Evidentemente, el debate no se limitaba a Marte. Innumerables artículos sobre las distintas posiciones eran redactados y discutidos en los centros de estrategia de Houston, Baikonur, Moscú, Washington y la Oficina de la UN para Asuntos Marcianos en Nueva York, al igual que en los despachos gubernamentales, las oficinas de los periódicos, las salas de reunión de las juntas directivas de las corporaciones, los campus universitarios, los bares y los hogares de todo el mundo. Mucha gente de la Tierra empezó a emplear los nombres de los colonos como una especie de taquigrafía para las diferentes posiciones, de modo que al mirar las noticias terranas los mismos colonos veían a algunos diciendo que apoyaban la posición Clayborne o estaban a favor del programa Russell. Este recordatorio de la enorme fama que tenían en la Tierra, como personajes de dramas televisivos, siempre era extraño y perturbador. Después del torbellino de especiales de televisión y de las entrevistas que siguieron al descenso, habían tendido a olvidar las constantes videotransmisiones, absortos en la realidad cotidiana. Pero las cámaras de vídeo aún seguían grabando metraje para enviarlo a casa, y había un montón de gente en la Tierra aficionada a ese espectáculo.
De modo que casi todo el mundo tenía una opinión. Las encuestas revelaban que la mayoría apoyaba el programa Russell, un nombre no oficial para los planes de Sax de terraformar el planeta por todos los medios y tan rápidamente como fuera posible. Pero la minoría que respaldaba la postura de Ann de no intervención tenía convicciones más vehementes, insistiendo en las graves repercusiones inmediatas, en la política sobre la Antártida y en verdad en toda la política medioambiental terrana. Mientras tanto, distintas encuestas dejaron claro que muchas personas estaban fascinadas con Hiroko y su proyecto agrícola, mientras que otras se llamaban a sí mismas bogdanovistas; Arkadi había estado transmitiendo montones de vídeos desde Fobos, y la Luna era buen material, un auténtico espectáculo de arquitectura e ingeniería. Nuevos hoteles terranos y complejos comerciales ya imitaban algunos de estos edificios. Había un movimiento arquitectónico llamado bogdanovismo, y otros movimientos interesados en él, pero más preocupados por las reformas sociales y económicas del orden mundial.
Pero la terraformación estaba muy cerca del centro de todos esos debates, y las discrepancias de los colonos se exhibían en el escenario público más grande posible. Algunos reaccionaron evitando las cámaras y las peticiones de entrevistas; «Es justo de lo que quería escapar al venir aquí», dijo el ayudante de Hiroko, Iwao, y unos cuantos estuvieron de acuerdo. A casi todos los demás les era indiferente; unos pocos parecían disfrutar de la situación. Por ejemplo, el programa semanal de Phyllis era emitido tanto en las televisiones cristianas por cable como en los programas de análisis comercial de todo el mundo. Pero, sin importar cómo lo enfocaran, era evidente que la mayoría de las personas en la Tierra y en Marte daban por hecho que la terraformación tendría lugar. No se trataba de una cuestión de si sino de cuándo, y de cuánto costaría. Entre los mismos colonos éste era casi el punto de vista común. Muy pocos se alinearon con Ann: Simón, desde luego; quizá Úrsula y Sasha; tal vez Hiroko; a su manera, John; y ahora, a su manera, Nadia. Había más de esos «rojos» en la Tierra, pero por necesidad defendían su postura como una teoría, un juicio estético. El argumento más poderoso en favor de esta posición, y por lo mismo el que Ann señalaba más a menudo en sus comunicados a la Tierra, era la posibilidad de que hubiera vida indígena.
—Si hay vida en Marte —decía Ann—, la alteración radical del clima podría exterminarla. No podemos inmiscuirnos mientras el estatus de la vida marciana siga siendo desconocido; no es científico, y peor aún, es inmoral.
Muchos estaban de acuerdo, incluyendo gentes de la comunidad científica terrana; esto influyó en el comité de la UNOMA encargado de supervisar la colonia. Pero cada vez que Sax oía ese argumento, empezaba a parpadear.
