—¿Y qué pasa con la idea de la decapitación?
—Quizás él piensa que está construyendo la guillotina. Mira, habla con Nirgal y Art. O incluso con Jackie.
—Con quien quiero hablar es con Sax. Tiene que hablarme alguna vez, maldito sea. Intenta convencerlo de que hable conmigo. ¿Lo harás?
Spencer accedió, y una mañana concertó una llamada con Sax por su línea privada. Fue Art quien contestó, pero prometió convencer a Sax para que hablara.
—Está muy ocupado estos días, Maya. Tendrías que verlo. La gente lo llama general Sax.
—Válgame Dios.
—Así es. También hablan de la generala Nadia y la generala Maya.
—Eso no es lo que me llaman. —La Viuda Negra, seguramente, o la Bruja, la Asesina. Ella lo sabía.
Y la mirada esquiva de Art se lo confirmó.
—Bien —dijo él—, da igual. Con Sax es una especie de chiste. La gente habla de la venganza de las ratas de laboratorio, ese tipo de bromas.
—Pues a mí no me hace gracia.
La idea de otra revolución parecía prosperar, ganar un peso que no guardaba relación con ninguna lógica. Estaba fuera del control de Maya, fuera del control de todos. Incluso los esfuerzos colectivos, dispersos y ocultos como estaban, parecían faltos de coordinación o concebidos sin una idea clara de lo que pretendían conseguir, o por qué lo querían. Sencillamente ocurría.
Trató de explicarle parte de esto a Art, y él asintió.
—Eso es historia, supongo. Es complicada. Tienes que cabalgar sobre el tigre y al mismo tiempo retenerlo. Hay muchos grupos diferentes en el movimiento, y todos tienen ideas propias. Pero verás, creo que esta vez lo estamos haciendo mejor. Estoy trabajando en algunas iniciativas allá en la Tierra, negociando con Suiza y alguna gente del Tribunal Mundial. Y Praxis nos está manteniendo muy bien informados sobre lo que sucede entre las metanacionales en la Tierra, lo que quiere decir que no nos veremos arrastrados a algo que no comprendemos.
—Claro —admitió Maya.
Las noticias y análisis que enviaba Praxis eran mucho más detallados que los de cualquier televisión comercial, y puesto que las metanacionales continuaban abocadas a lo que ellos llamaban metanatricidio, allí en Marte, en los refugios y pisos francos, podían seguirlo golpe a golpe. Subarashii se había apoderado de Mitsubishi, y luego de su viejo enemigo Armscor, y luego se había enfrentado a Amexx, que intentaba separar la Unión de Estados del Grupo de los Once. Nada podía parecerse menos a la situación de la década de 2050. Aunque pequeño, era un consuelo.
Y entonces Sax apareció en la pantalla, detrás de Art, y la miró. Cuando vio que era ella, dijo:
—¡Maya!
Ella tragó con dificultad. ¿Estaba perdonada, entonces, por el asesinato de Phyllis? ¿Comprendía por qué lo había hecho? La nueva cara de Sax no le daba ninguna pista: era tan impasible como la antigua, y más difícil de descifrar porque aún no estaba familiarizada con ella.
Maya se dominó y le preguntó qué planes tenía.
—No tengo planes —dijo él—. Aún estamos con los preparativos. Tenemos que esperar un desencadenante. Un suceso desencadenante. Es muy importante. Hay un par de posibilidades que estoy observando con atención. Pero nada más por el momento.
—Bien —dijo ella—. Pero escucha, Sax. —Y entonces le comunicó todas sus preocupaciones: el poder de las tropas de la Autoridad Transitoria, reforzadas por las grandes metanacs centristas; la constante tendencia hacia la violencia de las facciones más radicales de la resistencia; la sensación de que volvían a caer en el mismo patrón de conducta. Mientras ella hablaba, él parpadeaba a su viejo estilo, y así supo que de verdad era él quien la escuchaba debajo de esa cara nueva, escuchándola al fin. Y por eso ella se extendió más de lo que pretendía, vomitándolo todo, su desconfianza hacia Jackie, su miedo por estar en Burroughs, todo. Fue como si hablase con un confesor, o como si suplicase, como si suplicase al científico racional que no dejase que las cosas se desviasen de nuevo. Que no se volviese loco. Maya se escuchó balbucear, y se dio cuenta de lo asustada que estaba.
El parpadeó con una especie de comprensión neutra, de simpatía. Pero al fin se encogió de hombros y dijo muy poco. Ése era el general Sax, remoto, taciturno, que le hablaba desde el extraño mundo de su nueva mente.
