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Una noche volvió a soñar con la cara de la granja. Se despertó temblando y fue incapaz de dormirse de nuevo; y de pronto le pareció que todo estaba fuera de control. ¡Volaban a través del vacío dentro de una pequeña maraña de latas unidas y se suponía que ella estaba al mando de todo aquel carguero de locos! ¡Era absurdo!

Salió de la cabina, subió por el radio del túnel D hasta el eje central. Se empujó hasta la cúpula burbuja, olvidándose del juego del salto del túnel.

Eran las cuatro de la madrugada. El interior de la cúpula burbuja parecía un planetario después de que el público se hubiera ido: silencioso, vacío, con miles de estrellas apiñadas en el oscuro hemisferio de la bóveda. Marte colgaba justo encima, convexo y nítidamente esférico, como si hubieran arrojado una naranja de Piedra entre los astros. Los cuatro volcanes grandes eran visibles marcas de viruela, y era posible divisar las largas fisuras de Marineris. Flotó bajo el planeta, con los miembros extendidos y girando muy ligeramente, tratando de comprenderlo, tratando de sentir algo específico en el confuso patrón de interferencia de sus emociones. Al parpadear, pequeñas lágrimas esféricas flotaron y se perdieron entre las estrellas.

La puerta de la antecámara se abrió. John Boone entró flotando, la vio y se agarró al picaporte de la puerta.

—Oh, lo siento. ¿Te importa si me uno a ti?

—No. —Maya se sorbió la nariz y se frotó los ojos.— ¿Qué hace que te levantes a estas horas?

—Suelo madrugar. ¿Y tú?

—Pesadillas.

—¿Sobre qué?

—No lo recuerdo —contestó, viendo la cara mentalmente. Él pasó flotando a su lado hacía la cúpula.

—Yo nunca puedo recordar mis sueños.

—¿Nunca?

—Bueno, casi nunca. Si algo me despierta en medio de uno, y dispongo de tiempo para pensar en él, entonces quizá lo recuerde, por lo menos durante un rato.

—Eso es normal. Pero es una mala señal si nunca eres capaz de recordar tus sueños.

—¿De verdad? ¿De qué es síntoma?

—Me parece recordar que de una represión extrema. —Ella había ido a la deriva hasta un costado de la cúpula; se impulsó en el aire y se detuvo cerca de él.— Pero eso tal vez sea freudianismo.

—En otras palabras, algo como la teoría de la flogosis. Ella rió.

—Exactamente.

Miraron a Marte, se señalaron lugares el uno al otro. Charlaron. Maya lo miró mientras hablaba. Tenía un aspecto tan afable y alegre…; en realidad no era el tipo de ella. Al principio su alegría le había parecido una especie de estupidez. Pero a lo largo del viaje había comprobado que no era estúpido.

—¿Qué piensas de todas las discusiones sobre lo que deberíamos hacer ahí arriba? —preguntó ella, señalando la piedra roja que tenían delante.

—No lo sé.

—Creo que Phyllis tiene razón en bastantes cosas. Él se encogió de hombros.

—No creo que eso importe.

—¿Qué quieres decir?

—La única parte de una discusión que de verdad importa es lo que pensamos de las personas que discuten. X afirma a, Y afirma b. Exponen argumentos para apoyar sus afirmaciones, con un cierto número de puntos razonables. Pero cuando sus oyentes recuerdan la discusión, lo que importa sólo es que X cree a mientras que Y cree b. La gente entonces forma un juicio sobre lo que piensa de X y de Y.

—¡Pero nosotros somos científicos! Estamos entrenados para sopesar las evidencias. John asintió.

—Cierto. Y como me caes bien, te concedo el punto.

Ella se rió y lo empujó, y cayeron dando vueltas por los costados de la cúpula, alejándose el uno del otro.

Maya, sorprendida de sí misma, frenó el movimiento contra el suelo. Se volvió y vio a John que descendía y se detenía en el extremo más lejano. La miró con una sonrisa en la cara, se agarró a una barandilla y se impulsó al aire, a través del espacio abovedado, en una trayectoria que lo llevaba hacia ella.

