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—Pero, es probable que Sax tenga razón —dijo Arkadi—. Si esos tratamientos contra la vejez funcionan, y vivimos más décadas que antes, habrá sin duda una revolución social. La brevedad de la vida era una de las fuerzas primordiales en la estabilidad de las instituciones, aunque parezca extraño. Sin embargo, es mucho más fácil aferrarse a cualquier esquema de supervivencia a corto plazo que arriesgarlo todo en un nuevo plan que podría no funcionar… A nadie importa que ese plan a corto plazo pueda ser muy destructivo para las próximas generaciones. Ya sabes, que se las apañen. Pero, si pudieras estudiarlo, y luego analizarlo durante otros cincuenta años quizá, podrías acabar diciendo:

¿Por qué no hacerlo más racional? ¿Por qué no convertirlo en algo más afín a nuestros deseos? ¿Qué nos detiene?

—Tal vez sea por eso que las cosas se están volviendo tan extrañas allí abajo en la Tierra —dijo John—. Pero, en cierto modo, no creo que esta gente tenga una perspectiva a largo plazo. —Le resumió a Arkadi la historia de los sabotajes, y concluyó sin más:— ¿Sabes quién los lleva a cabo, Arkadi? ¿Estás involucrado?

—¿Qué, yo? No, John, tú me conoces. Esos actos de destrucción son estúpidos. Por lo que parece, son obra de los rojos, y yo no soy un rojo. No sé con seguridad quién los lleva a cabo. Es probable que Ann sí lo sepa, ¿se lo has preguntado?

—Dice que no lo sabe.

Arkadi soltó una risa cloqueante.

—¡Sigues siendo el viejo John Boone! Mira, amigo mío, te diré por qué ocurren estas cosas, y luego podrás trabajar en el asunto de manera sistemática, y entonces tal vez lo comprendas. Ah, aquí viene el tren subterráneo para Stickney…, vamos, quiero mostrarte la cúpula del infinito, es realmente una obra magnífica.

Condujo a John hasta el cochecito del tren y descendieron flotando por un túnel casi hasta el centro de Fobos. El tren se detuvo y ellos salieron y atravesaron la sala estrecha y se impulsaron por un pasillo; John notó que el cuerpo se le había adaptado a la ingravidez, que de nuevo era capaz de flotar sin desorientarse. Arkadi lo guió hasta una amplia galería abierta, que a primera vista parecía ser demasiado grande para estar contenida en Fobos: suelo, pared y techo cubiertos de espejos facetados; unas placas redondas de magnesio pulido estaban dispuestas oblicuamente, de modo que cualquiera que se encontrase en ese espacio de microgravedad se veía reflejado en miles de regresiones infinitas.

Aterrizaron y engancharon los pies en unas anillas y flotaron como plantas en el fondo del mar en una movediza multitud de Arkadis y Johns.

—Verás, John, la base económica de la vida marciana empieza a cambiar —dijo Arkadi—. ¡No, no te atrevas a burlarte! Hasta ahora no hemos vivido en una economía monetaria. Habitar en una de las estaciones científicas es como ganar un premio que te libera de la rueda económica. Nosotros ganamos el premio, lo mismo que otros muchos más, y todos ya llevamos aquí bastantes años, viviendo de esa manera en las estaciones. Sin embargo, ahora la gente llega a Marte en torrentes, ¡miles y miles! Y muchas de esas gentes vienen a trabajar, a ganar algún dinero, y regresar luego a la Tierra. Trabajan para las transnacionales que han obtenido concesiones de la UNOMA. La letra del tratado de Marte se respeta porque supuestamente la UNOMA está a cargo de todo, pero el espíritu del tratado se quiebra a diestra y siniestra, aun por la misma UN.

John asentía.

—Sí, ya me he dado cuenta. Helmut me lo expuso cara a cara.

—Helmut es un gusano. Pero escucha, cuando se proponga la renovación del tratado, cambiarán la letra de la ley. E irán todavía más lejos. Todo empezó con el descubrimiento de metales estratégicos y todo este espacio. Para un montón de países de allí abajo Marte es la salvación, y para las transnacionales un territorio nuevo.