—Dame doce meses —le dijo—. Necesito doce meses más.
—Muy bien, Sax. —Ella se sintió más tranquila—. Haré lo que pueda.
—Gracias, Maya.
Y se fue. Maya se quedó sentada, mirando la pantalla en blanco, exhausta, llorosa, aliviada. Absuelta, por el momento.
Retornó al trabajo con entusiasmo: se reunía con grupos casi cada semana y de cuando en cuando viajaba fuera de la red a Elysium o Tharsis para hablar con las células de las ciudades altas. Coyote se hacía cargo de sus viajes, y la llevaba por todo el planeta en vuelos nocturnos que le recordaron el sesenta y uno. Michel se ocupaba de su seguridad, y la protegía con ayuda de un grupo de nativos que incluía a varios ectógenos de Zigoto; la trasladaban de un piso franco a otro en las ciudades que visitaban. Y ella hablaba y hablaba. No se trataba sólo de conseguir que esperaran, también había que coordinarlos, forzándolos a admitir que estaban del mismo lado. A veces parecía que estaba llegando a alguna parte, podía verlo en la expresión del auditorio. Otras veces tenía que concentrar todos sus esfuerzos en refrenar (con frenos gastados, quemados) a los radicales. Estos ya eran muchos, y su número seguía creciendo: Ann y los rojos, los marteprimeros de Kasei, los bogdanovistas liderados por Mijail, los booneanos de Jackie, los árabes radicales liderados por Antar, uno de los muchos novios de Jackie, Coyote, Harmakhis, Rachel… Era como tratar de detener una avalancha en la que ella misma estaba atrapada, agarrando las rocas mientras caía con ellas. En esa situación, la desaparición de Hiroko empezó a perfilarse como un desastre.
Los ataques de deja vu regresaron, más intensos que nunca. Maya había vivido en Burroughs antes, en una época similar a aquélla…, quizá sólo fuera eso. Pero era tan angustioso, esa profunda y firme convicción de que todo había sucedido antes exactamente de la misma forma. Maya se levantaba e iba al cuarto de baño, y eso ciertamente ya había sucedido, incluyendo la rigidez y los pequeños dolores y molestias. Luego salía y se encontraba con Nirgal y algunos de sus amigos, y admitía que era una crisis, no una coincidencia. Todo había sucedido de la misma manera antes, era un mecanismo de relojería. Un golpe del destino. Muy bien, se decía, ignóralo. Ésta es la realidad. Somos criaturas del destino. Al menos no sabes lo que sucederá después.
Hablaba mucho con Nirgal, tratando de comprenderlo y de que él la comprendiera. Aprendió mucho de él; lo imitaba en las reuniones, imitaba su luminosa y abierta seguridad, que tanto atraía a la gente. Se hicieron muy famosos: salían en las noticias, estaban en la lista de los buscados por la UNTA. Ninguno de los dos podía andar despreocupadamente por la calle. Así que existía un vínculo entre ellos, y Maya aprendió cuanto pudo de él, y creía que Nirgal también aprendía de ella. Maya tenía influencia después de todo. Era una relación provechosa, su mejor vínculo con la juventud. Nirgal la hacía feliz, le daba esperanza.
¡Pero que todo sucediera en la garra despiadada del destino dominador! Lo ya visto, lo ya vivido; no era sino química cerebral, decía Michel, un simple retraso o repetición neuronal, que provocaba la sensación de que el presente era una especie de pasado. Y quizá lo fuera. Así que ella aceptó el diagnóstico y tomó las pastillas que él recetó sin queja ni esperanza. Por la mañana y por la noche abría el compartimiento donde él dejaba la medicación de toda la semana y tomaba las pastillas sin hacer preguntas. Ya no lo atacaba; no sentía la necesidad de hacerlo. Quizá la noche de vigilia en Odessa la había curado, o quizás el había dado con la mezcla adecuada de drogas. Ella así lo esperaba. Iba con Nirgal a las reuniones, regresaba al apartamento debajo de la academia de baile, exhausta. Y sin embargo sufría de insomnio. Su salud empeoró, enfermaba con frecuencia, tenía problemas digestivos, ciática, dolores en el pecho… Ursula aconsejó repetir el tratamiento gerontológico. Siempre ayuda, dijo. Y con las últimas técnicas de localización de cadenas rotas, es más rápido que nunca. Sólo tendría que perder una semana como mucho. Pero Maya no podía permitirse perder una semana. Más adelante, le dijo a Ursula. Cuando todo esto termine.