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Pero tal como lo quiso el destino, el clima estratosférico marciano era estable, y permanecieron en Vuelo Mantra: que en realidad resultó ser una experiencia de ocho minutos estruendosos y estremecedores que cortaban la respiración. Ninguna hora que Maya pudiera recordar se había hecho tan larga. Los sensores mostraron que la temperatura en el escudo de calor principal se había elevado a 600 grados Kelvin…

Y entonces la vibración cesó. El estruendo calló. Habían escapado de la atmósfera después de deslizarse alrededor de una cuarta parte del planeta. Habían desacelerado unos 20.000 kilómetros por hora, y la temperatura del escudo de calor había subido hasta los 710 grados Kelvin, muy cerca del límite. Pero el método había funcionado. Todo estaba en calma. Flotaban, ingrávidos de nuevo, sujetos por las correas de los sillones. Parecía como si hubieran dejado de moverse por completo, como si flotaran en un silencio absoluto.

Inseguros, se desabrocharon las correas y flotaron como fantasmas en el aire frío de las salas, un rumor débil etéreo que sonaba en sus oídos, acentuando el silencio. Hablaban en un tono demasiado alto, estrechándose las manos. Maya se sentía atontada, y no podía entender lo que le decía la gente, no porque no fuera capaz de oírla, sino porque no prestaba atención.

Doce horas de ingravidez más tarde, la nueva trayectoria los llevó una periapsis a 35.000 kilómetros de Marte. Allí encendieron los cohetes principales para conseguir una breve impulsión, aumentando la velocidad alrededor de cien kilómetros por hora; después de eso, de nuevo se vieron atraídos hacia Marte, describiendo una elipse que los llevaría a quinientos kilómetros de la superficie. Se encontraban en órbita marciana.

Cada órbita elíptica alrededor del planeta tomaba casi un día. Durante los próximos dos meses, las computadoras controlarían los impulsos de los cohetes que gradualmente darían forma circular al curso, justo dentro de la órbita de Fobos. Pero los grupos de descenso iban a bajar a la superficie mucho antes, mientras el perigeo se hallara tan cercano.

Trasladaron los escudos de calor de vuelta a sus posiciones de almacenamiento, y entraron en la cúpula burbuja para echar una ojeada. Durante el perigeo Marte llenaba la mayor parte del cielo, como si volaran sobre él en un avión de reacción. La profundidad del Valle Marineris era perceptible; las anchas cimas de los cuatro grandes volcanes aparecieron en el horizonte mucho antes de que vieran las tierras circundantes. Había cráteres por doquier en la superficie. El redondo interior era de un intenso naranja arenoso, un color un poco más claro que el de las planicies que los rodeaban. Polvo, probablemente. Las cordilleras montañosas bajas, escarpadas y curvas eran más oscuras que el entorno, de un color rojizo quebrado por sombras negras. Pero tanto los colores claros como los oscuros apenas se distinguían del omnipresente rojo anaranjado herrumbroso de todas las cumbres, cráteres, cañones y dunas, e incluso del halo curvo de la atmósfera llena de polvo, visible por encima de la brillante curvatura del planeta. ¡Marte rojo! Era paralizante, hipnotizante. Todo el mundo lo sintió.

