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…y así sucesivamente. Y eso sólo era el equipo mecánico, sus herramientas de carpintero. En otros sectores del depósito estaban almacenando equipos de investigación y laboratorio, herramientas de exploración geológica, y un montón de computadoras, radios, telescopios y cámaras de vídeo; y el equipo de biosfera tenía depósitos abarrotados de material para la granja, los recicladores de desperdicios, el mecanismo de intercambio gaseoso, en resumen, toda la infraestructura; y el equipo médico tenía almacenado el material destinado a la clínica, y los laboratorios de investigación e ingeniería genética.

—¿Sabes lo que es esto? —le dijo Nadia a Sax Russell una noche mientras visitaban juntos su almacén—. Es una ciudad entera, desmantelada y distribuida en piezas.

—Y una ciudad próspera, además.

—Sí, una ciudad universitaria. Con departamentos de primer orden en diversas disciplinas.

—Pero aún sólo en piezas sueltas.

—Sí. Aunque me gusta bastante así.

La puesta de sol era el momento obligatorio de volver al habitat, y en el crepúsculo ella entraba trastabillando en la antecámara, y tomaba otra cena frugal y fría sentada en la cama, escuchando la charla a su alrededor. En su mayor parte se refería al trabajo del día y la distribución de las tareas para el día siguiente. Se suponía que eran Frank y Maya quienes la preparaban, pero de hecho sucedía de un modo espontáneo, en una especie de sistema de cambalache. Hiroko era particularmente buena en esa actividad, lo cual resultaba sorprendente dado lo reservada que había sido durante todo el viaje; pero ahora que necesitaba ayuda, se pasaba la mayor parte de las noches yendo de persona en persona, tan perseverante y persuasiva que por lo general tenía a su disposición un equipo considerable trabajando en la granja todas las mañanas. Nadia no era capaz de comprenderlo; tenían a mano cinco años de comida deshidratada y enlatada, un alimento que a ella le parecía perfecto, porque casi siempre había comido peor y ya no prestaba atención a la comida; bien podía haber estado comiendo heno o repostando como uno de los tractores. Pero necesitaban la granja para cultivar bambú, que Nadia quería usar como material de construcción en el habitat permanente que esperaba edificar muy pronto. Todo se interrelacionaba; todas las tareas se entremezclaban, eran complementarias. De modo que cuando Hiroko se dejó caer a su lado, dijo:

—Sí, sí, estaré allí a las ocho. Pero no puedes construir la granja permanente hasta que no se haya construido el habitat base. Por tanto, mañana tendrías que ayudarme tú a mí.

—No, no —dijo Hiroko riéndose—. Esperaremos a pasado mañana, ¿de acuerdo?

La principal competencia de Hiroko en busca de mano de obra venía de Sax Russell y su gente, que trabajaban para poner en funcionamiento todas las factorías. Vlad y Úrsula y el grupo de biomedicina también estaban ansiosos por instalar sus laboratorios. Esos tres equipos parecían dispuestos a vivir en el parque de remolques por un tiempo indefinido, siempre y cuando sus propios proyectos progresaran; por suerte había un montón de gente que no estaba tan obsesionada con su trabajo, gente como Maya y John y el resto de los cosmonautas, que tenían interés en mudarse a una residencia más grande y mejor protegida tan pronto como fuera posible. Así que ellos ayudarían en el proyecto de Nadia.

Cuando terminó de comer, llevó la bandeja a la cocina y la limpió con un pequeño estropajo; luego fue a sentarse junto a Ann Clayborne y Simón Frazier y el resto de los geólogos. Ann parecía casi dormida; pasaba las mañanas haciendo largos viajes en rover y a pie, y después trabajaba duramente en la base toda la tarde, tratando de compensar sus excursiones. A Nadia le parecía extrañamente tensa, menos feliz de estar en Marte de lo que se habría podido esperar. Parecía reacia a trabajar en las factorías, o para Hiroko; en verdad casi siempre iba a trabajar para Nadia. Como Nadia sólo intentaba construir viviendas, podía decirse que tenía un impacto menor en el planeta que los equipos más ambiciosos. Quizá fuera por eso, quizá no; Ann no lo decía. Era una mujer difícil, taciturna… no al estilo estrafalario y ruso de Maya, sino de un modo más sutil, y de un registro más sombrío, pensó Nadia. Tenía un algo de Bessie Smith.

Alrededor de ellos la gente recogía los restos de la cena y hablaba, repasaba instrucciones y hablaba, se arracimaba en torno a terminales de ordenador y hablaba, lavaba la ropa y hablaba, hasta que todos se acostaban, hablando en un tono cada vez más bajo, y se quedaban dormidos.

—Es como el primer segundo del universo —observó Sax Russell, frotándose la cara con gesto cansado—. Todos amontonados juntos y sin ninguna forma. Sólo un puñado de partículas calientes que corren de un lado para otro.

Y eso sólo era un día; y así es como transcurrían todos los días, día tras día tras día. Ningún cambio de tiempo que pudiera mencionarse, excepto un ocasional jirón de nube, o una tarde un poco más ventosa. Los días se sucedían siempre iguales. Todo tomaba demasiado tiempo. Sólo meterse en los trajes y salir de los habitats era una proeza, y luego había que calentar todo el equipo; y aunque se había construido según unos estándares uniformes, procedían de distintos países, y las desigualdades de tamaño y función eran inevitables. Y el polvo («¡No lo llames polvo!», se quejaba Ann. «¡Es como llamar grava al polvo! ¡Llámalo arena, es arena menuda!») se metía en todas partes y el trabajo físico bajo el frío penetrante era agotador, de modo que iban más despacio de lo que habían pensado, y comenzaron a coleccionar un buen número de heridas menores. Y, por último, había una cantidad asombrosa de cosas por hacer, algunas de las cuales nunca se les habían ocurrido. Por ejemplo, tardaron casi un mes (habían previsto diez días) en abrir todos los embalajes, verificar el contenido, trasladarlo a los depósitos apropiados… y llegar al punto en el que de verdad podían empezar a trabajar.

Después de eso, empezaron a construir con seriedad. Y ahí es donde Nadia entraba en terreno propio. No había tenido nada que hacer en el Ares, para ella había sido una especie de hibernación. Pero tenía la habilidad de saber construir cosas, un talento entrenado en la amarga escuela de Siberia. En poco tiempo se convirtió en la principal reparadora de la colonia, el solvente universal, como la llamaba John. Había ayudado en casi todos los trabajos que tenían entre manos, y el andar todo el día por ahí contestando preguntas y dando consejos, floreció en una especie de paraíso intemporal de tareas. ¡Había tanto que hacer! ¡Tanto! Cada noche en las sesiones de planificación la astucia de Hiroko se ponía en marcha, y la granja creció: tres filas paralelas de invernaderos, que se parecían a los invernaderos comerciales terranos, salvo que eran más pequeños y de muros muy gruesos, para evitar que explotaran como globos de fiesta. Incluso con presiones interiores de sólo 300 milibares, que apenas eran aptas para el cultivo, la diferencia con el exterior era drástica; un sello mal hecho o un punto débil, y todo volaría en pedazos. Pero Nadia era particularmente buena para sellar en climas fríos, y por ello una aterrorizada Hiroko la llamaba cada dos por tres.