Pues bien, ningún sistema de clasificación revelaba al investigador la naturaleza de la personalidad estudiada. Los términos, tan generales, recopilaciones de tantas características, no parecían muy útiles para el diagnóstico, en especial si se tenía en cuenta que ambos eran curvas gaussianas de la población actual.
Pero si se combinaban los dos sistemas, la cosa empezaba en verdad a ser interesante.
No era un problema fácil, y Michel había pasado una buena cantidad de tiempo ante la pantalla de su computadora bosquejando una combinación tras otra, usando los dos sistemas distintos como los ejes x e y de diversos gráficos, que no le habían revelado mucho. Pero luego comenzó a mover los cuatro términos alrededor de los puntos iniciales de un rectángulo semántico de Greimas, un esquema estructuralista de linaje alquímico que proponía que la mera dialéctica no bastaba para descubrir la verdadera complejidad de cualquier grupo de conceptos relacionados; el concepto «no-X» no era en absoluto igual que «anti-X», tal como se veía en seguida. Así que la primera fase se indicaba por lo habitual con los cuatro términos, S, —S, S y —S., en un sencillo rectángulo:
Así pues —S era una simple no-S, y S era la más fuerte anti-S; mientras que —S era para Michel la enloquecida negación de una negación, o bien la neutralización de una oposición inicial o la unión de las dos negaciones; en la práctica, esto seguía siendo misterioso, pero a veces se volvía diáfano, como una idea que completaba a la perfección la unidad conceptual, como en uno de los ejemplos de Greimas:
El siguiente paso en la complicación del diseño, el paso en el que a menudo combinaciones nuevas revelaban relaciones estructurales nada obvias a primera vista, era trazar otro rectángulo que encerrara al primero en ángulos rectos, así:
Y Michel había mirado con asombro ese esquema, poniendo extraversión, introversión, labilidad y estabilidad en las cuatro primeras esquinas, y estudiando las posibles combinaciones. De pronto todo se aclaró, como si un caleidoscopio hubiera mostrado por accidente la representación de una rosa. Porque tenía perfecto sentido: había extravertidos que eran excitables y extravertidos que eran equilibrados; había introvertidos que eran muy emocionales, y otros que no lo eran. De inmediato fue capaz de pensar en ejemplos de los cuatro tipos entre los colonos.
Al pensar en los nombres que daría a esas categorías combinadas, tuvo que reírse. ¡Increíble! En el mejor de los casos, era irónico descubrir que había usado los resultados del pensamiento psicológico de un siglo y algunas de las más recientes investigaciones de laboratorio en psicofisiología, por no mencionar un conjunto complicado del aparato de la alquimia estructuralista, todo para acabar reinventando el antiguo sistema de los humores. Pero ahí estaba; a eso se reducía. Era evidente que a la combinación del norte, extravertida y estable, Hipócrates, Galeno, Aristóteles, Trismegisto, Wundt y Jung la habrían llamado sanguínea; el punto oeste, extravertido y lábil, era colérico; el del este, introvertido y estable, era flemático; y en el sur, introvertido y lábil, ¡por supuesto, la definición misma del melancólico! ¡Sí, todos encajaban a la perfección! La explicación fisiológica de Galeno para los cuatro temperamentos era errónea, desde luego, y la bilis, la cólera, la sangre y la flema ahora habían sido sustituidas como agentes causales por el sistema reticular ascendente de activación y el sistema nervioso autónomo; ¡pero las verdades de la naturaleza humana se habían mantenido firmes! Y los poderes de la perspicacia psicológica y de la lógica analítica de los primeros médicos griegos habían sido igual de fuertes, o más bien, mucho más fuertes que aquellos de cualquiera de las generaciones que vinieron después, cegadas por una acumulación a menudo inútil de conocimientos; y así las categorías habían perdurado y eran reafirmadas, época tras época.
Michel se encontró en el Cuartel de los Alquimistas. Se esforzó en prestarle atención. Aquí los hombres usaban del conocimiento arcano para hacer diamantes del carbono, y lo hacían con tanta facilidad y precisión que todos los vidrios de sus ventanas estaban revestidos con una capa molecular de diamante que los protegía del polvo corrosivo. Las grandes pirámides blancas de sal (la pirámide, una de las grandes formas del conocimiento antiguo) estaban cubiertas de capas de diamante puro. Y el proceso de revestimiento monomolecular de diamante era sólo una de los miles de operaciones alquímicas que se llevaban a cabo en aquellos edificios bajos.
En años recientes los edificios habían adquirido un cierto aire musulmán, las paredes de ladrillos blancos exhibiendo ecuación tras ecuación, todas representadas en una fluida caligrafía negra de mosaicos. Michel se encontró con Sax, que estaba cerca de la ecuación de velocidad exhibida en la pared de la factoría de ladrillos, y pasó a la frecuencia común.
—¿Puedes convertir el plomo en oro?
El casco de Sax se ladeó con curiosidad.
—Vaya, pues no —dijo—. Son elementos. Sería difícil. Deja que lo piense.
Saxifrage Russell. El flemático perfecto.
La ubicación de los cuatro temperamentos en el rectángulo semántico mostraba de inmediato algunas de las relaciones estructurales básicas, lo que luego ayudaba a Michel a ver atracciones y antagonismos bajo una nueva luz. Maya era lábil y extravertida, claramente colérica, y también Frank; y ambos eran líderes, y ambos sentían una mutua atracción. Sin embargo, al ser los dos coléricos, la relación también tenía una vertiente volátil, y esencialmente de repulsión, como si reconocieran en el otro exactamente lo que no les gustaba de sí mismos.
Y de ahí el amor de Maya por John, quien claramente era sanguíneo, con una extraversión similar a la de Maya, pero mucho más estable emocionalmente, hasta el punto de la placidez. De modo que la mayor parte del tiempo él le daba a ella una gran paz, como un ancla en la realidad… que en ocasiones hacía que se sintiera rencorosa. ¿Y la atracción de John por Maya? Tal vez la atracción de lo impredecible; la pimienta en una felicidad cordial y suave. Claro, ¿por qué no? No puedes hacer el amor con tu fama. Aunque algunas personas lo intentan.
Sí, había un montón de sanguíneos entre los primeros cien. Probablemente los criterios psicológicos para la selección de la colonia apuntaban a este tipo. Arkadi, Úrsula, Phyllis, Spencer, Yeli… Sí. Y siendo la estabilidad la cualidad más apreciada, era natural que también hubiera un montón de flemáticos entre ellos: Nadia, Sax, Simón Frazier, quizá Hiroko —el hecho de que con ella uno nunca pudiera estar seguro, apoyaba esa conjetura—, Vlad, George, Alex.
Era obvio que los flemáticos y los melancólicos no congeniarían, siendo los dos introvertidos y amigos de la soledad, y el lábil impredecible desconcertaría al estable, de modo que se apartarían, como Sax y Ann.
No había muchos melancólicos entre ellos. Ann, sí; y tal vez por su misma estructura cerebral, aunque no había que olvidar que la habían maltratado de niña. Se había enamorado de Marte por la misma razón por la que Michel lo odiaba: porque estaba muerto. Y Ann estaba enamorada de la muerte.