—Ah, Nadia. —Le rodeó los hombros con un brazo, y reanudaron la marcha hacia la base.— La Tierra es un mundo perfectamente liberal. Pero la mitad de la población se muere de hambre, y siempre ha sido así, y siempre lo será. Muy liberalmente.
No obstante, Nadia parecía haber cambiado algo. Arkadi dejó de exigir a gritos una decisión unilateral para soltar los nuevos GEM en la superficie, y limitó la propaganda subversiva a un programa de embellecimiento, pasando la mayor parte del día en el Cuartel, tratando de fabricar ladrillos y vidrio de colores. Casi todos los días Nadia se reunía con él para nadar antes de desayunar, y en compañía de John y Maya se apoderaban de una calle de la piscina poco profunda que llenaba la totalidad de una cámara subterránea, y hacían un enérgico ejercicio de mil o dos mil metros. John encabezaba los de velocidad, Maya los de distancia, Nadia se apuntaba a todos, entorpecida por la mano mala, y avanzaban agitando el agua como una fila de delfines, mirando a través de las gafas el hormigón azul cielo del fondo de la piscina.
—El estilo mariposa está hecho para esta g —decía John, sonriendo; prácticamente volaban fuera del agua.
El desayuno posterior era agradable aunque breve, y el resto del día estaba ocupado por la habitual ronda de trabajo; Nadia rara vez volvía a ver a Arkadi hasta la cena, o después.
Entonces Sax, Spencer y Rya terminaron de montar la factoría robot que fabricaría los molinos de viento de Sax y pidieron permiso a la UNOMA para distribuir unos mil en las regiones ecuatoriales y probar cómo calentaban el aire. Se esperaba que entre todos juntos no añadirían a la atmósfera ni el doble del calor que aportaba Chernobil, e incluso se cuestionaba si serían capaces de distinguir ese calor añadido de las fluctuaciones estacionales medioambientales… pero, como dijo Sax, no lo sabrían hasta que lo probaran.
Y así las discusiones sobre la terraformación volvieron a inflamarse. Y de pronto Ann se lanzó a la acción violenta, grabando largos mensajes que envió a los miembros del comité ejecutivo de la UNOMA, a las delegaciones nacionales para asuntos marcianos de todos los países que en ese momento eran parte del comité, y por último a la Asamblea General de la UN. Esos mensajes recibieron una enorme atención, desde los niveles políticos más serios hasta la televisión y la prensa sensacionalista, que lo presentaron como el episodio más reciente del culebrón rojo. Ann había grabado y enviado los mensajes en privado, de modo que los colonos supieron de ellos cuando se pasaron resúmenes en la televisión terrana. Las reacciones en los días que siguieron incluyeron debates en el gobierno, una manifestación en Washington que reunió a 20.000 personas, interminables espacios editoriales y comentarios en las cadenas científicas. Fue un poco chocante ver la fuerza de esas respuestas, y algunos colonos consideraron que Ann había actuado a espaldas de ellos. Phyllis estaba indignada.
—Además, no tiene sentido —dijo Sax, parpadeando rápidamente—. Chernobil ya está liberando casi tanto calor como esos molinos de viento, y Ann nunca se ha quejado.
—Sí que lo hizo —dijo Nadia—. Lo que pasa es que perdió la votación. En la UNOMA se celebraron audiencias consultivas, y mientras, un grupo de los científicos de materiales se enfrentó a Ann después de la cena. Muchos de los otros estaban allí para ser testigos de la confrontación; el comedor principal de la Colina Subterránea abarcaba cuatro cámaras; habían quitado las paredes divisorias y habían puesto unas columnas de soporte de carga; era una sala grande, llena de sillas, plantas en macetas, y los descendientes de los pájaros del Ares; unas ventanas recientes, en toda la parte alta de la pared norte, permitían ver los cultivos del jardín cerrado. Un espacio grande; y por lo menos la mitad de los colonos estaba comiendo allí cuando empezó la reunión.
—¿Por qué no lo discutiste con nosotros? —preguntó Spencer. La mirada airada de Ann lo obligó a apartar los ojos.
—¿Por qué debería discutirlo? —dijo, volviéndose a mirar a Sax—. Está claro lo que todos piensan, lo hemos discutido muchas veces, y nada de lo que yo he dicho ha importado mucho. Aquí estamos, sentados en pequeños agujeros haciendo pequeños experimentos, haciendo cosas de niños con un equipo de química en un sótano, mientras todo el tiempo hay un mundo entero del otro lado de la puerta. Un mundo donde los accidentes son cien veces más grandes que sus equivalentes terranos, y mil veces más antiguos, con muestras del comienzo del sistema solar diseminadas por todo el planeta, y registros de la historia del planeta, apenas alterado en los últimos mil millones de años. Y van a destruirlo todo. Y sin siquiera admitir honestamente lo que están haciendo. Porque podríamos vivir aquí y estudiar el planeta sin cambiarlo… podríamos hacerlo causando muy poco daño e incluso sin inconvenientes para nosotros. Toda esa charla sobre la radiación es una mierda y todos lo saben. Sencillamente, no hay un nivel bastante alto para justificar esta alteración masiva del entorno. Quieren hacerlo porque piensan que pueden. Quieren probarlo y ver… como si éste fuera el enorme cuadrado de arena de un patio de juego donde nos divertimos construyendo castillos. ¡Una gran tinaja de Marte! Cualquier cosa justifica cualquier cosa, pero eso es mala fe, y no es ciencia.
