—También necesitamos a Praxis. —dijo Vlad—. A Praxis y a los suizos. Tiene que ser un golpe más que una guerra general.
—Praxis quiere ayudar —dijo Marina—, pero ¿qué hay de los radicales?
—Tenemos que coaccionarlos —dijo Maya—. Cortarles los suministros, detener a sus miembros…
—Eso llevaría a una guerra civil —objetó Ursula.
—¡Pues hay que detenerlos de algún modo! Si empiezan un revuelta demasiado pronto y las metanacionales caen sobre nosotros, será nuestro fin. Todos esos ataques desordenados tiene que acabar. No consiguen nada, y hacen que se refuerce la seguridad y que todo sea aún más difícil para nosotros. Cosas como sacar a Deimos de su órbita sólo consiguen hacerlos más conscientes de nuestra presencia.
Sin dejar de mirar los patos, Sax habló con su extraña cadencia musicaclass="underline"
—Hay ciento catorce naves de tránsito Tierra-Marte. Cuarenta y siete objetos en óbito marciano… en órbita marciana. El nuevo Clarke es una estación espacial perfectamente defendida. Deimos llevaba camino de convertirse en lo mismo. Una base militar. Una plataforma de ataque.
—Era un luna vacía —dijo Maya—. En cuanto a los vehículos en órbita, tendremos que ocuparnos de ellos a su debido tiempo.
De nuevo Sax no pareció notar que ella había hablado. Seguía mirando los malditos patos, parpadeando, mirando de cuando en cuando a Marina.
—Tiene que ser una decapitación —dijo Marina—, como Nadia, Nirgal y Art dijeron en Dorsa Brevia.
—Habrá que ver si encontramos el cuello —señaló Vlad secamente. Cada vez más furiosa con Sax, Maya dijo:
—Cada uno de nosotros tiene que hacerse cargo de una de las ciudades importantes y organizar a la población en una resistencia unificada. Quiero regresar a Hellas.
—Nadia y Art están en Fosa Sur —dijo Marina—. Pero necesitaremos a todos los Primeros Cien para que esto funcione.
—Los primeros treinta y nueve —precisó Sax.
—Necesitamos a Hiroko —dijo Vlad—, y que Hiroko le meta un poco de sentido común a Coyote.
—No hay nadie que pueda hacer eso —dijo Marina—. Pero es verdad que necesitamos a Hiroko. Iré a Dorsa Brevia y hablare con ella, y trataremos de controlar el sur.
—¿Sax? —dijo Vlad.
Sax salió bruscamente de su ensimismamiento y miro a Vlad parpadeando. Tampoco ahora dedicó una mirada a Maya, a pesar de que estaban discutiendo un plan propuesto por ella.
—Gestión integral de plagas. —dijo—. Siembras plantas resistentes entre las malas hierbas. Y entonces las plantas resistentes acaban con las malas hierbas. Tomare Borroughs.
Furiosa por el desprecio de Sax, Maya se puso de pie y rodeó el pequeño estanque. Se detuvo en la orilla opuesta y aferró la barandilla junto al estanque con ambas manos. Miró con resentimiento al grupo al otro lado del agua, sentados en los bancos como pensionistas, charlando sobre la comida y el tiempo y los patos y la última partida de ajedrez.
¡Maldito Sax, maldito! ¿Es que iba a reprocharle lo ocurrido con Phyllis, esa mujer despreciable, por toda la eternidad?
De pronto escuchó sus voces, lejanas pero claras. Detrás del sendero había una pared curva de cerámica que rodeaba casi por completo el estanque y actuaba como una especie de galería de ecos; Maya oía las palabras una fracción de segundo después de que fuesen articuladas por los menudos movimientos de sus bocas.
—Fue una tragedia que Arkadi no sobreviviese —dijo Vlad—. Los bogdanovistas hubiesen cedido más fácilmente.
—Sí —dijo Ursula—. Él y John. Y Frank.
—Frank —dijo Marina con desdén—. Si no hubiese asesinado a John, nada de esto habría sucedido.
Maya parpadeó. La barandilla le permitió mantenerse derecha.
—¿Qué…? —gritó sin detenerse a pensar.
Al otro lado del estanque, las pequeñas figuras se sobresaltaron y la miraron. Ella se separó de la barandilla, primero una mano, luego la otra, y rodeó el estanque casi corriendo, tropezando en dos ocasiones.
