Sonó el teléfono.
Sonó el teléfono. Eran Úrsula y Phyllis, que lo llamaban para decirle que Maya tenía otro de sus ataques y estaba desconsolada. Se levantó, se puso unos calzoncillos y fue al cuarto de baño. Las olas saltaron sobre una línea de resaca. Maya, deprimida otra vez. La última vez que la había visto estaba de buen humor, casi eufórica, y eso fue hacía… ¿una semana? Pero así era Maya. Estaba loca. Aunque loca al estilo ruso, lo que significaba que era un poder a tener en cuenta. ¡Madre Rusia! Tanto la Iglesia como los comunistas habían intentado erradicar el matriarcado, y lo único que consiguieron fue un torrente de amargo desdén castrador, toda una nación de despectivas russalkas y babayagas y que actuaban como supermujeres las veinticuatro horas del día, que vivían en una cultura casi partenogénica de madres, hijas, babushkas y nietas. Y, sin embargo, aún enfrascadas por necesidad en sus relaciones con los hombres, tratando desesperadamente de encontrar al padre perdido, a la pareja perfecta. O simplemente a un hombre que aceptara soportar una parte de la carga. Encontrar el amor perfecto, para luego acabar destruyéndolo casi siempre. Locas.
Bien, era peligroso generalizar. Pero Maya parecía un caso típico. Melancólica, airada, coqueta, brillante, encantadora, manipuladora, exaltada… y ahora ocupando la oficina como una enorme losa de abatimiento, los ojos enrojecidos e inyectados en sangre, la boca entreabierta. Úrsula y Phyllis agradecieron en susurros a Michel que se hubiera levantado tan temprano, y se fueron. Michel se acercó a las ventanas venecianas y las abrió, y la luz de la cúpula central inundó el cuarto. Volvió a reconocer que Maya era una mujer hermosa, con ese pelo reluciente y exuberante y esa mirada oscura y carismática, inmediata y directa. Nunca se acostumbraría, era desolador verla así de trastornada, tan alejada de su habitual vivacidad, del modo en que le apoyaba a uno un dedo en el brazo mientras parloteaba con tono confiado sobre esta o aquella cosa fascinante…
Todo eso extrañamente imitado por esta criatura desesperada, que se inclinaba sobre el escritorio y empezaba a contarle con voz ronca la última escena del eterno drama que interpretaban ella y John, y por supuesto Frank. Al parecer se había enfadado con John por negarse a conseguir que unas multinacionales radicadas en Rusia apoyaran el desarrollo de asentamientos en la Cuenca de Hellas; siendo el punto más bajo de Marte sería el primero en beneficiarse de los nuevos cambios atmosféricos. La presión del aire en Punto Bajo, cuatro kilómetros por debajo del plano de referencia, sería siempre diez veces mayor que en la cumbre de los grandes volcanes, y tres veces mayor que en el plano de referencia. Iba a ser el primer lugar adecuado para los humanos, perfecto para el desarrollo de las colonias.
Pero, al parecer, John prefería trabajar a través de la UNOMA y los gobiernos. Y ése era uno de los muchos desacuerdos políticos que estaban trastornándolos, hasta el punto de que peleaban con bastante frecuencia por otras cosas, de poca importancia, cosas sobre las que no habían peleado nunca.
Observándola, Michel casi dijo: John quiere que estés irritada con él. No estaba seguro de lo que contestaría John a eso. Maya se frotó los ojos y apoyó la frente en la mesa, dejando al descubierto la nuca y los hombros anchos y esbeltos. Ella jamás se mostraría tan angustiada delante de cualquiera de la Colina; era una intimidad que había entre ellos, algo que sólo hacía con él. Era como sí ella se hubiera quitado la ropa. La gente no comprendía que la verdadera intimidad no tenía por qué ser necesariamente una relación sexual, que se podía tener con desconocidos y en un estado de absoluta alienación; la intimidad consistía en hablar durante horas sobre lo más importante en la vida de uno. Aunque era verdad que desnuda ella estaría hermosa. La recordó en la piscina, nadando estilo espalda con un bañador azul abierto muy por encima de las caderas. Una imagen mediterránea: él flotaba en el agua en Villefranche, todo inundado con la luz ambarina del crepúsculo, y miraba hacia la playa, donde hombres y mujeres paseaban desnudos, salvo por los triángulos de neón de los bañadores cache-sexe —mujeres con los pechos desnudos y la piel tostada, caminando en parejas como bailarinas a la luz del sol— y entonces los delfines aparecían entre las olas, surcando la superficie entre él y la playa, con lustrosos cuerpos negros redondeados como los cuerpos de las mujeres…
Pero ahora Maya hablaba de Frank. Frank, quien parecía tener un sexto sentido para entender los problemas entre John y Maya, y que acudía raudo al lado de Maya cada vez que captaba las señales, para pasear con ella y hablar de una visión de Marte progresista, estimulante, ambiciosa, todo lo que no era la de John.
—Frank es mucho más dinámico que John estos días, no sé por qué.
—Porque está de acuerdo contigo —dijo Michel. Maya se encogió de hombros.
—Sí, supongo que es eso lo que quiero decir. Pero tenemos la oportunidad de desarrollar aquí toda una civilización, la tenemos. Y John es tan… —Un suspiro hondo.— Y sin embargo lo amo, de verdad. Pero…
Habló durante un rato del pasado, de cómo la relación que habían tenido en el viaje la salvó de la anarquía (o por lo menos del tedio), de lo bueno que había sido para ella el carácter estable y tranquilo de John. De que se podía contar con él. De cuánto la había impresionado la fama de John, hasta el punto de que había creído que con esa relación ella sería parte de la historia del mundo. Pero ahora comprendía que de todas maneras sería parte de la historia del mundo, los cien primeros lo serían. Habló con una voz más rápida y vehemente:
—Ahora no necesito a John en ese aspecto, sólo por los sentimientos que despierta en mí, pero ya no estamos de acuerdo en nada y no tenemos mucho en común, y con Frank, que ha tenido la cautela de contenerse siempre en cualquier ocasión, coincidimos en casi todo, y yo mostré tanto entusiasmo que de nuevo le he transmitido la señal equivocada, así que volvió a hacerlo, ayer en la piscina él… él me abrazó, ya sabes, me tomó por los brazos… —cruzó los brazos sobre el pecho-… y me pidió que dejara a John para irme con él, algo que yo nunca haría, y él estaba temblando, y le dije que no podía, pero yo también temblaba.
—Y por eso luego estaba muy nerviosa, y había provocado una pelea con John, la había provocado de una forma tan descarada que él se había puesto furioso y se había marchado en rover a la galería de Nadia y había pasado la noche allí con el equipo de construcción; y Frank había bajado para hablar de nuevo con ella, y cuando ella (apenas) consiguió rechazarlo, Frank declaró que se iba a vivir al asentamiento europeo del otro lado del planeta, ¡él, que era la fuerza motriz de la colonia!— Y lo va a hacer de verdad, no es de los que hablan porque sí. Ha aprendido alemán con esa facilidad que tiene, los idiomas no son un problema para Frank.