Выбрать главу

Así que disponían de cierto tiempo para intentar recuperarse. Pero cuando pasaron por la sala de comunicaciones, Frank seguía ahí, cada vez más sumido en una furia negra y amarga, abriéndose camino entre lo que parecía una interminable pesadilla de diplomacia microtransmitida, hablando continuamente en un tono urgente, desdeñoso, mordaz. Ya había sobrepasado la fase de engatusar a los demás para que hicieran algo, ahora sólo era un puro ejercicio de voluntad: trataba de mover el mundo sin una palanca, o con la más débil de las palancas, siendo su principal punto de apoyo sus viejos contactos norteamericanos y su relación personal con muchos de los líderes rebeldes, y ambos apoyos estaban casi agotados por los acontecimientos y los apagones de televisión. Y tenían cada vez menos importancia en Marte a medida que las fuerzas de la UNOMA y de las transnacionales capturaban una ciudad tras otra. A Nadia le parecía que Frank intentaba manejar el proceso con la fuerza bruta de la cólera. Se dio cuenta de que no soportaba estar cerca de él; las cosas ya iban bastante mal sin esa bilis negra.

Sax le ayudó a conseguir una conexión con Vega para contactar luego con la Tierra. Eso representaba horas entre transmisión y recepción, pero después de dos largos días, envió cinco mensajes codificados, al Secretario de Estado Wu, y mientras esperaba de noche las respuestas, la gente de Vega se entretuvo con cintas de noticias de la Tierra que ellos no habían visto. Todos esos informes, cuando aludían a la situación marciana, retrataban la insurrección como un trastorno menor provocado por elementos criminales, principalmente los prisioneros escapados de Koroliov, dedicados ahora a una destrucción irracional de la propiedad y que habían matado a muchos civiles inocentes. En esos informes se pasaban con insistencia las imágenes de los guardias congelados y desnudos en el exterior de Koroliov, además de telefotografías de satélite de los acuíferos reventados. Los programas más excépticos mencionaban que esas y otras escenas de Marte las proporcionaba la UNOMA, y algunas cadenas de China y Holanda incluso cuestionaban la veracidad de los comunicados. De todos modos, tampoco daban una explicación alternativa de los sucesos y los medios terranos difundían casi todos la versión transnacional. Cuando Nadia se lo dijo, Frank resopló.

—Pues claro —replicó despectivamente—. Las noticias terranas son transnacionales. —Desconectó el sonido.

Detrás de él, Nadia y Yeli se adelantaron instintivamente en el sofá de bambú, como si eso pudiera ayudarlos a oír mejor la toma silenciosa. Las dos semanas que habían pasado aislados del exterior habían parecido un año, y ahora miraban ansiosos la pantalla y se empapaban de noticias. Yeli se levantó para activar de nuevo el sonido, pero vio que Frank estaba dormido en la silla, con el mentón apoyado en el pecho. Cuando llegó un mensaje del Departamento de Estado, Frank despertó con una sacudida, subió el volumen, miró fijamente las diminutas caras en la pantalla, y replicó con aspereza. Luego cerró los ojos y se durmió otra vez.

Al final de la segunda noche del enlace con Vega, había conseguido que el Secretario Wu prometiera presionar a la UN en Nueva York para que restaurara las comunicaciones y detuviera la acción policial hasta que pudieran evaluar la situación. Wu también trataría de conseguir que las fuerzas transnacionales regresaran a la Tierra, aunque eso, apuntó Frank, sería imposible.

El sol había salido hacía un par de horas cuando Frank envió un último agradecimiento a Vega y cortó la conexión. Yeli dormía en el suelo. Nadia se levantó rígidamente y fue a dar un paseo por el parque, aprovechando la luz. Tuvo que pasar por encima de los que dormían en la hierba, en grupos de tres o cuatro, acunados en busca de calor. Los suizos habían montado grandes cocinas y había hileras de retretes junto al muro de la ciudad. Pronto se dio cuenta de que las lágrimas le corrían por la cara. Volvió andando. Era agradable caminar a la luz del día.

