Siguieron flotando: al este, nordeste, sudeste, sur, nordeste, oeste, este, este. Por último llegaron al final de Xanthe y descendieron la larga cuesta de Syrtis Major Plañida. Era una planicie de lava, con menos cráteres que Xanthe. La tierra bajó y bajó, de forma gradual, hasta que al fin avanzaron a la deriva por encima de una cuenca de suelo liso: Isidis Plañida, uno de los puntos más bajos de Marte. Era la esencia del hemisferio norte, y después de las tierras altas meridionales parecía regular y llana. Y también era una región muy extensa. Ciertamente había un montón de tierra en Marte.
Entonces, una mañana, cuando volaban a altitud de crucero, un trío de cumbres se alzó sobre el horizonte oriental. Habían llegado a Elysium, el otro «continente» tipo Tharsis que había en el planeta. Elysium era una protuberancia mucho más pequeña que Tharsis, pero seguía siendo grande, un continente elevado, 1.000 kilómetros de largo y diez kilómetros más alto que el terreno circundante. Al igual que Tharsis, estaba rodeado por tierra fracturada, sistemas de grietas causados por el levantamiento. Volaron sobre el más occidental de esos sistemas, Hephaestus Fossae, y encontraron un paisaje extraño: cinco profundos cañones paralelos, como marcas de garras en el lecho rocoso. Elysium asomaba a lo lejos como un tejado a dos aguas, el Elysium Mons y Hecates Tholus elevándose en cada extremo de una larga cordillera, 5.000 metros más alta que la protuberancia que flanqueaban: una vista imponente. A medida que el dirigible flotaba hacia la cordillera, todo en Elysium se hacía mucho más grande que cualquier cosa que Nadia y Arkadi hubieran visto hasta entonces; en ocasiones los dos se quedaban mudos durante minutos, y observaban cómo todo flotaba lentamente hacia ellos. Cuando hablaban, simplemente estaban pensando en voz alta.
—Se parece al Karakorum —dijo Arkadi—. Un Himalaya desértico. Salvo que éstos son tan sencillos… Aquellos volcanes se parecen al Fuji. Quizás algún día la gente suba a ellos en peregrinaje.
—Son muy grandes —dijo Nadia—, resulta difícil imaginar qué aspecto tendrán los volcanes de Tharsis. ¿No son dos veces más grandes que éstos?
—Como mínimo. Se parece al Fuji, ¿no crees?
—No, es mucho menos escarpado. ¿Has visto alguna vez el Fuji?
—No. —Después de un rato:— Bueno, será mejor que tratemos de rodear toda la maldita cosa. No estoy seguro de que podamos elevarnos por encima de esas montañas.
Invirtieron los propulsores y se impulsaron hacia el sur a toda potencia, y naturalmente los vientos cooperaron, ya que también viraban alrededor del continente. Así que el Punta de Flecha flotó con rumbo sudoeste y se adentró en una abrupta región montañosa llamada Cerberus, y todo el día siguiente bordearon Elysium, que pasaba lentamente a la izquierda. Transcurrieron horas, el macizo se desplazaba en las ventanas laterales; la lentitud del cambio mostró lo grande que era aquel mundo. Marte tiene tanta superficie no sumergida como la Tierra… todo el mundo lo decía siempre, pero hasta ahora sólo había sido una frase. Ese lento viaje alrededor de Elysium fue la prueba experimental.
Pasaron los días: arriba en el aire gélido de la mañana, sobre el revuelto suelo rojo, abajo con la puesta de sol, descansando en algún fondeadero ventoso. Un anochecer, cuando el suministro de molinos de viento había disminuido, redistribuyeron los que quedaban y pusieron las dos literas juntas bajo las ventanas de estribor. Lo hicieron sin discutirlo, como si ya hubieran acordado hacerlo mucho antes. Y mientras se movían por la góndola atestada redistribuyendo las cosas, iban chocando entre ellos tal como había sucedido durante todo el viaje, pero ahora intencionadamente, y con una fricción sensual que acentuó lo que se habían propuesto todo el tiempo, los accidentes se trocaron en un juego erótico; y al fin, Arkadi estalló en una carcajada y la alzó en un fuerte abrazo de oso, y Nadia lo empujó con los hombros hacia atrás, a su nueva cama doble, y se besaron como adolescentes, e hicieron el amor toda la noche. Y después de eso durmieron juntos, y con frecuencia hicieron el amor bajo el resplandor rojizo del amanecer y el oscuro cielo estrellado, con la nave sacudiéndose ligeramente en sus amarras. Y permanecían echados hablando, y la sensación de flotar mientras se abrazaban era tangible, más romántica que en un tren o en un barco.
