El anillo de deyecciones más exterior era el que más se asemejaba a una cadena montañosa convencional, y apareció delante de ella en la tarde como salido del Hindukush, desnudo y enorme bajo las nubes galopantes. La carretera cruzaba esa cadena por un desfiladero entre dos picos parecidos a jorobas. Maya detuvo el rover en el ventoso desfiladero y miró atrás, y no vio sino un mundo de montañas escarpadas: picos y crestas moteados por las sombras de las nubes y la nieve, y aquí y allá el anillo de algún cráter para darle al paisaje un aspecto en verdad sobrenatural.
Delante, la pendiente se precipitaba hacia Noachis Planura, picada de cráteres, y abajo se alcanzaba a ver un campamento minero con los rovers dispuestos en círculo. Maya se dio prisa y llegó a ese campamento a última hora de la tarde. La recibió un reducido contingente de viejos amigos beduinos, además de Nadia, que había ido a consultarlos sobre la plataforma de perforación para el nuevo acuífero. Todos estaban muy impresionados por el descubrimiento.
—Se extiende hasta más allá del Cráter Proctor, y seguramente llega hasta Kaiser —dijo Nadia—. Parece que también llega muy lejos hacia el sur, tanto que quizá se comunica con el de Australis Tholus. ¿Fijaron alguna vez el límite septentrional de ese acuífero?
—Creo que sí —dijo Maya, y empezó a teclear en el ordenador de muñeca para averiguarlo. Hablaron casi exclusivamente del agua durante la cena temprana, y después se acomodaron en el rover de Zeyk y Nazik y paladearon sin prisas los sorbetes que Zeyk les ofreció, contemplando el carbón del pequeño brasero en el que había cocinado el shish kebab. La conversación giró inevitablemente hacia la situación del momento, y Maya repitió lo que le había dicho a Art, que deberían fomentar las disensiones entre las metanacionales, si podían.
—Eso conduciría a una guerra mundial —dijo Nadia con agudeza—. Y si sigue la pauta, será la peor. —Meneó la cabeza con disgusto.— Tiene que haber una solución mejor.
—No nos necesitan a nosotros para empezarla —dijo Zeyk—, se han metido en la espiral que lleva a la guerra.
—¿De verás lo crees? —dijo Nadia—. Bien, si sucede supongo que tendremos la oportunidad de dar el golpe aquí.
Zeyk negó con la cabeza.
—Marte es su salida de emergencia. Hace falta mucha coerción para obligar a los poderosos a renunciar a un lugar como éste.
—También muchas clases de coerción —dijo Nadia—. En un planeta en el que la superficie es mortífera, deberíamos ser capaces de encontrar medios que no implicaran matar a la gente. Debería haber una nueva tecnología para hacer la guerra. He comentado el tema con Sax y está de acuerdo.
Maya dio un respingo y Zeyk sonrió.
—¡Sus nuevos métodos se parecen mucho a los viejos, hasta donde yo sé! ¡Derribar esa lente espacial…! ¡Nos encantó! En cuanto a sacar a Deimos de su orbita, bien, comprendo sus razones hasta cierto punto. Cuando los misiles crucero salen…
—Tenemos que procurar no llegar a eso. —Nadia tenía una expresión obstinada, y Maya la miró con sorpresa. Nadia estratega revolucionaria. Nunca lo hubiera creído posible. En fin, seguramente sólo pensaba en proteger sus proyectos de construcción. O un proyecto de construcción particular, en un plano diferente.
—Deberías hablar a las comunas de Odessa —le sugirió Maya—. Son seguidores de Nirgal.
Nadia asintió y se inclinó para devolver uno de los carbones al centro del brasero con un pequeño atizador. Miraron el fuego; un espectáculo insólito en Marte, pero a Zeyk le gustaban los fuegos, lo suficiente como para tomarse la molestia de prepararlos. Las cenizas grises revoloteaban sobre el naranja marciano de los carbones encendidos. Zeyk y Nazik describieron con voces quedas la situación de los árabes en el planeta, compleja como de costumbre. Los radicales estaban casi siempre fuera con las caravanas, buscando metales y agua y puntos areotérmicos, al parecer con un comportamiento pacífico y sin ofrecer el menor indicio de que no formaban parte del orden metanacional. Pero estaban ahí, esperando, listos para actuar.
