Miró a Ann, y todos los ojos la siguieron. Tenía la boca tensa, los hombros encorvados. Sabía que estaba derrotada.
Se encogió de hombros, como si se acomodara una capa con capucha sobre la cabeza y el cuerpo, un caparazón pesado que la abrumaba y la ocultaba. Con ese tono de voz apagado que empleaba por lo general cuando estaba alterada dijo al fin:
—Creo que valoras demasiado la conciencia y muy poco la roca. No somos los señores del universo. Sólo somos una pequeña parte. Quizá seamos su conciencia, pero ser la conciencia del universo no significa transformarlo en una imagen exacta de nosotros. Significa sobre todo aceptarlo tal como es, y adorarlo con nuestra atención. —Sostuvo la apacible mirada de Sax, y de pronto estalló en una última llamarada de ira.— Ni siquiera has visto Marte una vez.
Y abandonó la sala.
Janet había tenido las videogafas encendidas y grabó el intercambio. Phyllis envío una copia a la Tierra. Una semana más tarde, el comité de la UNOMA para alteraciones medioambientales aprobó la diseminación de los molinos de viento calefactores.
El plan era soltarlos desde dirigibles. De inmediato Arkadi reclamó el derecho a pilotar uno, como una especie de recompensa por su trabajo en Fobos. Maya y Frank no se entristecieron ante la idea de que Arkadi desapareciera de la Colina Subterránea durante uno o dos meses, de modo que le asignaron en seguida una de las naves. Flotaría a la deriva hacia el este, descendiendo para poner los molinos en los lechos de los canales y en los flancos exteriores de los cráteres, donde soplaba el viento. Nadia supo de la expedición cuando Arkadi atravesó las cámaras a saltos para ir a verla y contárselo.
—Suena bien —dijo ella.
—¿Quieres venir? —preguntó él.
—Vaya, pues sí —repuso ella. Sintió un hormigueo en el dedo fantasma.
El dirigible era el más grande que se hubiera construido nunca, un modelo planetario fabricado en Alemania por Friedrichshafen Nach Einmal, y enviado a Marte en el 2029, de modo que acababa de llegar. Se llamaba Punta de Flecha y medía ciento veinte metros de un ala a la otra, cien metros de proa a popa y cuarenta de alto. Tenía un armazón interno ultraligero y turbopropulsores en los extremos de ambas alas y bajo la góndola; éstos eran impulsados por pequeños motores de plástico, con baterías alimentadas por células solares en la superficie superior de la cubierta. La góndola con forma de lápiz se extendía casi todo a lo largo de la parte inferior, pero el interior era más pequeño de lo que Nadia había imaginado, porque la mayor parte estaba llena ahora con el cargamento de molinos de viento; el espacio libre comprendía la cabina del piloto, dos camas estrechas, una cocina diminuta, un lavabo aún más pequeño y el espacio angosto necesario para moverse entre todas esas cosas. Estaban bastante apretados, pero por fortuna los dos lados de la góndola tenían ventanas como paredes, y aunque los molinos de viento las bloqueaban en parte, todavía proporcionaban mucha luz y buena visibilidad.
El despegue fue lento. Arkadi soltó los cabos que se extendían desde las tres torres de amarre con un golpe de palanca; los turbopropulsores giraron con fuerza, pero el aire sólo tenía una densidad de doce milibares. La cabina brincó arriba y abajo a cámara lenta, doblándose junto con el armazón; y cada salto hacia arriba la elevaba un poco más. Para alguien acostumbrado a los lanzamientos de cohetes era bastante cómico.
—Hagamos un tres-sesenta y veamos la Colina Subterránea antes de irnos —dijo Arkadi cuando estaban a cincuenta metros de altura.
Inclinó la nave y giraron en un círculo lento y amplio, mirando por la ventana de Nadia. Rodadas, hoyos, montículos de regolito, todo rojo oscuro contra la polvorienta superficie anaranjada de la planicie: parecía como si un dragón hubiera alargado una gran garra y hubiera hendido el suelo hasta hacerlo sangrar. La Colina Subterránea estaba situada en el centro de las heridas y era en sí misma una vista hermosa, un engaste cuadrado de color rojo oscuro para una resplandeciente joya de cristal y plata, con algo de verde apenas visible bajo la cúpula. De allí salían los caminos que llevaban al este a Chernobil y al norte a las plataformas espaciales. Y allá se veían los largos bulbos de los invernaderos, y el parque de remolques…
—El Cuartel de los Alquimistas aún parece un engendro salido de los Urales —dijo Arkadi—. Tendríamos que hacer algo, de verdad. —Enderezó el dirigible y puso rumbo al este, avanzando con el viento.— ¿Nos situamos sobre Chernobil para aprovechar la corriente ascendente?
—¿Por qué no vemos qué hace este cacharro sin ayuda? —contestó Nadia. Se sentía ligera, como sí hubiese respirado el hidrógeno de los globos estabilizadores. El panorama era extraordinario, el horizonte nebuloso se alzaba a unos cien kilómetros, los contornos del terreno eran claramente visibles: las leves protuberancias y cavidades de Lunae, las colinas más prominentes, y al este el terreno de cañones—. ¡Oh, esto va a ser maravilloso!
—Sí.
En verdad, era curioso que no hubieran hecho antes algo parecido. Pero volar en la atmósfera tenue de Marte no era nada fácil. Iban en la mejor de las soluciones: un dirigible grande y liviano lleno de hidrógeno, que en el aire marciano no sólo no era inflamable, sino que además y en relación con el entorno era más ligero de lo que habría sido en la Tierra. El hidrógeno y lo último en materiales superligeros les proporcionaban lo necesario para elevarse llevando una carga de molinos de viento, aunque con semejante peso a bordo viajaban a una velocidad ridícula.
Y así fueron a la deriva. A lo largo de aquel día cruzaron la planicie ondulante de Lunae Planum, empujados hacia el sudeste por el viento. Durante una o dos horas pudieron ver Juventa Chasm en el horizonte meridional, un cañón largo que parecía el pozo gigantesco de una mina. Más al este, la tierra se volvía amarillenta; había menos piedras en la superficie y el lecho rocoso subyacente tenía más pliegues. También había muchos más cráteres, grandes y pequeños, de bordes bien definidos o casi enterrados. Se trataba de Xanthe Terra, una región alta topográficamente similar a las tierras elevadas del sur, aquí clavándose en el norte entre las llanuras bajas de Chryse e Isidis. Estarían sobre Xanthe durante algunos días si los vientos seguían soplando del oeste.