—Primero nos hicimos amigos —dijo Arkadi una vez—, eso es lo que hace que esto sea diferente, ¿no crees? —La tocó con la punta de un dedo.— Te amo.
Era como si estuviera probando las palabras. A Nadia le resultó evidente que no las había dicho con frecuencia; estaba claro que para él significaban mucho, una especie de compromiso. ¡Las ideas le parecían tan importantes!
—Y yo te amo —dijo ella.
Y por las mañanas, Arkadi se paseaba de un lado a otro por la góndola, desnudo, el pelo rojo y broncíneo como todo lo demás a la luz horizontal de la mañana, y Nadia lo miraba desde las literas, sintiéndose tan serena y feliz que tenía que recordarse que la sensación de flotar quizá sólo se debía a la g marciana. Pero era algo jubiloso.
Una noche, cuando se estaban quedando dormidos, Nadia preguntó con curiosidad:
—¿Por qué yo?
—¿Mmm? —Él casi estaba dormido.
—He dicho: ¿por qué yo? Quiero decir, Arkadi Nikeliovkh, podrías haber amado a cualquiera de las mujeres que hay aquí, y ellas también te habrían amado. Si hubieras querido podrías haber tenido a Maya.
Él soltó un bufido.
—¡Podría haber tenido a Maya! ¡Santo cielo! ¡Podría haberme deleitado con Maya Katarina! ¡Igual que Frank y John! —Bufó, y los dos se rieron a carcajadas.— ¡Cómo pude perderme esa felicidad! ¡Tonto de mí! —Siguió riéndose entre dientes hasta que ella lo golpeó.
—De acuerdo, de acuerdo. Entonces una de las otras, las hermosas, Janet, o Úrsula, o Samantha.
—Por favor —dijo Arkadi. Se incorporó y se apoyó sobre un codo para mirarla—. Realmente no entiendes lo que es la belleza, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —repuso Nadia, enfurruñada.
—La belleza es poder y elegancia, acción correcta —continuó Arkadi—, la forma en armonía con la función, inteligencia y sensatez. Y muy a menudo… —sonrió y le apretó el vientre-…expresado en curvas.
—Curvas sí que tengo —dijo Nadia, apartándole la mano.
Él se inclinó hacia adelante y trató de morderle el pecho, pero ella lo esquivó.
—La belleza es lo que tú eres, Nadejda Francine. De acuerdo con estos criterios eres la reina de Marte.
—La princesa de Marte —corrigió ella distraída, pensando en lo que él había dicho.
—Sí, correcto. Nadejda Francine Cherneshevski, la princesa nuevededos de Marte.
—Tú no eres un hombre convencional.
—¡No! —Silbó.— ¡Nunca afirmé serlo! Excepto ante cierto comité de selección, por supuesto. ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! Los hombres convencionales consiguen a Maya. Esa es su recompensa. —Y se rió como un salvaje.
Una mañana cruzaron las últimas colinas rotas de Cerberus y flotaron sobre los llanos polvorientos de Amazonis Plañida. Arkadi bajó el dirigible para poner un molino de viento entre las dos últimas lomas del viejo Cerberus. Sin embargo, algo falló en el cierre del gancho del montacargas y se abrió de golpe cuando el molino estaba sólo a medio camino. Cayó de pie golpeando contra el suelo. Desde la nave parecía intacto, pero cuando Nadia se enfundó el traje y descendió por el cable, descubrió que la placa de calor se había resquebrajado y estaba suelta.
Y ahí, detrás de la placa, había una masa de algo. Un algo de un verde apagado con un toque de azul oscuro, dentro de la caja. Metió un destornillador y lo tocó con cautela.