Maya lo comprendió al instante, y olvidando por completo la resolución de evitar ese tipo de cosas, se impulsó para interceptarlo. Volaron directamente el uno hacia el otro, y para evitar una colisión dolorosa tuvieron que agarrarse y girar en medio del aire, como si bailaran. Rotaron, las manos aferradas, subiendo despacio en espiral hacia la cúpula. Era un baile, con una finalidad clara y evidente, que estaba ahí a su alcance para cuando ellos lo quisieran: ¡Guau! El pulso de Maya se aceleró, y la respiración se hizo entrecortada. Al fin se juntaron mientras giraban; se unieron tan lentamente como en el acoplamiento de una nave espacial, y se besaron.

Con una sonrisa John se separó de ella empujándola, enviándola hacia la cúpula mientras él descendía al suelo, donde se agarró y arrastró hasta la compuerta de la antecámara. La cerró.

Maya se soltó el pelo y lo agitó para que te flotara alrededor de la cabeza, sobre la cara. Lo agitó con violencia y se rió. No era como si se sintiera al borde de algún amor grande o subyugador; simplemente iba a ser divertido, y esa sensación de sencillez era… Experimentó una gran oleada de deseo, y se empujó desde la cúpula hacia John. Se dobló en un lento salto mortal, bajándose la cremallera del mono mientras giraba, con el corazón latiéndole como timbales, toda la sangre afluyéndole a la piel, que le hormigueaba como si estuviera descongelándose mientras se desvestía; chocó con John, se alejó volando de el después de un brusco tirón a una manga; rebotaron alrededor de la cámara a medida que se Quitaban las ropas, calculando mal los ángulos y los impulsos hasta que, apoyándose apenas en los dedos de los pies, volaron hasta encontrarse en un abrazo giratorio y flotaron besándose entre las ropas flotantes.

En los días que siguieron volvieron a encontrarse. No hicieron ningún esfuerzo por esconder la relación, por lo que en poco tiempo se convirtieron en noticia, una pareja pública. Muchos a bordo parecieron desconcertados por el acontecimiento, y una mañana Maya entró en el comedor, captó una rápida mirada de Frank, sentado en un rincón de la sala, y se estremeció; le recordó algún otro momento, algún incidente, alguna expresión que no fue del todo capaz de evocar.

Pero la mayoría de los que estaban a bordo parecieron complacidos. Después de todo, era una especie de pareja real, una alianza de los dos poderes que había detrás de la colonia, lo que significaba armonía. En efecto, la unión pareció catalizar otras, que o bien salieron del escondite, o cobraron vida en el medio de nuevo supersaturado. Vlad y Úrsula, Dmitri y Elena, Raúl y Marina… por doquier había parejas nuevas, hasta el punto de que los que estaban solos comenzaron a hacer chistes nerviosos sobre ellos. Pero Maya creyó notar menos tensión en las voces, menos discusiones, más risas.

Una noche, tumbada en la cama pensando (pensando en ir a la cabina de John), se preguntó si ésa era la causa por la que se habían unido: no por amor, ella todavía no lo amaba, no era mas que una amiga, espoleada por un deseo fuerte pero impersonal… En realidad era una unión muy útil. Útil para ella… pero apartó ese pensamiento, se concentró en la utilidad de la unión para el conjunto de la expedición. Sí, era política. Como la política feudal, o los antiguos ritos de primavera y regeneración. Y tenía que reconocer que se sentía así, como si estuviera actuando en respuesta a imperativos más poderosos que sus propios deseos, actuando en representación de los deseos de alguna fuerza más grande. Tal vez del mismo Marte.

En cuanto a la idea de que podría haber ganado influencia sobre Arkadi, o Frank, o Hiroko… Bueno, no lo pensó más. Era una de las habilidades de Maya.

Flores amarillas, rojas y anaranjadas se extendieron por las paredes. Marte ahora era del tamaño de la Luna en el ciclo de la Tierra. Era el momento de recoger el fruto de tanto esfuerzo; sólo una semana más y habrían llegado.