—Ustedes no comprenden —les dijo Maya—. Hay un nuevo mundo desarrollándose ahí fuera, y cuanto mas esperemos más fuerte será. Esperen un poco.
Mas o menos un mes después del cierre de Sabishii, recibieron un breve mensaje de Coyote en los ordenadores de muñeca, una breve imagen de su cara asimétrica, inusualmente seria, diciéndoles que había escapado por los túneles y que estaban en el sur, en uno de sus escondites.
—¿Qué hay de Hiroko? —preguntó Michel— ¿Qué ha pasado con Hiroko y los demás?
Pero Coyote ya había cortado.
—No creo que hayan capturado a Hiroko —dijo entonces Michel, caminando por la habitación—. ¡Ni a Hiroko ni a ninguno de ellos! Si los hubiesen capturado, la Autoridad Transitoria lo habría anunciado a bombo y platillo. Apuesto a que Hiroko ha llevado al grupo a la clandestinidad. No estaban muy conformes con la situación desde Dorsa Brevia, a ellos no les gusta comprometerse, ésa fue la razón de su marcha la primera vez. Todo lo sucedido desde entonces sólo los ha reafirmado en su opinión de que no pueden confiar en que nosotros construiremos la clase de mundo que ellos quieren. Así que han aprovechado la ocasión para desaparecer otra vez. Quizá la caída de Sabishii los forzó a hacerlo sin advertirnos primero.
—Tal vez —dijo Maya, procurando aparentar que era una posibilidad digna de consideración. Sonaba como si Michel intentase negar la realidad, pero si eso le ayudaba ¿a quién le importaba? Además, Hiroko era capaz de cualquier cosa. Pero tuvo que dar a su respuesta un carácter propio de Maya, o él pensaría que sólo trataba de tranquilizarlo—. Pero ¿adonde irían?
—Otra vez al caos, supongo. Aún quedan muchos de los viejos refugios.
—¿Pero y tú?
—Se pondrán en contacto conmigo más adelante. Michel meditó un momento, y luego la miró.
—O quizá saben que tú eres mi familia ahora.
De manera que él había sentido su mano en esa hora terrible. Le dedico una sonrisa tan desvalida que a ella se le encogió el corazón y lo abrazó estrechamente, tratando de mostrarle cuánto lo quería y qué poco le gustaba esa mirada desolada.
—En eso tienen razón —dijo con voz ronca—. Pero deberían ponerse en contacto contigo de todas formas.
—Lo harán. Estoy convencido de que lo harán.
Maya no sabía qué pensar de la teoría de Michel. Coyote había escapado a través del laberinto, y seguramente había ayudado a otros a hacer lo mismo. E Hiroko habría sido la primera de la lista. La próxima vez que viese a Coyote lo sometería a un minucioso interrogatorio sobre el particular, aunque él nunca le había contado nada. En fin, Hiroko y su círculo habían desaparecido. Muertos, capturados o escondidos, sin importar el golpe cruel que aquello significaba para la causa, pues Hiroko era el alma de gran parte de la resistencia.
Pero Hiroko era tan extraña. Una parte de Maya, inconsciente y reprimida, no se sentía del todo descontenta por la salida de escena de Hiroko. Maya nunca había sido capaz de comunicarse normalmente con ella, de comprenderla, y aunque la quería, la ponía nerviosa tener un poder tan imprevisible rondando cerca complicando las cosas. Y también la irritaba que Hiroko tuviese tanta influencia entre las mujeres, una influencia sobre la que Maya no tenía ningún poder. Por supuesto, sería terrible que hubiesen capturado a su grupo, o que los hubiesen matado. Pero si habían decidido desaparecer otra vez no sería una mala cosa, simplificaría la situación en un momento en que necesitaban desesperadamente la simplificación, y a Maya le proporcionaría un mayor dominio sobre lo que estaba por venir.