Durante la diatriba se le había enrojecido la cara. Nadia jamás la había visto tan enfadada como entonces. La habitual fachada neutra con que ocultaba su amarga ira se había hecho añicos; estaba casi muda de furia, temblaba. En la sala había un silencio mortal.
—¡Repito, no es ciencia! Es puro juego. Y por ese juego van a destrozar el registro histórico, los casquetes polares y los canales de inundación, y los fondos de los cañones… van a destruir un paisaje puro y hermoso, y todo por nada.
La sala estaba tan inmóvil como un cuadro; todos eran como estatuas de piedra de sí mismos. Los ventiladores zumbaban. La gente empezó a observarse con cautela. Simón dio un paso hacia Ann, la mano extendida; ella lo paró en seco con una mirada: era como si hubiera salido al exterior en ropa interior y se hubiera congelado. Enrojeció, se estremeció y volvió a sentarse.
Sax Russell se puso de pie. Parecía el mismo de siempre, quizá un poco más sonrojado, pero manso, pequeño, parpadeando como un búho, la voz tranquila y aburrida, como si disertara sobre termodinámica o enumerara la tabla periódica.
—La belleza de Marte existe en el espíritu humano —dijo con un tono de voz monótono y objetivo, y todo el mundo lo miró con asombro—. Sin la presencia humana es sólo una acumulación de átomos, en nada distinta a cualquier otra partícula fortuita de materia. Somos nosotros quienes lo entendemos, y nosotros quienes le damos sentido. Todos nuestros siglos de mirar el cielo nocturno y observarlo vagar entre las estrellas. Todas esas noches de observarlo por los telescopios, mirando un disco diminuto tratando de ver canales en los cambios de albedo. Todas esas estúpidas novelas de ciencia ficción con sus monstruos, doncellas y civilizaciones agonizantes. Y todos los científicos que estudiaron los datos o que nos hicieron llegar aquí. Eso es lo que hace que Marte sea hermoso. No el basalto y los óxidos.
Hizo una pausa y miró alrededor. Nadia tragó saliva; era demasiado extraño oír esas palabras saliendo de la boca de Sax Russell, con el mismo tono de voz que emplearía para analizar un gráfico. ¡Demasiado extraño!
—Ahora que estamos aquí —continuó—, no basta con ocultarnos bajo diez metros de tierra y estudiar la roca. Eso es ciencia, sí, y ciencia necesaria. Pero la ciencia es algo más. Es parte de una empresa humana más grande, y esa empresa incluye viajar a las estrellas, adaptarse a otros mundos, adaptarlos a nosotros. La ciencia es creación. La ausencia de vida aquí, y la ausencia de un solo hallazgo en cincuenta años del programa SETI indican que la vida es excepcional, y la vida inteligente aún más excepcional. Y, sin embargo, el significado completo del universo, su belleza, están contenidos en la conciencia de la vida inteligente. Nosotros somos la conciencia del universo, y nuestra tarea es extenderla, ir a mirar las cosas, vivir allá donde podamos. Es demasiado peligroso mantener la conciencia del universo en un solo planeta, podría ser aniquilada. Y ahora nos encontramos en dos, tres, si incluimos la Luna. Y podemos cambiar este planeta y transformarlo en un lugar más seguro. Cambiarlo no lo destruirá. Leer su pasado quizá resulte más difícil, pero su belleza no desaparecerá. Si hay lagos, o bosques, o glaciares, ¿cómo disminuye eso la belleza de Marte? Al contrario, pienso que la acrecienta. Añade vida, el sistema más hermoso de todos. Pero nada que haga la vida podrá echar abajo Tharsis o llenar Marineris. Marte siempre seguirá siendo Marte, distinto de la Tierra, más frío y agreste. Pero puede ser Marte y nuestro al mismo tiempo. Y lo será. Hay algo que caracteriza al espíritu humano: si puede hacerse, se hará. Podemos transformar Marte y construirlo como si levantáramos una catedral, un monumento tanto a la humanidad como al universo. Podemos hacerlo, así que lo haremos. De modo que… —alzó la palma de una mano, como si estuviera satisfecho de que el análisis hubiera sido apoyado por los datos del gráfico… como si hubiera examinado la tabla periódica y viera que continuaba siendo válida-…bien podemos empezar.