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—Quizá la emigración no fue más que resonancia estocástica, que amplificaba la débil señal de la revolución.

—No se pueden establecer analogías entre el mundo físico y el mundo social.

—Cállate, Sax. Vuelve a tu realidad virtual.

Frank seguía enfadado; destilaba amargura así como la inundación destilaba vapor de escarcha. Dos o tres veces al día, asaltaba a Michel con preguntas sobre la colonia oculta. Ann se alegró de no estar en la piel de Hiroko cuando Frank se encontrara con ella. Michel contestaba con tranquilidad, sin hacer caso del sarcasmo y la furia que brillaba en la mirada de Frank. Los intentos de Maya por sosegarlo sólo servían para ponerlo mas furioso, pero ella insistía. Ann estaba sorprendida por la perseverancia de Maya, por lo insensible que parecía a los ásperos rechazos de Frank. Era una faceta que no le conocía; por lo general Maya era la persona más volátil del mundo. Pero no ahora.

Al fin rodearon el Espolón de Ginebra y volvieron a estar bajo la pared sur. Las avalanchas interrumpían a menudo el camino al este, pero siempre tenían espacio para desviarse a la izquierda y dar un rodeo.

Llegaron al extremo oriental de Melas. Ahí el abismo más grande se estrechaba y descendía varios cientos de metros hasta los dos cañones paralelos de Coprates, separados por una larga y estrecha meseta. Una escarpada pared cerraba Coprates Sur doscientos cincuenta kilómetros más allá. Coprates Norte empalmaba con unos cañones más bajos en el este lejano. No había otro camino. Era el accidente más largo del sistema Marineris. Michel lo llamaba el Canal de la Mancha; se estrechaba también a medida que avanzaba hacia el este, hasta que alrededor de la longitud sesenta se elevaba y se convertía en un gigantesco desfiladero: acantilados cortados a pico de cuatro kilómetros de altura, que se miraban a través de una grieta de veinticinco kilómetros de ancho. Michel llamaba a ese desfiladero la Puerta de Dover; al parecer las paredes de esos riscos eran blancas, o lo habían sido.

Bajaron por Coprates Norte y los acantilados se cerraron sobre ellos cada día más. La inundación ocupaba todo el ancho del cañón, y la corriente era tan rápida que el hielo de la superficie se quebraba en pequeños témpanos que se desprendían de las olas y se estrellaban de nuevo en la cascada: unos furiosos rápidos de aguas espumosas, el caudal de cien Amazonas coronados de témpanos. Las rojas embestidas de las aguas, como enormes latidos de sangre herrumbrosa, arrancaban y arrastraban el suelo del cañón, como si el planeta se desangrara hasta morir.

Cuando llegaron a la Puerta de Dover vieron sorprendidos que el suelo del cañón estaba casi todo cubierto. El reborde bajo la pared sur del desfiladero no tenía más de dos kilómetros de anchura, y era más estrecho cada vez. Parecía que se derrumbaría en cualquier momento. Maya gritó que era demasiado peligroso continuar y propuso que retrocedieran. Si daban la vuelta y conducían hasta el callejón sin salida de Coprates Sur y conseguían subir a la meseta, entonces podrían dejar atrás las simas de Coprates y seguir hasta Aureum.

Michel insistió en que siguieran adelante y atravesaran la Puerta por el reborde.

—¡Si nos damos prisa lo conseguiremos! ¡Hay que intentarlo! —Y cuando Maya siguió protestando, añadió con contundencia:— ¡La cabecera de Coprates Sur es tan escarpada como estos riscos! ¡El coche no podría subir por ahí! ¡Y no tenemos provisiones para un viaje tan largo! ¡No podemos retroceder!

La única respuesta fue el atronador bramido de la inundación. Permanecieron sentados en el coche, ensimismados, aislados por el fragor como por muchos kilómetros de distancia. Ann deseó que el reborde se desmoronara debajo de ellos, o que les cayera encima una parte de la pared sur y acabara con la indecisión de todos y con aquel ruido terrible y enloquecedor.

