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Nanao le dijo a Maya que Nadia estaba haciendo un llamamiento similar en Fosa Sur, y que el equipo de Sax les pedía más tiempo. Así que había algún acuerdo en cuanto a la política a seguir, al menos entre los veteranos. Y Nirgal trabajaba en estrecha colaboración con Nadia, apoyando esa política. Había que procurar refrenar a los grupos más radicales, y en eso Coyote podía hacer mucho. Él quería visitar algunos de los refugios rojos, y Maya y Michel lo acompañaron hasta Burroughs.

La región entre Sabishii y Burroughs estaba saturada de cráteres de modo que pasaban las noches serpenteando entre colinas circulares de cima llana, y al alba se detenían en pequeños refugios atestados de rojos que no se mostraban muy hospitalarios con Maya y Michel. Pero escuchaban a Coyote con atención, e intercambiaban noticias sobre docenas de lugares de los que Maya no había oído hablar. La tercera noche bajaron la pendiente abrupta del Gran Acantilado, atravesaron un archipiélago de islas mesa y desembocaron en la planicie de Isidis. Desde el borde se alcanzaba a ver un vasto panorama, y en la lejanía una elevación semejante a la del agujero de transición sabishiano atravesaba el paisaje, describiendo una gran curva que partía del cráter Du Martheray, en el Gran Acantilado, en dirección noroeste, hacia Syrtis. Ése era el nuevo dique, les explicó Coyote, construido por un grupo de robots controlados desde el agujero de transición de Elysium. Era colosal, y parecía una de las dorsa de basalto del sur, pero su textura aterciopelada revelaba que se trataba de regolito y no de roca volcánica.

Maya contempló la larga cresta. Las consecuencias de sus acciones recombinadas en cascada estaban fuera de su control, pensó. Podían tratar de construir bastiones para contenerlas, pero ¿aguantarían esos bastiones?

Entraron en Burroughs por la Puerta Sur con sus identificaciones suizas, y se alojaron en un piso franco dirigido por bogdanovistas de Vishniac, que ahora trabajaban para Praxis. Era un apartamento amplio y luminoso en mitad de la pared occidental de Hunt Mesa, con una magnífica vista sobre el valle central. El apartamento de encima era una academia de baile y durante la mayor parte del día convivían con un leve tump-tump-tump. Sobre el horizonte occidental, una nube irregular de polvo y vapor marcaba el lugar donde los robots trabajaban en el dique; cada mañana Maya miraba por la ventana, reflexionando sobre las noticias de Mangalavid y los largos mensajes de Praxis. Entonces se sumergía en el trabajo del día, que era absolutamente subterráneo y a menudo se reducía a celebrar reuniones en el apartamento, o enviar mensajes de vídeo. No tenía nada que ver con la vida que había llevado en Odessa, y le costaba acostumbrarse, lo cual le hacía sentirse irritable y sombría.

Sin embargo, aún podía pasear por las calles de la gran ciudad, un ciudadano anónimo entre miles, podía caminar junto al canal o sentarse en los restaurantes de Princess Park, o en lo alto de una de las mesas menos de moda. Y allá adonde fuera veía el graffiti rojo hecho con plantilla: MARTE LIBRE. O PREPÁRENSE. O bien, como una advertencia de su alma: NUNCA PODRÁN REGRESAR. Por lo que podía ver, el populacho ignoraba esos mensajes, y las brigadas de limpieza los borraban; pero seguían apareciendo, rojos y nítidos, normalmente en inglés, pero a veces en ruso, y entonces el viejo alfabeto se le antojaba un amigo perdido hacía tiempo, como un flash subliminal del inconsciente colectivo, si es que tal cosa existía. Y de algún modo esos mensajes conservaban su carga electrizante. Era extraño el poderoso efecto que podía conseguirse con medios tan simples. La gente accedería a hacer casi cualquier cosa si le hablaban sobre ella el tiempo suficiente.

