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Paseo por la ciudad, tratando de escapar de si misma. Desde el extremo norte de la tienda se veía, fuera de la ciudad, el macizo de la roca extraída del agujero de transición de Sabishii. Formaba una colina larga y sinuosa que subía y se perdía en el horizonte a través de las altas cuencas de krummholz de Tyrrhena. habían depositado la roca de manera que vista desde el cielo ofreciera la imagen de un dragón que tenia las tiendas de la ciudad entre sus garras. Una hendidura en sombras que cruzaba la colina marcaba el punto donde una garra nacía en la piel escamosa de la criatura. El sol de la mañana brillaba como el ojo de plata del dragón, que volvía la mirada hacia la ciudad por encima del hombro.

Su ordenador de muñeca emitió un pitido y atendió la llamada con irritación. Era Marina.

—Saxifrage está aquí —dijo—. Nos encontraremos en el jardín de piedra occidental dentro de una hora.

—Allí estaré —dijo Maya, y cortó la conexión.

Menudo día le esperaba. Vagó hacia el oeste por el borde de la ciudad, distraída y deprimida. Ciento treinta años. Se sabia que había abjasianos en Georgia, o en el Mar Negro, que habían alcanzado una alta edad sin el tratamiento. Seguramente seguían pasando sin él, el tratamiento gerontológico sólo se había distribuido en la Tierra, según las isóbaras del dinero y el poder, y los abjasianos siempre habían sido pobres. Felices, pero pobres. Trato de recordar cómo era Georgia, en la región del Caucaso donde se encuentra con el Mar Negro. La ciudad se llamaba Sukhumi. Seguramente la había visitado en su juventud, porque su padre era georgiano. Pero no consiguió evocar ni una sola imagen, ni un solo fragmento. En verdad, apenas recordaba nada de su vida en la Tierra: Moscú, Baikonur, la vista desde la Novy Mir, nada en absoluto. El rostro de su madre al otro lado de la mesa, riendo sobriamente mientras planchaba o cocinaba. Maya sabía que eso había ocurrido porque repetía las palabras surgidas de la memoria de cuando en cuando, cuando se sentía triste. Pero las imágenes de verdad… Su madre había muerto sólo diez años antes de que el tratamiento estuviese disponible. Ahora tendría ciento cincuenta años, una edad no tan disparatada; el record actual estaba en los ciento setenta y seguiría subiendo. Aparte de los accidentes y enfermedades poco comunes, y de algún ocasional error médico, nada mataba a los que habían recibido el tratamiento, salvo el asesinato; y el suicidio.

Llegó a los jardines de roca de occidente sin haber visto ninguna de las hermosas y estrechas calles de la parte vieja de Sabishii. Por eso los viejos acababan por olvidar los sucesos recientes, porque ni siquiera los advertían. Una memoria perdida antes de haber existido, porque uno estaba absorto en el pasado.

Vlad, Ursula, Marina y Sax estaban sentados en un banco del parque, enfrente de los habitats originales de Sabishii, que todavía se usaban, al menos los gansos y los patos. El estanque, el puente y las riberas de rocalla y bambú parecían salidos de un viejo grabado en madera o de una pintura sobre seda. Más allá del muro de la tienda la gran nube térmica del agujero de transición se elevaba más blanca y espesa que nunca a medida que el pozo se hacía más profundo y la atmósfera más húmeda.

Se sentó en un banco frente a sus viejos compañeros y les miro duramente. Vejestorios y brujas arrugados y manchados. Casi parecían extranjeros, desconocidos. Ah, pero ahí estaba la mirada provocativa de Marina, y la pequeña sonrisa de Vlad, extraña en la cara de un hombre que había vivido con dos mujeres, aparentemente en armonía y desde luego en una completa y aislada intimidad, durante ochenta años. Aunque se rumoreaba que Marina y Ursula eran una pareja de lesbianas y Vlad una especie de compañero o mascota. Pero nadie podía asegurarlo. Ursula también parecía feliz, como siempre. La tía favorita de todo el mundo. Sí, concentrándose uno podía verlos. Solo Sax tenía un aspecto totalmente distinto, un hombre apuesto con una nariz rota que todavía no le habían enderezado. Destacaba en medio de su atractiva nueva cara como una acusación contra ella como si hubiese sido Maya quien le había hecho aquello, y no Phyllis. Sax no se dignó mirarla; siguió observando mansamente los patos que picoteaban a sus pies, como si los estudiase un científico en acción. Salvo que él era un científico loco ahora, que echaba a perder todos los planes de ellos, ajeno por completo a cualquier discurso racional.