—¿Qué quieres decir? —le gritó a Marina mientras se acercaba a ellos, las palabras saliendo de su boca con vehemencia.
Vlad y Ursula la detuvieron a unos pasos de los bancos. Marina permaneció sentada, y miró a otro lado con resentimiento. Vlad había extendido los brazos para sujetar a Maya, y ésta los dio un manotazo y se plantó delante de Marina.
—¿Qué pretendes con esas sucias mentiras? —gritó; la voz le dolía en la garganta—. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Fueron árabes quienes mataron a John, todo el mundo lo sabe!
Marina hizo una mueca y sacudió la cabeza, mirando al suelo.
—¿Bien? —gritó Maya.
—Era una manera de hablar. —dijo Vlad detrás de ella—. Frank hizo mucho para minar la autoridad de John durante esos años, y sabes que es verdad. Algunos dicen que fue el quien incitó a la comunidad musulmana contra John, eso es todo.
—¡Bah! —dijo Maya—. ¡Todos hemos discutido entre nosotros, no significa nada!
Entonces noto que Sax la miraba directamente, ahora que estaba furiosa, mirándola con una extraña expresión, fría e imposible de analizar, ¿de acusación, de venganza, de que? Maya se dio la vuelta, y huyó.
Se encontró delante de la puerta de su habitación sin que recordase haber cruzado Sabishii, y se arrojó al interior como si se arrojase a los brazos de su madre. Pero una vez dentro de la austera y hermosa habitación de madera se detuvo en seco a unos pasos de la cama, perturbada por el recuerdo de otra habitación que había dejado de ser el útero materno para atraparla, en otro momento de sorpresa y miedo… ninguna respuesta, ninguna distracción, ninguna escapatoria… Vio su rostro encima del pequeño lavamanos como si fuese un retrato enmarcado: macilenta, vieja, los bordes de los ojos enrojecidos, como los ojos de un lagarto. Una imagen nauseabunda. Eso era: la vez que ella había visto al polizón en el Ares, la cara vista a través de una tinaja de algas. Coyote: una conmoción por algo que había resultado ser realidad, no alucinación.
Y lo mismo podía ocurrir también con esas noticias sobre John y Frank.
Intentó recordar. Intentó con todas sus fuerzas evocar a Frank Chalmers, recordarlo de veras. Había hablado con él esa noche en Nicosia, en un encuentro en el que destacaron la torpeza y la tensión. Frank como siempre en el papel del agraviado y rechazado. Estaban juntos cuando dejaron a John inconsciente y lo arrastraron a la granja para que muriese. Frank no podía haber…
Sin embargo, estaban los sicarios. Siempre se podía pagar a alguien para que actuase por uno. No era que a los árabes les interesase el dinero. Pero el honor, el orgullo… pagados con honor, o con algún quid pro quo político, la clase de moneda que Frank acuñaba con tanta maestría…
Pero recordaba tan poco de esos años, tan pocos detalles. Cuando se concentraba y se forzaba a recordar, era aterrador lo poco que conseguía. Fragmentos, momentos, trozos de toda una civilización pasada. Una vez se había enfadado tanto que había destrozado una taza de café sobre la mesa, el asa rota había quedado como restos de comida sobre la mesa.
¿Pero dónde había ocurrido, y cuando, y con quién? ¡No lo sabía!
—¡Aah! —gritó involuntariamente, y el ojeroso rostro antediluviano del espejo de pronto la sorprendió con su patético sufrimiento de reptil. Era tan fea. Y una vez ella había sido hermosa y, orgullosa de serlo, lo había utilizado como un escalpelo. Ahora el cabello, antes de un blanco inmaculado, tenía un gris mortecino; había cambiado después del último tratamiento. Y empezaba a ralear, ¡oh, Dios!, en algunos sitios. Repugnante. Había sido bella, hacía mucho tiempo. Ese rostro regio de halcón… y ahora… Como si la baronesa Blixen, también ella de una belleza poco común en su juventud, se hubiese convertido en la sifilítica bruja Isak Dinesen y hubiese sobrevivido durante siglos, como un vampiro o un zombi: el cadáver estragado de un lagarto vivo, ciento treinta años, cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…