una luz crepuscular, y que cuando volvían a caer a la superficie ya eran opacos y negros.
Durante todo ese tiempo Sax no se movió de la pantalla, y ahora, mientras tecleaba y leía, musitaba con los labios fruncidos. En la segunda vuelta la velocidad de caída sería de 21.000 kilómetros por hora, dijo, casi seis kilómetros por segundo; un peligro de muerte para cualquiera que no se encontrase en un lugar elevado y a muchos kilómetros de distancia. Le parecería la caída de un meteorito y cruzaría de horizonte a horizonte en menos de un segundo. Lo seguirían unos estampidos sónicos.
—Salgamos a echar un vistazo —sugirió Steve mirando con aire culpable a Ann y a Simón.
Un grupo numeroso, de hombres y mujeres, salió detrás de Steve. Los viajeros se contentaron con una imagen de vídeo transmitida por una cámara exterior, que alternaron con tomas recogidas por los satélites. Los fragmentos filmados desde la cara en sombras eran espectaculares; mostraban una centelleante línea que caía como el filo de una guadaña blanca y amenazaba cortar en dos el planeta.
Aun así era difícil concentrarse en lo que veían, entenderlo, y mucho menos sentir algo. Cuando llegaron ya estaban exhaustos, ahora todavía más, y sin embargo no podían dormir; continuaron recibiendo tomas de vídeo, algunas desde cámaras robot que volaban en aviones teledirigidos en el hemisferio iluminado, y mostraban una franja ennegrecida y humeante de desolación: el regolito se alzaba en dos largos diques paralelos de deyecciones bordeando un canal lleno de oscuridad, negro y tachonado con una mezcla de material brechado que se hacía más exótico a medida que el impacto era más violento, hasta que al final una cámara teledirigida envió una toma de horizonte a horizonte de una zanja de lo que según Sax tenían que ser diamantes negros en bruto.
El impacto en la última media hora de la caída fue tan fuerte que aplastó todo lo que estaba cerca al norte y al sur; la gente decía que nadie que hubiera visto el golpe del cable había sobrevivido, y la mayoría de las cámaras teledirigidas también habían sido aplastadas. No hubo testigos para los últimos miles de kilómetros de la caída.
Unas imágenes tardías llegaron desde el lado oeste de Tharsis. En la segunda pasada el cable trepó cuesta arriba. Fue breve pero estremecedor: un fulgor blanco en el cielo y una explosión que subía por el lado oeste del volcán. Otra toma, desde un robot en Sheffield oeste, mostró el cable explotando en camino hacia el sur; luego hubo un terremoto o el golpe de una onda de choque sónica, y todo el distrito del borde de Sheffield se desprendió en una única masa y cayó lentamente al suelo de la caldera cinco kilómetros más abajo.
Más tarde vieron muchas tomas de vídeo de la catástrofe, pero solo eran repeticiones o tomas tardías o imágenes de las secuelas, entonces los satélites comenzaron a desconectarse.