Nadia les dio las buenas noches y se fue a dormir, y entonces Maya dijo vacilante:
—Háblame de Chalmers.
Seyk la miró, tranquilo e impasible.
—¿Qué quieres saber?
—Quiero saber qué parte tuvo en el asesinato de Boone. Zeyk desvió la mirada, incómodo.
—Aquella fue una noche complicada en Nicosia —protestó—. Los árabes han hablado de ella largo y tendido. Es agotador.
—¿Y qué dicen?
Zeyk miró a Nazik que declaró:
—El problema es que todos dicen cosas diferentes. Nadie sabe lo que ocurrió en realidad.
—Pero ustedes estaban allí. Presenciaron muchas cosas. Cuéntenme lo que vieron.
Al oír eso, Zeyk la observó con atención, y luego asintió.
—Bien. —Respiró hondo, se concentró. Solemnemente, como si estuviese declarando en un tribunal, dijo:— Estábamos reunidos en la Hajr el-kra Meshab, después de los discursos. La gente estaba furiosa con Boone porque corría el rumor de que había suspendido la construcción de una mezquita en Fobos, y su discurso no había aclarado gran cosa. Nunca nos gustó la sociedad marciana que él proponía. Así que estábamos refunfuñando cuando Frank llegó. Debo decir que fue muy alentador verlo allí en aquel momento. Nos parecía entonces que era el único capaz de oponerse a Boone. Así lo veíamos, y Frank nos animaba: descalificaba a Boone sutilmente, hacía bromas que nos indisponían aún más con Boone al tiempo que hacían aparecer a Frank como el único bastión contra él. Yo estaba enojado con Frank por exaltar los ánimos de los jóvenes. Selim el— Hayil y algunos de sus amigos del ala Ahad estaban allí, y se los veía muy nerviosos, no sólo por Boone, sino también por el ala Fetah. Verás, los Ahad y los Fetah discrepaban en muchas cuestiones: panarabismo contra nacionalismo, relaciones con Occidente, actitud hacia los sufíes… Era una división fundamental en esa joven generación de la Hermandad.
—¿Sunnitas-chiítas? —preguntó Maya.
—No. Se trataba más bien de conservadores y liberales; se suponía que los liberales eran seglares y los conservadores, religiosos, tanto sunnitas como chiítas. El-Hayil era el líder de la Ahad conservadora, y estaba en la caravana con la que Frank viajó ese año. Hablaban mucho y Frank le preguntó muchas cosas; de esa manera llegaba al corazón de la persona, comprendía las motivaciones o la posición de uno.
Maya asintió; reconocía a Frank en esa descripción.
—Así que Frank lo conocía bien, y esa noche el-Hayil estuvo a punto de decir algo en cierto momento, pero Frank lo miró y se calló. Yo mismo lo vi. Entonces Frank se marchó, y el-Hayil lo hizo inmediatamente después.
Zeyk tomó un sorbo de café y meditó un momento.
—No volví a verlos en las dos horas siguientes. Las cosas empezaron a ponerse feas antes de que mataran a Boone. Alguien se dedicó a grabar eslóganes en las ventanas de la medina, y la Ahad pensó que era la Fetah, y algunos Ahad atacaron a un grupo Fetah. Después de eso hubo refriegas por toda la ciudad, y lucharon también con algunos obreros de la construcción norteamericanos. Había disturbios por todas partes. Fue como si de repente todo el mundo se hubiera vuelto loco. Maya asintió con un movimiento de cabeza.
—Lo recuerdo.
—Entonces, oímos que Boone había desaparecido, y fuimos a la Siria a comprobar los códigos de las antecámaras para ver si había salido por allí, y descubrimos que alguien había salido y no había vuelto a entrar, íbamos a salir cuando nos enteramos de lo que había sucedido. Era increíble. Regresamos a la medina donde se habían reunido todos, y nos confirmaron la noticias. Conseguí entrar en el hospital después de media hora de empujones. Lo vi. Ustedes estaban con él.