Выбрать главу

Menos Ann, pensó John mientras los escuchaba; ¿querría ella encontrar evidencias de un pasado oceánico? Era un modelo que justificaba moralmente el proyecto de terraformación, pues implicaba que sólo estaban restaurando un antiguo estado de cosas. De modo que era probable que ella no quisiera localizar semejante prueba. ¿Influiría esa renuencia en su trabajo? Bueno, seguro. Si no de forma consciente, sí en su interior. Después de todo, la conciencia sólo era una delgada litosfera sobre un núcleo grande y caliente. Los detectives no debían olvidarlo.

Pero todo el mundo en la caravana parecía coincidir en que no estaban encontrando ninguna evidencia de glaciación, y todos eran buenos areólogos. Había cuencas altas que parecían circos y valles altos con la clásica forma de U de los valles glaciares, y algunas configuraciones con grietas y rocas aborregadas que podrían ser resultado de la erosión glaciar. Todo eso se había visto en fotografías de satélite, además de una o dos zonas brillantes que según algunos podían ser reflejos de un rozamiento glaciar. Pero sobre el terreno nada de eso se sostenía. No habían localizado ningún rozamiento glaciar, ni siquiera en las partes más protegidas del viento de los valles con forma de U; ninguna morrena, lateral o terminal; ninguna señal de algo que hubiera sido arrastrado, o de líneas de transición donde los nanatuks habrían sobresalido incluso por encima de los niveles más altos de los hielos antiguos. Nada. Se trataba de otro caso de lo que ellos llamaban areología del cielo, con una historia que se remontaba a las primeras fotografías de satélite, y aun hasta los telescopios. Los canales habían sido areología del cielo, y muchas otras malas hipótesis se habían formulado de manera parecida, hipótesis que sólo ahora eran puestas a prueba con el rigor de la areología de campo. La mayoría se derrumbaba bajo el peso de los datos de la superficie, eran arrojadas al canal, como decían ellos.

Sin embargo, la teoría glaciar, y el modelo oceánico del que era parte, había persistido más que ninguna otra. Primero, porque prácticamente todos los modelos de la formación del planeta indicaban que tenía que haber habido un montón de agua y que había ido a parar a alguna parte. Y segundo, pensó John, porque había un montón de gente que se sentiría reconfortada si el modelo oceánico fuera verdad; se sentiría menos incómoda respecto de la moralidad de la terraformación. Por lo tanto, los opositores de la terraformación… No, no le sorprendía que el equipo de Ann no estuviera encontrando nada. Sintiendo un poco el coñac e irritado por la animosidad de ella, dijo desde la cocina:

—Pero si hubiera habido glaciares, los más recientes tendrían…

¿digamos mil millones de años? Yo diría que ese tiempo habría eliminado cualquier signo superficial, rozamientos glaciares, morrenas o nanatuks. Sin dejar nada más que los grandes accidentes geográficos, que es lo que hay. ¿Correcto?

Ann había permanecido en silencio, pero entonces dijo:

—Los accidentes geográficos no son exclusivos de la glaciación. Todos son comunes en las cordilleras marcianas; no hay una sola que no se haya formado por rocas que cayeron del cielo. Cualquier tipo de formación que se te ocurra está en alguna parte de la superficie, formas extrañas limitadas únicamente por el ángulo de apoyo.

No había aceptado el coñac, lo que sorprendió a John, y ahora miraba al suelo con expresión de disgusto.

—Pero seguro que no los valles en U —dijo John.

—Sí, también los valles en U.

—El problema es que el modelo oceánico no se falsifica fácilmente —indicó Simón en voz baja—. Puede que nunca encuentres evidencias sólidas, como nos sucede a nosotros, pero eso no lo refuta.

La cocina ya limpia, John le pidió a Ann que salieran a dar un paseo crepuscular. Ella vaciló, poco dispuesta; pero era parte de un ritual, y todo el mundo lo sabía, y con una rápida mueca y una mirada dura, aceptó.

