—No me acuerdo.
—Bueno, tú estabas, pero Frank se había ido. Luego de ver a Boone salí y les dije a los otros que era verdad. La noticia conmocionó incluso a los Ahad, estoy seguro: Nasir, Ageyl, Abdullah…
—Sí —dijo Nazik.
—Pero el-Hayil, Rashid Abou y Buland Besseisso no estaban con nosotros. Y habíamos regresado a la residencia que hay delante de Hajr el-kra Meshab cuando oímos un fuerte golpe en la puerta. Cuando la abrimos, el-Hayil se desplomó en la habitación. Se le veía muy mal, sudaba y tenía arcadas, y la piel llena de manchas rojas. Se le había hinchado mucho la garganta y casi no podía hablar. Lo llevamos al cuarto de baño y vimos que el vómito lo sofocaba. Llamamos a Yussuf y estábamos tratando de llevar a Selim a la clínica de nuestra caravana cuando nos detuvo. «Me han asesinado», dijo. Le preguntamos qué significaba eso, y él dijo: «Chalmers».
—¿Dijo eso? —preguntó Maya.
—Yo le pregunté: «¿Quién te hizo esto?», y él contestó: «Chalmers». Como si la voz llegara desde una gran distancia, Maya oyó que Nazik decía:
—Pero hubo más. Zeyk asintió.
—Yo le pregunté: «¿Qué quieres decir?», y él dijo: «Chalmers me ha matado. Chalmers y Boone». Pronunció cada palabra con un gran esfuerzo. Añadió: «Nosotros planeamos matar a Boone». Nazik y yo nos encogimos al oír esto, y Selim me agarro del brazo. —Zeyk alargo las manos y aferró un brazo invisible—. «Quiere echarnos de Marte.» Dijo esto de una manera… no lo olvidare jamás. Lo creía de verdad. ¡Creía que Boone nos iba a echar de Marte! —Meneó la cabeza.
—¿Qué sucedió entonces?
—Él… —Zeyk abrió las manos.— Tuvo un espasmo. Primero la garganta, y luego todos los músculos… —Apretó los puños.— Se puso rígido y dejó de respirar. Intentamos hacerlo respirar, pero no se recuperó. Quién sabe, quizás una traqueotomía. Respiración asistida. Antihistamínicos. —Se encogió de hombros—. Murió en mis brazos.
Hubo un largo silencio y Maya contempló a Zeyk recordando. Había pasado medio siglo desde esa noche en Nicosia, y Zeyk era viejo entonces.
—Me sorprende lo bien que lo recuerdas —dijo—. Mis recuerdos, incluso los de una noche como aquélla…, son difusos.
—Lo recuerdo todo —dijo Zeyk sombrío.
—Él tiene el problema inverso de todo el mundo —dijo Nazik mirando a su marido—. Recuerda demasiado. Duerme muy mal.
Maya reflexionó un momento.
—¿Qué hay de los otros dos? Zeyk apretó los labios.
—No estoy seguro. Nazik y yo pasamos el resto de la noche con Selim. Hubo una discusión a propósito de su cadáver. No sabíamos si llevarlo a la caravana y ocultar lo sucedido o avisar a las autoridades inmediatamente.
O presentarse a las autoridades con un asesino muerto, pensó Maya, advirtiendo la expresión cautelosa de Zeyk. Quizá también se había discutido eso. El estaba contando la historia a su manera.
—No sé lo que les ocurrió en realidad. Nunca lo supe. Había muchos Ahad y Fetah en la ciudad esa noche, y Yussuf oyó lo que Selim había dicho. Así que pudieron haberlo hecho sus enemigos, sus amigos, ellos mismos. Murieron esa misma noche, en una habitación de la medina. Coagulantes.
Zeyk se estremeció.
Otro silencio. Zeyk suspiró y volvió a llenar su taza. Nazik y Maya declinaron.
—Pero, ya ves, eso es sólo el principio —dijo Zeyk—. Eso es lo que vimos, lo que podemos contar. Después de eso, ¡nada! —hizo una mueca.— Discusiones, especulación, teorías sobre todo tipo de conspiraciones. Lo corriente. Ya no asesinan a nadie a secas. Desde los Kennedy, parece que todo se reduce a ver cuántas historias se pueden inventar para explicar los mismos hechos, está el encanto de la teoría de la conspiración: no en la explicación, sino en la narrativa. Como Scherezade.