—No hay rastro de vida en la superficie, pasado o presente —decía—. Si existe ha de estar bajo tierra, supongo que cerca de las chimeneas volcánicas. Pero aunque haya vida ahí abajo, podríamos buscar durante diez mil años y no encontrarla nunca, ni eliminar la posibilidad de que exista en algún otro lugar, en algún sitio en donde no hemos mirado. De modo que esperar hasta que sepamos con seguridad que no hay vida… una postura bastante corriente entre los moderados… en realidad significa esperar para siempre. Y esto por una posibilidad remota que la terraformación, en cualquier caso, no amenazaría de forma inmediata.
—Por supuesto que sí —replicaba Ann—. Quizá no de inmediato, pero con el tiempo el permafrost se derretiría, habría movimientos en toda la hidrosfera, que sería contaminada por el agua más caliente y las formas de vida terranas: bacterias, virus, algas. Puede que tarde un poco, pero sucederá con absoluta seguridad. Y no podemos correr ese riesgo.
Sax se encogía de hombros.
—En primer lugar, se trata de una suposición de vida, una probabilidad muy baja. En segundo lugar, no estaría en peligro durante siglos. En todo ese tiempo sería posible encontrarla y protegerla.
—Pero tal vez no la encontremos.
—¿Así que nos detenemos por la remota posibilidad de que haya una vida que nunca podremos encontrar? Ann se encogió de hombros.
—Tenemos que hacerlo, a menos que digas que está bien destruir vida en otros planetas mientras no podamos dar con ella. Y no olvides que la vida indígena en Marte sería la historia más grande de todos los tiempos. Tendría unas repercusiones en la cuestión de la frecuencia de vida galáctica de incalculables consecuencias. ¡La búsqueda de vida es uno de los principales motivos por los que estamos aquí!
—Bueno —decía Sax—, mientras tanto, la vida que ciertamente existe está expuesta a una cantidad muy alta de radiación. Si no la reducimos, tal vez no podamos quedarnos. Necesitamos una atmósfera más densa.
Ésa no era una respuesta a la posición de Ann, sino una alternativa, un argumento de gran influencia. Millones de personas en la Tierra querían venir a Marte, a la «nueva frontera», donde la vida de nuevo era una aventura; las listas de espera para la emigración, tanto reales como falsas, estaban desbordadas. Pero nadie quería vivir en un baño de radiación mutágeno, y el deseo práctico de hacer que el planeta fuera seguro para los humanos era más fuerte en la mayoría de la gente que el deseo de preservar el paisaje sin vida que ya estaba allí, o el de proteger una supuesta vida indígena que para muchos científicos no existía.
De modo que se tenía la impresión, incluso entre aquellos que instaban a la prudencia, de que la terraformación iba a ocurrir. Un subcomité de la UNOMA se había reunido para estudiar el asunto, y en la Tierra lo habían convertido en una etapa determinada e inevitable del progreso humano, una parte natural del orden de las cosas. Un destino manifiesto.
Sin embargo, en Marte el tema era al mismo tiempo más abierto y más apremiante, no tanto una cuestión filosófica como un problema cotidiano: el aire gélido y venenoso, y la radiación; y entre aquellos a favor de la terraformación un grupo importante apoyaba a Sax, un grupo que no sólo quería hacerlo, sino hacerlo lo más rápidamente posible. Nadie estaba muy seguro de lo que eso significaba en la práctica; las estimaciones del tiempo que requeriría obtener una «superficie viable para los humanos» iban desde un siglo a 10.000 años, con opiniones extremas en ambas posiciones, desde los treinta años (Phyllis) hasta los 100.000 años (Iwao). Phyllis decía: «Dios nos dio este planeta para hacerlo a nuestra imagen, para crear un nuevo Edén». Simón decía: «Si el permafrost se derritiera, estaríamos viviendo en un paisaje colapsado, y muchos de nosotros moriríamos». Las discusiones abarcaban un amplio espectro de temas: niveles salinos, niveles de peróxido, niveles de radiación, el aspecto de la tierra, mutaciones posiblemente letales de microorganismos creados por la ingeniería genética, y así sucesivamente.