Una vez fuera, él la condujo hasta la misma cima en la que había dormitado. El cielo era un arco color ciruela sobre las negras y estriadas lomas que los rodeaban, y las estrellas aparecían como en un torrente, cientos con cada parpadeo. Se detuvo, ella no lo miró. El irregular horizonte podría haber sido una escena de la Tierra. Ann era un poco más alta que él, una silueta enjuta, angulosa. A John le caía bien, sin importar la posible atracción recíproca que ella pudiera haber sentido; y habían mantenido muy buenas conversaciones en años ya lejanos. La atracción se había disipado cuando él eligió trabajar con Sax. Podría haber hecho cualquier cosa, indicaban las dolidas miradas de ella, y sin embargo se había decidido por la terraformación.

Bueno, era verdad. Puso la mano delante de ella, el dedo índice levantado. Ella tocó unos botones en el teclado de muñeca y de repente una voz susurró en el oído de John.

—¿Qué? —dijo Ann sin mirarlo.

—Es sobre los incidentes de sabotaje —dijo él.

—Eso pensé. Supongo que Russell cree que yo estoy detrás.

—No se trata tanto de…

—¿Cree que soy estúpida? ¿Imagina que pienso que con un poco de vandalismo detendré vuestros juegos de niños?

—Bueno, es algo más que un poco. Ya ha habido seis incidentes, y cualquiera de ellos podría haber matado a alguien.

—¿Desviar espejos de la órbita puede matar a alguien?

—Sí si en ese momento se están cumpliendo allí tareas de mantenimiento.

Ella soltó un ¡bah! y dijo:

—¿Qué más ha pasado?

—Ayer despeñaron un camión en el agujero entre el manto y la corteza, y casi me aplastó. —Oyó que Ann retenía el aliento.— Es el tercer camión que cae. Y a aquel espejo lo sacaron de órbita con una trabajadora de mantenimiento encima, y ella tuvo que flotar en caída libre hasta llegar a una estación. Le llevó más de una hora conseguirlo, y estuvo a punto de fracasar. Y luego un depósito de explosivos estalló por accidente en el agujero de Elysian, un minuto después de que se hubiera marchado todo el equipo. Y los líquenes de la Colina Subterránea murieron por un virus que obligó a clausurar el laboratorio.

Ann se encogió de hombros.

—¿Qué esperas de los GEM? Podría haber sido un accidente, me sorprende que no suceda más a menudo.

—No fue un accidente.

—Todo eso son naderías. ¿Cree Russell que soy estúpida?

—Sabes que no. Pero se trata de no interferir. En el proyecto se esta invirtiendo un montón de dinero terrano, pero no haría falta mucha mala publicidad para conseguir que lo retiraran.

—Es posible —dijo Ann—. Pero deberías escucharte cuando dices esas cosas. Tú y Arkadi sois los mayores defensores de una especie de nueva sociedad marciana, vosotros más Hiroko, tal vez. Sin embargo, el modo en que Russell, Frank y Phyllis están trayendo capital terrano… nadie podrá oponerse. Los negocios seguirán siendo negocios y vuestras ideas desaparecerán.

—Quiero pensar que todos aquí queremos algo parecido —dijo John—. Queremos hacer un buen trabajo en el lugar adecuado. Sólo ponemos énfasis en partes diferentes para poder conseguirlo, eso es todo. Si trabajáramos en equipo coordinando nuestros esfuerzos…

—¡No perseguimos lo mismo! —exclamó Ann—. Vosotros queréis cambiar Marte y yo no. Es así de fácil.

—Bueno… —John titubeó ante la amargura de Ann. Avanzaban despacio alrededor de la colina, en una complicada danza que imitaba la conversación, a veces cara a cara, otras espalda con espalda; y siempre la voz de ella sonándole en el oído, y la suya en el de ella. Le gustaba eso de las conversaciones con un traje puesto: esa insidiosa voz en el oído, que podía ser tan persuasiva, acariciadora, hipnótica.— No es tan fácil, ni siquiera así. Quiero decir, deberías ayudar a aquellos de nosotros que están más cerca de tus ideas, y oponerte a los más alejados.