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Aún había tensión por los problemas no resueltos de las asignaciones para después del descenso. Ahora a Maya le resultaba más difícil que nunca trabajar con Frank; no era nada evidente, pero se le ocurrió que a él no le desagradaba en absoluto la incapacidad que tenían para controlar la situación, porque las divisiones eran causadas más por Arkadi que por ningún otro, y así daba la impresión de que era más culpa de ella que de él. En varias ocasiones abandonó una reunión con Frank y fue a ver a John, con la esperanza de obtener alguna ayuda. Pero John se mantenía al margen de los debates, y apoyaba todo lo que proponía Frank. Los consejos que le daba a Maya en privado eran muy acertados, pero había otro problema: a él le caía bien Arkadi y le desagradaba Phyllis; por lo que a menudo le recomendaba que apoyara a Arkadi, al parecer ajeno al modo en que eso socavaría su autoridad entre los otros rusos. Sin embargo, ella jamás se lo mencionó. Amantes o no, todavía había cosas que no quería discutir, ni con él ni con ningún otro.

Pero una noche que estaba en la cabina de él, Maya, con los nervios de punta y echada en la cama sin poder dormir, preocupada primero por esto y luego por aquello, dijo:

—¿Crees que sería posible ocultar un polizón en la nave?

—Bueno, no lo sé —repuso él sorprendido—. ¿Por qué lo preguntas? Con un nudo en la garganta le contó lo de la cara a través de la tinaja de algas.

John se incorporó en la cama y se quedó mirándola fijamente.

—¿Estás segura de que no era…?

—Ninguno de nosotros. El se frotó la mandíbula.

—Bueno… Supongo que si alguien de la tripulación lo estuviera ayudando…

—Hiroko —sugirió Maya—. Vaya, no sólo porque sea Hiroko, sino por la granja y todo eso. Solucionaría la cuestión de la alimentación y hay un montón de sitios para ocultarse allí. Y podría haberse refugiado con los animales durante la tormenta.

—¡Recibieron un montón de rem!

—Pero él podría haberse escondido detrás del suministro de agua. No sería difícil montar un pequeño refugio para un solo hombre.

John no podía meterse la idea en la cabeza.

—¡Nueve meses escondiéndose!

—Es una nave grande. Se podría hacer, ¿no?

—Bueno, supongo que sí. Sí, creo que se podría. Pero ¿por qué? — Maya se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Quizá alguien que quería venir y no consiguió pasar la selección. Alguien que tuviera un amigo dentro, o amigos…

—¡Aun así! Quiero decir que muchos de nosotros tenemos amigos que querían venir. Eso no significa que…

—Lo sé, lo sé.

Hablaron durante casi una hora, discutiendo los posibles motivos, los métodos que se podrían haber empleado para colar un pasajero a bordo, para ocultarlo, y así sucesivamente. Y entonces Maya se dio cuenta de pronto de que se sentía mucho mejor, de que en verdad se hallaba de un humor inmejorable. ¡John la creía! ¡No pensaba que se había vuelto loca! Sintió un torrente de alivio y felicidad y lo abrazó.

—¡Es tan maravilloso poder hablar contigo! Él sonrió.

—Somos amigos, Maya. Deberías haberlo mencionado antes.

—Sí.

La cúpula burbuja habría sido un lugar estupendo para ver la aproximación final a Marte, pero iban a estar aerofrenando con el fin de reducir velocidad, y la cúpula se encontraría detrás del escudo de calor que ya habían desplegado. No habría vista alguna.

Aerofrenar les ahorraba la necesidad de llevar una enorme cantidad de combustible, aunque se trataba de una operación extremadamente precisa, y por tanto peligrosa. Tenían un ángulo de deriva de menos de un milisegundo de arco y así, varios días antes de la MOI, el equipo de navegación comenzó a modificar poco a poco su curso con pequeños impulsos de los cohetes y una frecuencia casi horaria, sintonizando minuciosamente la aproximación. Luego, a medida que se acercaban, detuvieron la rotación de la nave. El regreso a la ingravidez, aun en los toros, fue una conmoción. De pronto Maya se dio cuenta de que no se trataba de otra simulación. Se elevó a través del aire tempestuoso de los corredores, viéndolo todo desde una nueva y extraña perspectiva elevada, y de repente lo sintió real.