Pasaron largas horas trabajando, y al fin era trabajo de verdad. Había que desmontar parcialmente la nave. Con el tiempo el cuerpo principal se pondría en órbita cerca de Fobos y se utilizaba como vehículo de regreso de emergencia. Pero veinte tanques en los tramos exteriores del eje central sólo tenían que ser desconectados del Ares y preparados para convertirse en vehículos de aterrizaje planetario, que bajarían a los colonos en grupos de cinco. Estaba previsto soltar el primer transbordador tan pronto como fuera desacoplado y aprestado, de modo que trabajaron en turnos las veinticuatro horas, pasando un montón de tiempo en los vehículos de emergencia. Llegaban a los comedores cansados y hambrientos, y las conversaciones eran ruidosas; el aburrimiento del viaje parecía olvidado. Una noche Maya entró flotando en el baño preparándose para ir a dormir, sintiendo una rigidez en los músculos que no había notado durante meses. A su alrededor Nadia, Sasha y Yeli Zudov charlaban, y en aquel cálido aluvión de ruso fluido de pronto se le ocurrió que todo el mundo se sentía feliz… se encontraban en el último momento de su esperanza, una esperanza que había anidado en sus corazones durante la mitad de sus vidas, o desde la niñez… y ahora, de repente, había florecido bajo ellos como el dibujo de Marte hecho por un niño con lápices de cera, creciendo y luego haciéndose pequeño, creciendo y haciéndose pequeño, y a medida que subía y bajaba se aparecía ante ellos en todo su inmenso potenciaclass="underline" tabla rasa, pizarra vacía. Una pizarra vacía roja. Todo era posible, todo podía suceder… en ese sentido eran, sólo en esos últimos días, perfectamente libres. Libres del pasado, libres del futuro, ingrávidos en su propio aliento, flotando como espíritus a punto de encarnar un mundo material… En el espejo Maya vio una sonrisa distorsionada por el cepillo de dientes, y se aferró a una barandilla para mantenerse en equilibrio. Se le ocurrió que quizá nunca volviera a ser tan feliz. La belleza era la promesa de felicidad, no la felicidad en sí misma; y el mundo anticipado era a menudo más magnifico que el mundo real. Pero ahora, ¿quién podía saberlo? Tal vez ésta fuera por fin la ocasión dorada.

Soltó la barandilla y escupió la pasta dentífrica en una bolsa de desperdicios líquidos; luego flotó hacia el corredor. Viniera lo que viniese, habían llegado a la meta. Por lo menos se habían ganado la oportunidad de intentarlo.

Desmontar el Ares hizo que muchos de ellos se sintieran un poco extraños. Era, como John dijo, como desmantelar un pueblo y arrojar las casas en distintas direcciones. Y era el único pueblo que tenían. Bajo el gigantesco ojo de Marte, todas sus diferencias se acentuaron; estaba claro que ése era el punto crítico, quedaba poco tiempo. La gente discutió, de forma abierta o soterrada. Había tantos pequeños grupos que ahora celebraban sus propios consejos… ¿Qué había ocurrido con ese breve momento de felicidad? Maya echaba casi toda la culpa a Arkadi. Él había abierto la caja de Pandora; si no hubiera sido por él y sus palabras, ¿se habría apiñado tanto el grupo de la granja en torno a Hiroko?, ¿habría mantenido consultas tan secretas el equipo médico? No lo creía.

Frank y ella trabajaron duro para reconciliar las diferencias y alcanzar un consenso, para darles la sensación de que aún formaban un solo equipo. Esto requirió largas conferencias con Phyllis y Arkadi, Ann y Sax, Houston y Baikonur. En el proceso se desarrolló entre los dos líderes una relación que todavía era más compleja que sus primeros encuentros en el parque, aunque éstos eran parte de esa misma relación; Maya ahora comprendía, por los esporádicos destellos de sarcasmo y de resentimiento de Frank, que el incidente lo había perturbado más de lo que ella había creído entonces. Pero ahora ya no se podía hacer nada.

Finalmente, se encomendó a Arkadi y sus amigos la misión de Fobos, principalmente porque nadie más la quiso. A todo el mundo se le prometió una plaza en un estudio geológico si la deseaba, y Phyllis, Mary y el resto del «grupo de Houston» recibieron garantías de que la construcción del campamento base se haría de acuerdo con los planes concebidos en Houston. Tenían la intención de trabajar en la base para verificarlo.

—De acuerdo, de acuerdo —gruñó Frank al final de una de esas reuniones—. Todos vamos a estar en Marte, ¿es realmente necesario, — pregunto—, que nos peleemos de esta manera por lo que vamos a hacer allí?