Así que necesitaban más agua, pero las exploraciones sísmicas no habían encontrado ninguna señal de acuíferos subterráneos, y Ann creía que no había ninguno en aquella región. Tenían que seguir dependiendo de los extractores de aire, o arañar regolito y cargarlo en las destilerías de tierra-agua. Pero a Nadia no le gustaba hacer trabajar en exceso a las destilerías, ya que habían sido fabricadas por un consorcio francés— húngaro-chino, y era seguro que se agotarían si se las empleaba para el trabajo pesado.
Pero así transcurría la vida en Marte; era un lugar seco. Shikata ga nai.
—Siempre hay opciones —replicó Phyllis.
Había sugerido que llenaran vehículos de descenso con hielo de Fobos y los bajaran a Marte. Pero Ann consideraba que era un despilfarro ridículo de energía, y la discusión empezó de nuevo.
Resultaba especialmente irritante para Nadia porque ella misma estaba de tan buen humor. No veía ninguna razón para pelearse, y le preocupaba que los otros no sintieran lo mismo. ¿Por qué la dinámica de un grupo fluctuaba tanto? Allí estaba, en Marte, donde las estaciones eran el doble de largas que las de la Tierra y cada día cuarenta minutos más largo: ¿por qué la gente no podía relajarse? Nadia tenía la sensación de que había tiempo de sobra para hacer las cosas, aunque ella siempre estuviera ocupada, y los treinta y nueve minutos y medio adicionales eran con toda probabilidad el componente más importante de esa sensación; los biorritmos circadianos humanos habían sido establecidos a lo largo de millones de años, y ahora, de pronto, disponer de minutos extra de día y de noche, día tras día, noche tras noche… no cabía duda de que tenía sus efectos. Nadia estaba segura, porque a pesar del ritmo febril del trabajo cotidiano y que por las noches estaba tan fatigada que perdía el conocimiento, siempre se despertaba descansada. Esa extraña pausa en los relojes digitales, cuando a medianoche los números llegaban a las 00:00:00 y de repente se detenían, y el tiempo no marcado pasaba, pasaba, pasaba, a veces en verdad parecía que durante un tiempo muy largo; y entonces saltaban a las 00:00:01, y comenzaban el habitual e inexorable parpadeo… bueno, el lapso marciano era algo especial. A menudo Nadia lo experimentaba durmiendo, como la mayoría. Pero Hiroko cantaba un salmo durante ese intervalo cuando estaba despierta, y ella y el equipo de granja, y muchos de los demás, y en las fiestas nocturnas de los sábados lo cantaban durante el lapso… algo en japonés, Nadia nunca averiguó qué era, aunque a veces también ella lo tarareaba, sentada mientras disfrutaba de la cámara subterránea y de sus amigos.
Pero una noche de sábado mientras estaba sentada allí, casi comatosa, se le acercó Maya y se sentó muy cerca de ella para charlar. Maya con su hermoso rostro, siempre bien acicalado, siempre a la última moda en chicamost, incluso con sus monos de trabajo de cada día; y ahora parecía angustiada.
—Nadia, por favor, por favor, tienes que ayudarme.
—¿Qué?
—Necesito que le digas algo a Frank.
—¿Por qué no se lo dices tú?
—¡No puedo dejar que John nos vea hablando! He de hacerle llegar un mensaje, y por favor, Nadejda Francine, tú eres mi único medio. — Nadia emitió un sonido de disgusto.— Por favor.
Era sorprendente lo mucho que Nadia habría preferido estar charlando con Ann, o Samantha, o Arkadi. ¡Ojalá Arkadi bajara de Fobos! Pero Maya era su amiga. Y tenía una expresión desesperada en la cara. Nadia no podía soportarlo.
—¿Qué mensaje?
—Dile que me encontraré con él esta noche en la zona de almacenaje —dijo Maya imperiosamente—. A medianoche. Para hablar. Nadia suspiró. Pero luego se acercó a Frank y le transmitió el mensaje. Él asintió sin mirarla a los ojos, avergonzado, desdichado, sombrío.
Unos días más tarde, Nadia y Maya estaban limpiando el suelo de ladrillo de la cámara que aún no habían presurizado, y la curiosidad dominó a Nadia; rompió el silencio habitual y le preguntó a Maya qué estaba pasando.
—Bueno, se trata de John y de Frank —contestó Maya con tono quejumbroso—. Son muy competitivos. Son como hermanos, y hay celos entre ellos. John vino antes a Marte, y después le permitieron volver, y Frank no cree que fuera justo. Frank trabajó mucho en Washington buscando fondos para la colonia, y piensa que John siempre se ha aprovechado, y ahora… bueno. John y yo estamos bien juntos, me gusta. Con él es fácil. Fácil, pero quizá un poco… no lo sé. No aburrido. Pero no excitante. Le gusta pasear, estar con el equipo de la granja. ¡No le gusta hablar! Pero con Frank podríamos hablar toda una eternidad. Discutir una eternidad, tal vez, ¡pero por lo menos estaríamos hablando! Ya sabes, tuvimos una breve relación en el Ares, al principio, y no funcionó, aunque él aún piensa que podría salir bien.
¿Por qué iba a pensarlo?, articuló Nadia en silencio.
—Así que sigue intentando convencerme de que deje a John y me quede con él, y John sospecha que es eso lo que hace, y los dos están muy celosos. Yo sólo intento evitar que se agarren por el cuello, nada más.
Nadia había decidido no volver a preguntar sobre el tema. Pero ahora a pesar de sí misma se encontraba involucrada. Maya se le acercaba continuamente y le pedía que le transmitiera mensajes a Frank.
«¡No soy una mensajera!», protestaba Nadia, pero no dejaba de hacerlo, y en una o dos ocasiones mantuvo largas conversaciones con Frank, sobre Maya, por supuesto; quién era, cómo era, por qué actuaba cómo lo hacía.
—Mira —le dijo—, no puedo hablar por Maya. No sé por qué hace lo que hace, tendrás que preguntárselo tú mismo. Pero puedo decirte que viene de la vieja cultura del Soviet de Moscú, universidad y Partido Comunista tanto por su madre como por su abuela. Y los hombres eran los enemigos para la babushka de Maya, y también para su madre, que era una matrioshka. La madre de Maya solía decirle: «Las mujeres son las raíces, los hombres sólo son las hojas». Hubo toda una cultura de desconfianza, manipulación, miedo. De ahí es de donde viene Maya. Y al mismo tiempo tenemos esa tradición de amicochonstuo, una especie de amistad profunda en la que te enteras de los detalles más insignificantes de la vida de tu amigo, en cierto modo cada uno invade la vida del otro, y desde luego eso es insostenible y tiene que terminar, casi siempre mal.
—Frank asentía ante esa descripción, reconociendo algunas verdades. Nadia suspiró y continuó:— Ésas son las amistades que conducen al amor, y luego el amor tiene el mismo problema, sólo que aumentado, en especial con todo ese miedo que yace en el fondo.