Así que deseó de todo corazón que la teoría de Michel fuese cierta, y asintió y simuló aceptar con reservas realistas el análisis que el había hecho. Luego fue a una reunión a aplacar los ánimos de una comuna de nativos furiosos. Transcurrieron las semanas, y luego los meses. Parecía que habían sobrevivido a la crisis. Pero la situación degeneraba en la Tierra, y Sabishii, su ciudad universitaria, la joya del demimonde, vivía bajo una especie de ley marcial; e Hiroko, el alma de la resistencia, había desaparecido. Maya, al principio contenta en parte por verse libre de ella, se sentía cada vez más oprimida por su ausencia. El concepto de un Marte Libre formaba parte de la areofanía después de todo… y verlo reducido a mera política, a la supervivencia del más apto…
La vida parecía haber perdido el espíritu. Y a medida que avanzaba el invierno, y las noticias de la Tierra hablaban del progresivo agravamiento de los conflictos, Maya advirtió que la gente parecía buscar la diversión desesperadamente. Las fiestas se hicieron más ruidosas y salvajes. La cornisa era una celebración nocturna continua, y algunas noches señaladas, como la Fassnacht o la de Noche Vieja, toda la ciudad se apretujaba mientras bailaban y bebían y cantaban con una alegría feroz bajo los pequeños lemas rojos pintados en todas las paredes. NUNCA PODRAN REGRESAR. MARTE LIBRE. ¿Pero cómo? ¿Cómo?
La fiesta de Año Nuevo de ese invierno fue especialmente frenada. Era el año marciano 50, y la gente celebraba el aniversario como era debido. Maya paseó con Michel por la cornisa, y desde detrás de su máscara de dominó observó con curiosidad las ondulantes filas de bailarines que pasaban junto a los jóvenes cuerpos danzantes, las figuras enmascaradas, pero casi desnudas de cintura para arriba, como salidas de una antiquísima ilustración hindú, pechos y pectorales agitándose al compás del nuevo calipso. ¡Era tan extraño! ¡Esos jóvenes alienígenas eran ignorantes, pero tan hermosos! ¡Tan hermosos! Y esa ciudad que ella había ayudado a construir, erguida sobre el puerto seco… Sintió que se elevaba, que cruzaba el equinoccio y alcanzaba la gloriosa euforia. Quizá sólo fuese un desequilibrio bioquímico, seguramente debido a la situación sombría de los dos mundos, entre chien el loup, pero la impulsó a arrastrar a Michel, y bailaron hasta que estuvo cubierta de sudor. Se sintió muy bien.
Luego estuvieron un rato sentados en el café; casi una pequeña convención de los Primeros Treinta y Nueve: ella y Michel, Spencer, Vlad, Ursula y Marina, y Yeli Zudov y Mary Dunkel, que había escapado de Sabishii un mes después de su ocupación, y Mijail Yangel, que venía de Dorsa Brevia, y Nadia, que había subido desde Fosa Sur. Diez.
—La décima parte —observó Mijail. Pidieron una botella tras otra de vodka, como si quisieran ahogar el recuerdo de los otros noventa, incluyendo al desdichado equipo de la granja, que en el mejor de los casos se había ocultado, y en el peor había sido asesinado. Los rusos del grupo, curiosamente mayoría esa noche, propusieron brindis de su país.
¡Llenemos la bodega! ¡Bebamos hasta los ojos! ¡Remojémonos el gaznate!… Tenían tantas variedades que Michel, Mary y Spencer se quedaron boquiabiertos. Era como los esquimales y la nieve, les explicó Mijail.
Y luego siguieron bailando, los diez formando una fila que zigzagueaba peligrosamente entre la multitud de jóvenes. ¡Cincuenta largos años marcianos y aún estaban vivos, aún bailaban! ¡Era un milagro!
Pero como ocurría siempre en la demasiado predecible fluctuación de los estados de ánimo de Maya, al llegar a lo alto perdió velocidad y empezó la repentina bajada. Empezó cuando notó los ojos rosados detrás de las máscaras, cuando advirtió que todo el mundo trataba de evadirse a su mundo privado, en el que no tendrían que conectar con nadie salvo con el compañero de cama de esa noche. Y ellos no eran diferentes.