—¿Y crees que tendrán apoyo como para modificar el tratado?

Millones de Arkadis miraron con ojos desorbitados a millones de Johns.

—¡No seas tan ingenuo! ¡Pues claro que tendrán apoyo! Mira, el tratado de Marte está basado en el viejo tratado sobre el espacio. Primer error, porque ese tratado era un convenio realmente muy frágil, y por tanto el de Marte también lo es. Según las cláusulas del propio tratado, los países pueden convertirse en miembros con derecho a voto sólo con tener intereses aquí, razón por la que no paramos de ver nuevas estaciones científicas nacionales: de la Liga Árabe, Nigeria, Indonesia, Azania, Brasil, la India, China y todas las demás. Y unos cuantos de estos nuevos países se convierten en miembros con la intención específica de romper el tratado. Quieren abrir Marte a los gobiernos individuales, fuera del control de la UN. Y las transnacionales enarbolan banderas acomodaticias de países como Singapur y las Seychelles y Moldavia para intentar abrir Marte a los asentamientos privados, controlados por las corporaciones.

—Todavía faltan años para la renovación —dijo John. Un millón de Arkadis pusieron los ojos en blanco.

—Está ocurriendo ahora mismo. No sólo de palabra, sino aquí abajo día a día. Cuando llegamos por primera vez, y durante los siguientes veinte años, Marte era como la Antártida, pero más puro. Estábamos fuera del mundo, ni siquiera teníamos bienes… algo de ropa, un ordenador, ¡y eso era todo! Tú sabes cómo pienso, John. Este orden se asemeja al modo de vida prehistórico, y por tanto a nosotros nos parece correcto, nuestros cerebros lo reconocen después de tres millones de años de práctica. En resumen, nuestros cerebros se desarrollaron en respuesta a las realidades de aquella vida. Y como resultado, la gente crece fuertemente ligada a ese tipo de vida. Eso permite que te concentres en el verdadero trabajo, que es todo lo que necesitas para seguir con vida, o hacer cosas, o satisfacer tu propia curiosidad, o jugar. Eso es la utopía, John, en especial para los primitivos y los científicos, lo que es decir todo el mundo. De modo que una estación científica de investigación en realidad es un modelo de utopía prehistórica, arrancada de la economía monetaria de las transnacionales por primates inteligentes que desean vivir bien.

—Uno pensaría que todo el mundo querría subir a bordo —dijo John.

—Sí, y quizá lo hagan, pero nadie los invita. Y eso quiere decir que no es una utopía auténtica. Nosotros, inteligentes primates científicos, deseábamos tener islas para nosotros solos, en vez de trabajar en beneficio de todo el mundo. Y por eso en realidad las islas son parte del orden transnacional. Las pagan, nunca son realmente gratis, jamás se da el caso de una investigación verdaderamente pura. Porque la gente que paga por las islas de los científicos, con el tiempo querrá rentabilizar la inversión. Y ahora estamos llegando a ese punto. Se nos exige que nuestra isla sea rentable. No llevamos a cabo investigación pura, sino investigación aplicada. Y con el descubrimiento de metales estratégicos, la aplicación se ha hecho evidente. Y así resurge todo lo de antes y volvemos a la propiedad, los precios y los salarios. El sistema de beneficios. La pequeña estación científica se convierte en una mina, con la habitual actitud minera ante la tierra que guarda tesoros. Y a los científicos se les pregunta: ¿Cuánto valor tiene lo que hacen? Se les pide que trabajen a cambio de una paga, y el beneficio del trabajo hay que entregárselo a los propietarios de los negocios para los que de pronto resulta que trabajan.

—Yo no trabajo para nadie —afirmó John.

—Bien, pero trabajas en el proyecto de terraformación, ¿y quién lo paga?

John probó con la respuesta de Sax:

—El sol.

Arkadi volvió a silbar entre dientes.

—¡Te equivocas! No se trata sólo del sol y de unos pocos robots, es tiempo humano, y mucho. Y esos humanos tienen que comer y vivir. Y por tanto, alguien les proporciona lo que necesitan, y también a nosotros; no nos hemos molestado en organizar una vida en la que podamos mantenernos a nosotros mismos.