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—Podemos intentar modelarlo —dijo Sax—, aunque la verdad es que nunca lo haremos bien. Es muy grande y hay demasiados factores, muchos de ellos desconocidos. Pero lo que aprendamos será útil para controlar el clima terrestre, para evitar el calentamiento global o una edad de hielo futura. Es un experimento de gran magnitud, y siempre será un experimento en curso, sin nada garantizado o conocido con certeza. Pero eso es la ciencia.

La gente estaba de acuerdo.

Como siempre, Arkadi pensaba en el enfoque político.

—Jamás podremos ser autosuficientes sin la terraformación —señaló—. Necesitamos terraformar para que este planeta sea realmente nuestro; sólo así dispondremos de una base material para la independencia.

La gente escuchaba y ponía los ojos en blanco. Pero esto significaba que Sax y Arkadi eran aliados en cierto modo, lo que constituía una combinación poderosa. Y así las discusiones continuaban, una y otra y otra vez, interminablemente.

La Colina Subterránea estaba casi acabada, un pueblo en funcionamiento y en muchos aspectos autosuficiente. Ya era posible seguir adelante; ahora tenían que decidir qué harían a continuación. Y la mayoría de ellos quería terraformar. Se habían propuesto muchos proyectos, todos defendidos por alguien, por lo general aquellos que serían responsables de ejecutarlos. Ésa era una parte importante del atractivo de la terraformación; cada disciplina podía contribuir a la empresa de un modo u otro, por lo que disponía de un amplio apoyo. Los alquimistas proponían medios físicos y mecánicos para añadir calor al sistema; los climatólogos consideraban influir sobre el clima; el equipo de biosfera hablaba de verificar distintas teorías sobre sistemas ecológicos. Los bioingenieros ya estaban trabajando en nuevos microorganismos: cambiando, cortando y recombinando genes de algas, metanogenes, cianobacterias y líquenes, tratando de conseguir organismos que sobrevivieran en la actual superficie marciana, o debajo de ella. Un día invitaron a Arkadi a echar un vistazo a lo que estaban haciendo, y Nadia lo acompañó.

Tenían algunos prototipos GEM en tinajas de Marte: la más grande era uno de los viejos habitats del parque de remolques. Lo habían abierto, habían recubierto el suelo de regolito y lo habían vuelto a sellar. Trabajaban en el interior por teleoperación, y comprobaban los resultados desde el remolque próximo, observando los instrumentos de medición y las pantallas de vídeo que mostraban los productos de las diversas cubetas. Arkadi miró las pantallas con mucha atención, pero no había gran cosa que ver: los viejos cuarteles, cubiertos de cubículos de plástico llenos de tierra roja y brazos robot que se extendían desde las bases instaladas en los muros. Había cultivos visibles en parte de la tierra, una plaga azulada.

—Hasta ahora ése es nuestro campeón —dijo Vlad—. Pero aún es poco areofílico. —Estaban seleccionando unas ciertas características extremas, incluyendo la resistencia al frío, a la deshidratación y a la radiación ultravioleta, tolerancia a las sales, baja necesidad de oxígeno, un habitat rocoso. Ningún organismo terrano tenía todas esas virtudes, y aquellos que las tenían crecían por lo general muy lentamente; pero los ingenieros habían comenzado lo que Vlad llamaba un programa de mezclar y casar, y recientemente habían dado con una variante del cianofíceo que a veces llamaban alga azul.— No es que esté lo que se llama lozano precisamente, pero no muere tan deprisa, digámoslo así. — Lo habían bautizado Aeophyte primares, y el nombre corriente pasó a ser alga de la Colina Subterránea. Querían hacer una prueba de campo con él, y habían preparado una propuesta para enviarla a la UNOMA.

Nadia pudo ver que Arkadi abandonó el parque de remolques excitado por la visita, y aquella noche le dijo al grupo en la cena:

—Tendríamos que decidirlo nosotros mismos, y si nos pronunciamos a favor, actuar.

Maya y Frank se sintieron ultrajados; casi todos los demás parecieron incómodos. Maya insistió en que dejaran el tema, y con algunas dificultades la conversación cambió. A la mañana siguiente Maya y Frank fueron a ver a Nadia para hablar de Arkadi. Los dos líderes habían intentado verlo ya bien avanzada la noche anterior.

—¡Se ríe en nuestra propia cara! —exclamó Maya—. ¡Es imposible razonar con él!

—Lo que propone podría ser muy peligroso —dijo Frank—. Si hacemos caso omiso de una directiva de la UN, es muy factible que vengan aquí y nos manden de vuelta a casa, y nos sustituyan con gente que cumplirá la ley. Quiero decir, la contaminación biológica de este entorno en este momento es ilegal y no podemos no tenerlo en cuenta. Es un tratado internacional lo que se ha firmado. La humanidad en general desea tratar así al planeta en este momento.

—¿No puedes hablar tú con él? —preguntó Maya.

—Puedo hacerlo —repuso Nadia—. Pero no puedo asegurar que sirva de algo.

—Por favor, Nadia. Sólo inténtalo. Ya tenemos suficientes problemas tal como están las cosas.

—Lo intentaré, claro.

De modo que aquella tarde habló con Arkadi. Estaban fuera, en la Carretera de Chernobil, paseando de regreso a la Colina Subterránea. Ella sacó el tema, e insinuó que hacía falta mucha paciencia.

—Además, sólo es cuestión de tiempo. Al fin la UN. te dará la razón. Él se detuvo y alzó la mano mutilada de ella.

—¿De cuánto tiempo crees que disponemos? —preguntó. Señaló el sol poniente.— ¿Cuánto tiempo esperaríamos? ¿Hasta nuestros nietos?

¿Hasta nuestros biznietos? ¿Hasta nuestros tataranietos, que estarán ciegos como peces de las cavernas?

—Vamos, hombre —dijo Nadia, retirando la mano—. Peces de las cavernas. Arkadi rió.

—No obstante, el problema es serio. No disponemos de toda la eternidad, y sería agradable ver que las cosas cambian.

—Aun así, ¿por qué no esperas un año?

—¿Un año terrano o un año marciano?

—Un año marciano. Toma lecturas de todas las estaciones, dale tiempo a la UN para que ceda.

—No necesitamos lecturas, ya llevan años tomándolas.

—¿Has hablado con Ann?

—No. Bueno, algo. Pero no está de acuerdo.

—Mucha gente no está de acuerdo. Quiero decir, quizá con el tiempo lo estarán, pero hay que convencerlos antes. No puedes desconocer las opiniones de los demás; serías tan indecente como esas gentes de la Tierra que tanto criticas.

Arkadi suspiró.

—Sí, sí.

—Bueno, ¿y no lo estás haciendo?

—Malditos liberales.

—No sé qué quieres decir.

—Quiero decir que vuestro corazón es demasiado blando para llegar a hacer algo alguna vez.

Ya tenían a la vista el montículo bajo de la Colina Subterránea, que parecía un cráter cuadrado reciente, con deyecciones diseminadas alrededor. Nadia lo señaló.

—Yo hice eso. Malditos radicales… —dio un fuerte codazo a Arkadi en las costillas-…odian el liberalismo porque funciona. —Él soltó un bufido.— ¡Funciona! Lo hice poco a poco, después de muchos esfuerzos, sin fuegos de artificio ni dramatismos baratos ni gente lastimada. Sin provocativas revoluciones y todo el dolor y el odio que traen. Sólo funciona.