Las reuniones de Maya con las pequeñas células de las diferentes organizaciones de la resistencia iban bien, aunque advirtió que había profundas divisiones entre ellas, particularmente la aversión que rojos y marteprimeros sentían por los bogdanovistas y los grupos de Marte Libre, a quienes los rojos consideraban verdes, y por tanto una manifestación más del enemigo. Eso podía representar un problema. Pero Maya hizo lo que pudo, y al menos la escuchaban, de modo que tenía la sensación de que estaban progresando. Y poco a poco fue aclimatándose a Burroughs y a la vida que llevaba allí. Michel le organizó una rutina con los suizos y Praxis, y con los bogdanovistas ocultos en la ciudad, que le permitía reunirse con los grupos con más frecuencia sin comprometer la seguridad de los pisos francos. Y en cada reunión las cosas parecían marchar mejor. El único problema insoluble radicaba en los numerosos grupos que querían una revolución inmediata. Tanto rojos como verdes aceptaban el liderazgo radical de los rojos de Ann en las tierras desoladas y de los jóvenes impulsivos del círculo de Jackie, y había cada vez más sabotajes en las ciudades, que provocaban el correspondiente aumento de la presión policial, hasta tal punto que pareció que la situación explotaría. Maya empezó a verse como una especie de freno, y con frecuencia perdía el sueño, preocupada por la escasa atención que prestaba a ese mensaje. Por otro lado, ella había sido la responsable de que los viejos bogdanovistas y otros veteranos tomaran conciencia del poder del movimiento nativo, animándolos cuando se deprimían. Ann seguía destrozando estaciones, en compañía de los rojos, en las tierras desoladas. Las cosas no funcionan así repetía Maya una y otra vez, aunque nunca sabía si Ann había recibido el mensaje.

A pesar de todo, había señales alentadoras. Nadia estaba en Fosa Sur, formando un poderoso movimiento que parecía estar bajo su influencia y muy cerca de los planteamientos de Nirgal. Vlad, Ursula y Marina habían vuelto a ocupar los viejos laboratorios de Acheron, bajo la égida de la compañía de bioingeniería de Praxis, nominalmente al cargo. Mantenían un contacto continuo con Sax, refugiado en el cráter Da Vinci con su viejo equipo de terraformación, que recibía la ayuda de los minoanos de Dorsa Brevia. La habitación de aquel gran túnel de lava se había extendido hacia el norte mucho más que en los tiempos del congreso, y muchos de los nuevos segmentos se habían destinado a albergar a los fugitivos que venían de los refugios destrozados o abandonados del sur, además de diferentes industrias. Maya vio vídeos de gente conduciendo por inacabables segmentos cubiertos, trabajando bajo la luz parda de las claraboyas, dedicados a lo que sólo podía llamarse industria militar: construyendo aviones y rovers camuflados, misiles espacio-espacio, bloques refugio reforzados (algunos ya instalados en el túnel de lava, por sí abrían alguna brecha desde el exterior), misiles espacio-tierra, armas antitanque, armas de mano y, según le contaron los minoanos a Maya, diferentes armas ecológicas que Sax había diseñado.

Esa clase de trabajo, y la destrucción de los refugios del sur, había originado lo que desde fuera parecía una fiebre de guerra en Dorsa Brevia, que preocupaba a Maya. Sax, en el corazón de todo eso, era un cañón enloquecido, un cerebro brillante pero dañado, obstinado y distante, un auténtico científico chalado. Aún no había hablado con ella, y sus ataques a Deimos y la lupa espacial, aunque efectivos, eran la causa, en opinión de Maya, del recrudecimiento de los ataques en el sur. Ella siguió enviando a Dorsa Brevia mensajes llamando a la calma y la paciencia, hasta que Ariadne replicó con irritación:

—Maya, ya lo sabemos. Estamos trabajando con Sax, sabemos lo que tenemos entre manos y no necesitamos que insistas. Si quieres ayudar, habla con los rojos, pero déjanos tranquilos.

Maya maldijo al vídeo y habló con Spencer sobre el tema.

—Sax cree que sí vamos a llevar esto adelante podemos llegar a necesitar armas. Es una actividad profiláctica —dijo Spencer— a mí me parece sensato.