Durmió a ratos, una hora aquí, tres horas allá. Cada vez que despertaba, flotando en el saco de dormir, tenía un momento de desorientación y creía que se encontraba de nuevo en la Novy Mir. Entonces recordaba, y la adrenalina la despertaba de golpe.

Se impulsaba a través de las salas de los toros, empujando los paneles marrones, dorados y broncíneos de la pared. En el puente consultaba con Mary, o Raúl, o Marina, o cualquiera de los que hubiera en navegación. Todo tranquilo en la trayectoria. Se estaban aproximando a Marte tan rápidamente que daba la impresión de que podían ver cómo se expandía en las pantallas.

Tenían que evitar por treinta kilómetros a Marte, o alrededor de una diez millonésima parte de la distancia que habían recorrido. No era difícil, dijo Mary, lanzándole una rápida mirada a Arkadi. Hasta ahora estaban en el Vuelo Mantra, y con suerte no los enfrentaría con ningún problema delirante.

Los miembros de la tripulación que no estaban comprometidos en la navegación trabajaron para asegurar la nave, preparándolo todo para los virajes y sacudidas que seguramente provocarían dos gravedades y media. Algunos tuvieron que salir en los vehículos de emergencia para desplegar escudos de calor auxiliares y así por el estilo. Había mucho que hacer, y sin embargo los días aún parecían largos.

Iba a ocurrir en plena noche, y por eso dejaron encendidas todas las luces, y nadie se fue a dormir. Todo el mundo tenía un puesto: algunos de guardia, la mayoría sencillamente esperando que terminase. Maya se sentó en su sillón en el puente y observó las pantallas y los monitores, pensando que mostraban el aspecto de una simulación en Baikonur. ¿De verdad iban a entrar en órbita alrededor de Marte?

Desde luego que sí. El Ares golpeó la tenue atmósfera superior de Marte a 40.000 kilómetros por hora, y al instante la nave empezó a vibrar intensamente, el sillón de Maya se sacudió con violencia y se oyó un fragor lejano y profundo, como si volaran a través de un alto horno… y lo parecía, ya que las pantallas ardían con un intenso resplandor rosa anaranjado. El aire comprimido rebotaba en los escudos de calor y crepitaba mientras pasaba ante las cámaras exteriores, de modo que todo el puente estaba teñido del color de Marte. Entonces la gravedad regresó como una venganza; las costillas de Maya fueron estrujadas con tanta fuerza que tuvo problemas para respirar y la visión se le nubló.

¡Dolía!

Surcaban el delgado aire a una velocidad y altitud calculadas. Para situarlos en lo que los aerodinamistas llaman recorrido de transición, un estado intermedio entre el recorrido libre molecular y el recorrido continuo. El recorrido libre molecular habría sido el modo de viaje preferido, porque en él, el aire que golpea los escudos de calor es desviado hacia los costados, y el vacío resultante rellenado casi en su totalidad por difusión molecular; pero avanzaban a demasiada velocidad para eso, y apenas habrían podido evitar el tremendo calor del recorrido continuo, en el que el aire habría pasado por encima del escudo y de la nave como parte de la acción de la oleada. Lo mejor que podían hacer era elegir la trayectoria más alta posible que los frenara lo suficiente, y esto los situaba en un recorrido de transición, que fluctuaba entre el recorrido molecular libre y el recorrido continuo, contribuyendo a que fuera un viaje agitado. Y ahí radicaba el peligro. Si llegaban a impactar con una bolsa de altas presiones en la atmósfera marciana, donde el calor, la vibración o las fuerzas de la g hicieran que algún mecanismo sensible se averiase, entonces se verían arrojados a una de las pesadillas de Arkadi en el mismo instante en que quedarían aplastados en los sillones, «pesando» doscientos kilos cada uno, lo cual era algo que Arkadi nunca había sido capaz de simular muy bien. En el mundo real, pensó lúgubremente Maya, en el momento en que más vulnerables eran al peligro, tanto más impotentes se veían para enfrentarlo.