—¿No crees en ninguna de ellas? —preguntó Maya, sintiéndose de pronto desesperada.
—No. No hay ninguna razón para que lo haga. La Ahad y la Fetah estaban enfrentadas. Frank y Selim estaban relacionados de alguna manera. Cómo eso afectó a Nicosia, si la afectó… —soltó resoplido—. No sé, no alcanzo a ver cómo alguien puede saberlo. El pasado… Que Alá me perdone, el pasado parece un demonio que viene a torturar mis noches.
—Lo siento. —Maya se puso de pie. La pequeña habitación de repente pareció estrecha y sofocante. Al vislumbrar las estrellas vespertinas por la ventana, dijo:— Voy a dar un paseo.
Ellos asintieron y Nazik la ayudó a ponerse el casco.
—No tardare.
El cielo estaba cubierto por una espectacular maraña de estrellas y sobre el horizonte occidental se veía una banda de color malva. Los Hellespontus se levantaban al este, y el resplandor incandescente confería a sus picos un rosado oscuro que dentaba el índigo sobre ellos, ambos colores tan puros que la línea de transición parecía vibrar.
Maya caminó lentamente hacia un afloramiento, tal vez a un kilómetro de distancia. Algo crecía en las grietas del suelo, liquen o musgo rastrero, los verdes eran ahora negros. Procuró pisar sobre las piedras. Las plantas ya lo tenían bastante difícil en Marte para que encima las pisaran. Todos los seres vivos. El frío del crepúsculo la caló, y sintió la X de los filamentos térmicos de sus pantalones contra las rodillas mientras caminaba. Tropezó y parpadeó para aclararse la vista. El cielo estaba lleno de estrellas brumosas. En algún lugar del norte, en el Aureum Chaos, el cuerpo de Frank Chalmers yacía bajo una capa de hielo y sedimentos, con su traje como ataúd. Muerto mientras salvaba a los demás de ser arrastrados. Aunque él habría desdeñado una descripción así con todas sus fuerzas. Un error de cálculo, insistiría él, nada más. Consecuencia lógica de tener más energía que los demás, una energía alimentada por su ira: contra ella, contra John, contra la UNOMA y todos los poderes terrestres. Contra su esposa. Contra su padre. Contra su madre, contra sí mismo. Contra todo. El hombre airado; el hombre más airado que había existido. Y su amante. Y el asesino de su otro amante, el gran amor de su vida, John Boone, que podía haberlos salvado a todos. Que habría sido su compañero para toda la vida.
Y ella los había azuzado el uno contra el otro.
Hay cosas que hay que olvidar. Shikata ga nai.
Cuando regresó a Odessa, Maya hizo lo único que podía con lo que había aprendido, olvidarlo, y se sumergió en el proyecto de Hellas. Pasaba muchas horas en la oficina estudiando informes y asignando operarios a las distintas obras de perforación y construcción. Con el descubrimiento del Acuífero Occidental las expediciones de prospección dejaron de ser urgentes, y los esfuerzos se concentraron en canalizar y bombear los acuíferos ya descubiertos, y en construir la infraestructura de los asentamientos del borde. Así, las perforadoras siguieron a las prospecciones, y los equipos de canalización salieron detrás de las perforadoras, y los techadores trabajaron en torno a la pista y en el cañón Reull, sobre Harmakhis, ayudando a los sufíes a enfrentarse con una pared terriblemente fracturada. Ya habían empezado a llegar inmigrantes al puerto espacial construido entre Dao y Harmakhis, que se trasladaban a la cuenca alta de Dao. Participaban en la transformación de Harmakhis— Reull y colonizaban las nuevas ciudades tienda del borde. Era un imponente ejercicio de logística, que se ajustaba casi en todos los detalles a su viejo sueño de desarrollo para Hellas. Pero ahora que estaba sucediendo, se sentía irritable y extraña en extremo; ya no estaba segura de lo que quería para Hellas, o para Marte, o para ella misma. A menudo se sentía a merced de sus cambios de humor, y los meses que siguieron a su visita a Zeyk y Nazik (aunque ella no advirtió la correlación) fueron especialmente violentos, una oscilación irregular entre la euforia y la desesperación, con el período equinocial estropeado por el conocimiento de que estaba de paso hacia arriba o hacia abajo.