Siguieron adelante. Frank, Maya, Simón y Nadia estaban detrás de Michel y Kasei, mirando mientras conducían. Sax se quedo ante la pantalla, estirándose como un gato y observando con ojos de miope las minúsculas imágenes de la inundación. La superficie se calmó un instante, y se congeló, y el estrépito se convirtió en un bramido sordo.

—Es como el Gran Cañón en la escala de un super Himalaya —dijo Sax, al parecer entre dientes, aunque Ann podía oírlo—. El desfiladero Kala Gandaki tiene unos tres kilómetros de profundidad, ¿no es así? Y entre Dhaulagiri y Annapurna sólo hay una separación de cuarenta o cincuenta kilómetros. Llena ese espacio con un caudal como… —No consiguió recordar ninguna inundación comparable.— Me pregunto qué estaría haciendo toda esa agua tan arriba en la Protuberancia Tharsis.

Unos estampidos como de disparos anunciaron otra oleada. La superficie blanca se quebró y se alejó corriente abajo. El ruido los envolvió de nuevo y ahogó todo lo que pensaban o decían, como si el universo vibrara. Un bajo afinándose…

—Se purifica de gases —dijo Ann—. Se purifica de gases.

—Tenía la boca rígida, y sintió en el rostro que no hablaba desde hacía tiempo.

—Tharsis descansa sobre una corriente de magma. La roca sola no podría sostenerse; la protuberancia se habría hundido sin una corriente ascendente del manto.

—Creí que no había manto.

Ella apenas oyó a Sax a través del ruido.

—No, no. —No le importó si Sax la oía o no.— Se ha hecho más lento. Pero las corrientes siguen ahí. Y desde la última gran inundación han vuelto a llenar los acuíferos altos de Tharsis y han mantenido los de Compton en estado líquido. Con el tiempo, las presiones hidrostáticas fueron extremas. Pero con una actividad volcánica menor, y menos impactos de meteoritos, no llegó a estallar. Quizá estuvo lleno mil millones de años.

—¿Crees que Fobos lo hizo estallar?

—Tal vez. Me parece más probable una especie de fusión de reactor.

—¿Sabías que Compton era tan grande? —preguntó Sax.

—Sí.

—Yo no tenía ni idea.

—No.

Ann lo miró. ¿La había oído?

Sí, la había oído. Ocultación de datos… Sax estaba conmocionado, era evidente. No imaginaba ninguna razón que justificara la ocultación de datos. Quizá por eso no se entendían. Sistemas de valores basados en suposiciones muy distintas. Disciplinas científicas independientes.

Sax se aclaró la garganta.

—¿Sabías que era líquido?

—Lo imaginaba. Pero ahora lo sabemos.

La cara de Sax se crispó y puso en pantalla la imagen de la cámara izquierda. Agua negra burbujeante, escombros grises, hielo destrozado, rocas grandes que giraban como dados; olas verticales congeladas que se colapsaban y desaparecían en nubes de vapor de escarcha…

—¡Yo no lo habría hecho así! —exclamó Sax. Ann lo miró, él no apartó la vista de la pantalla.

—Lo sé —dijo ella. Y entonces volvió a estar cansada de hablar, cansada de la inutilidad de las palabras. Nunca había sido diferente: susurros contra el gran bramido del mundo, a medias oídos y menos aun comprendidos.

Cruzaron rápidamente la Puerta de Dover, siguiendo la Rampa de Calais, como Michel llamaba al reborde. Había piedras por doquier y la inundación ya estaba devorando la orilla del reborde. Los fragmentos de las paredes caían delante, detrás y sobre ellos. Era muy posible que cayera una roca mayor y los aplastara como a cucarachas. La perspectiva los preocupaba a todos, y eso le convenía a Ann. Hasta Simón la dejaba en paz, entregado al esfuerzo de navegación o en salidas de reconocimiento con Nadia, Frank o Kasei, contento, pensó Ann, de tener una excusa para alejarse de ella. ¿Y por qué no?