Maya apretó los labios y miró a Vlad.

—Subarashii y Amexx están aumentando los efectivos de las tropas de la Autoridad Transitoria —dijo éste—. Recibimos un mensaje de Hiroko. Han convertido la unidad que atacó Zigoto en una especie de fuerza expedicionaria, y ahora se están moviendo hacia el sur, entre Argyre y Hellas. Parece que desconocen la situación de la mayoría de los refugios ocultos, pero comprueban los puntos calientes uno por uno, y entraron en Christianopolis y la convirtieron en su centro de operaciones. Son unos quinientos, armados hasta los dientes y protegidos desde la órbita. Hiroko dice que a duras penas ha conseguido evitar que Coyote, Harmakhis y Kasei y la guerrilla de Marteprimero los ataquen. Los radicales están determinados a atacar sí la unidad localiza algún otro refugio.

Ésos son los jóvenes alocados de Zigoto, pensó Maya con amargura. Les habían dado una pésima educación, a los ectógenos y a toda la generación sansei, casi en los cuarenta ahora, y ansiosos de pelea. Peter y Kasei y el resto de los nisei rondaban los setenta, y en el curso de una vida ordinaria ya se habrían convertido en los líderes del mundo. Sin embargo, ahí estaban, a la sombra de unos padres que no morían. ¿Como debían sentirse? ¿A qué los moverían esos sentimientos? Tal vez algunos imaginaban que otra revolución les daría la oportunidad que necesitaban. Quizá la única oportunidad. La revolución era el dominio de los jóvenes, después de todo.

Los viejos permanecieron sentados, mirando los patos en silencio. Un grupo sombrío y desalentado.

—¿Qué les ocurrió a los cristianos? —preguntó Maya.

—Algunos fueron a Hiranyagarbha. Los demás se quedaron.

Las fuerzas de la Autoridad Transitoria se apoderaran de las tierras del sur, quizá significaba que la resistencia se había infiltrado en las ciudades, pero ¿con qué propósito? Diseminados no conseguirían conmover el orden de los dos mundos, basado como estaba en la Tierra. De pronto Maya tuvo la sensación de que todo el proyecto de independencia no era mas que un sueño, una fantasía consoladora para los decrépitos sobrevivientes de una causa perdida.

—Ya saben por qué se ha producido esta escalada —dijo, echándole una mirada fulminante a Sax—. Por culpa de esos grandes sabotajes.

Sax no dio muestras de haberla oído.

—Fue una lástima que no consiguiésemos fijar un plan de acción en Dorsa Brevia —se lamentó Vlad.

—Dorsa Brevia —gruñó Maya despectivamente.

—Era una buena idea —dijo Marina.

—Quizá lo era. Pero sin un plan de acción aceptado por todos, la cuestión constitucional sólo fue… —Maya sacudió una mano.— Construir castillos de arena. Un juego.

—La idea era que cada grupo haría lo que considerase más conveniente —dijo Vlad.

—Ésa fue la idea del sesenta y uno —señaló Maya—. Y ahora, si Coyote y los radicales desencadenan una guerra de guerrillas, tendremos un nuevo sesenta y uno.

—¿Qué crees que deberíamos hacer? —le preguntó Ursula intrigada.

—¡Deberíamos hacernos cargo del asunto! Nosotros elaboramos el plan, nosotros decidimos qué hacer, y lo propagamos por toda la resistencia. Si no asumimos la responsabilidad, lo que ocurra será culpa nuestra.

—Eso es lo que Arkadi trató de hacer —apuntó Vlad.

—¡Al menos Arkadi lo intentó! ¡Deberíamos tener en cuenta los puntos positivos de su trabajo! —Rió brevemente.— Nunca pensé que me oiría decir esto. Pero tenemos que colaborar con los bogdanovistas y con todos aquellos que deseen unirse a la causa. ¡Tenemos que hacernos cargo! Somos los Primeros Cien, los únicos con autoridad para hacerlo. Los sabishianos nos ayudarán, y los bogdanovistas accederán.