Más tarde, regresó a las oficinas de la ciudad. Frank estaba de pie junto a Maya, que dormía en un sillón. La miraba con una expresión vacía; luego alzó la cabeza y observó con ojos cansados a Nadia.

—Está profundamente dormida.

—Todo el mundo está agotado.

—Hmm. ¿Cómo fue en Hellas?

—Inundada.

Frank sacudió la cabeza.

—A Sax tiene que encantarle.

—Eso digo yo todo el tiempo. Aunque creo que la situación se le ha escapado de las manos.

—Ah, sí. —Frank cerró los ojos y pareció quedarse dormido uno o dos segundos.— Siento lo de Arkadi.

—Sí.

Otro silencio.

—Parece una niña.

—Un poco. —En realidad, Nadia nunca había visto a Maya tan envejecida. Todos se acercaban ya a los ochenta años y no podían mantener el ritmo, con tratamiento o sin él. Mentalmente, eran todos viejos.

—La gente de Vega me dijo que Phyllis y el resto de los de Clarke intentarán alcanzarlos en un cohete de emergencia.

—¿No están fuera del plano de la eclíptica?

—Ahora sí, pero tratarán de bajar hasta Júpiter y utilizarlo como sistema de frenado e impulso.

—Eso les llevará un año o dos, ¿no?

—Alrededor de un año. Con un poco de suerte pasarán de largo o caerán en Júpiter. O se quedarán sin comida.

—Parece que no estás en buenos términos con Phyllis.

—Esa zorra. Es responsable de gran parte de lo que ha pasado.

¡Cómo me gustaría haberle visto la cara cuando Clarke se soltó! —Frank rió roncamente.

Maya despertó. La ayudaron a levantarse y salieron al parque en busca de comida. Se metieron en una fila de gente enfundada en trajes, que tosía y se frotaba las manos, y exhalaba penachos de escarcha como blancas bolas de algodón. Muy pocos hablaban. Frank contempló la escena con disgusto, y cuando recibieron sus bandejas de roshti y tabouli, él se puso en seguida a comer y habló en árabe por el ordenador de muñeca.

—Dicen que Alex, Evgenia y Samantha vienen por Noetis con unos beduinos amigos míos —informó cuando cortó.

Eran buenas noticias. Sabían que Alex y Evgenia habían estado en el Mirador Aureum, un bastión rebelde que había destruido unas naves orbitales antes de que un fuego de misiles lo incinerara desde Fobos. Y nadie había tenido noticias de Samantha en todo el mes de la guerra.

De modo que esa tarde, aquellos de los primeros cien que estaban en la ciudad fueron a la puerta norte a recibirlos. La puerta se abría a una larga rampa natural que se adentraba en uno de los cañones más australes de Noctis. Caía la noche cuando apareció una caravana de rovers que avanzaba lentamente seguida por una nube de polvo.

Pasó casi una hora hasta que los vehículos rodaron por el último tramo de la rampa. No estaban a más de tres kilómetros de la puerta cuando de pronto grandes chorros de llamas y deyecciones estallaron entre ellos. Algunos de los rovers fueron empotrados contra el muro del risco y otros cayeron al vacío. Los demás se detuvieron, destrozados y en llamas.

Entonces una explosión golpeó la puerta norte y todos fueron lanzados contra la pared. Gritos y aullidos por la frecuencia común. Nada más; volvieron a levantarse. El material de la tienda aún resistía, aunque la antecámara de la puerta parecía atascada.

Abajo en el camino, unas espirales de humo se elevaron en el aire y se desplazaron hacia el este, deshaciéndose en jirones, y volvieron luego a Noctis arrastradas por el viento crepuscular. Nadia envió un rover robot a comprobar si había supervivientes. Los intercomunicadores crepitaban con estática, nada más que estática, y lo agradeció; ¿qué podía esperar?

¿Gritos? Frank maldecía por el intercomunicador, pasando del árabe al inglés. Intentaba en vano averiguar qué había ocurrido. Pero Alexander, Evgenia, Samantha… Nadia miraba horrorizada las pequeñas imágenes de la muñeca, mientras movía las cámaras robot. Rovers destrozados. Algunos cuerpos. Nada se movía. Un vehículo todavía humeaba.