Algunas noches, cuando no podía dormir, leía sobre Frank. Se había llevado la fotografía del apartamento de Odessa, y ahora estaba pegada en la pared junto a su cama, en el piso franco de Hunt Mesa. Aún sentía la presión de esa mirada electrizante, y por eso pasaba las horas de insomnio leyendo sobre él, tratando de seguir sus esfuerzos diplomáticos. Esperaba encontrar cosas positivas que imitar y descubrir los fallos que debía evitar.
Una noche, después de una tensa visita a Sabishii y la comunidad que se ocultaba en el laberinto, Maya se quedó dormida sobre el atril, en el que había estado leyendo un libro sobre Frank. Entonces soñó con él y se despertó. Agitada, fue a la sala estar y bebió un vaso de agua; regresó y reanudó la lectura.
Ese libro se centraba en los años que mediaban entre la firma del tratado de 2057 y el comienzo de la insurrección de 2061, los años durante los que Maya había estado más cerca de el. Pero ella los recordaba muy vagamente, sólo algunos inconexos y fugaces momentos de eléctrica intensidad, separados por largas zonas en sombra. Y el texto no despertó en ella ningún sentimiento de reconocimiento, a pesar de que la mencionaba con cierta frecuencia. Una especie de jamais vu histórico.
Coyote dormía en el sofá, y murmuró algo en sueños, se despertó y miró alrededor, buscando el origen de la luz. Pasó por delante de Maya en dirección al baño y miró por encima del hombro de ella.
—Ah —exclamó entonces, enfáticamente—. Dicen muchas sobre él. — Y se alejó por el pasillo.
Cuando regresó, Maya dijo:
—Supongo que tú conoces mejor el tema.
—Sé cosas sobre Frank que ellos desconocen, eso seguro. Maya lo miró.
—Tú también estabas en Nicosia. —Entonces recordó haberlo leído en alguna parte.
—Pues sí, allí estaba.
Se dejó caer pesadamente en el sofá y miró al suelo.
—Vi a Frank esa noche, arrojando ladrillos contra las ventanas. Él sólito empezó los disturbios. —Levantó la vista y la miró—. Estuvo hablando con Selim el-Hayil en el parque del vértice media hora antes de que atacaran a John. Imagínate el resto.
Maya apretó los dientes y miró el atril, ignorándolo. Coyote se tendió en el sofá y empezó a roncar.
Esas noticias no eran nuevas. Y Zeyk lo había dejado claro, nadie conseguiría desenredar aquel nudo, sin importar lo que hubieran visto o pensaran que habían visto. Nadie podía estar seguro de nada sucedido en un pasado tan remoto, no se podía confiar en los recuerdos, que cambiaban sutilmente en cada evocación. Lo único fiable eran aquellas imágenes espontáneas que brotaban de las profundidades, las mémoires involuntaires, tan vividas que tenían que ser ciertas. Pero a menudo concernían a sucesos sin importancia. No. El relato de Coyote era tan poco digno de confianza como los demás.
Empezó a leer el texto de la pantalla.
Los esfuerzos de Chalmers para detener la oleada de violencia de 2061 fueron infructuosos sencillamente porque ignoraba la extensión real del problema. Como muchos de los Primeros Cien, se engañaba con respecto a la población real de Marte en 2050, que sobrepasaba el millón de personas. Persuadido de que Arkadi Bogdanov dirigía y coordinaba la resistencia, sólo porque lo conocía, ignoró la influencia de Oskar Schnelling en Koroliov, y de los ampliamente difundidos movimientos rojos, como Elysium Libre, o la de aquellos que abandonaron las colonias oficiales a centenares. Debido a la ignorancia y a la falta de imaginación, sólo abordó una pequeña fracción del problema.
Maya se incorporó y se desperezó, y echó una mirada a Coyote. ¿Era eso cierto? Trató de recordar esos años. Frank sí era consciente de todo aquello. «Jugando con las agujas, cuando son las raíces las que están enfermas.» ¿No le había dicho Frank eso durante ese período?
No lo recordaba. Jugando con las agujas cuando son las raíces las que están enfermas. La frase flotaba allí, aislada, separada de un contexto que podría haberle dado sentido. Pero Maya tenía la profunda certeza de que Frank sabía de la existencia de un gran cúmulo de resentimiento y resistencia oculto; ¡nadie había sido más consciente de eso que él! ¿Cómo podía ignorarlo el escritor? ¿Como podía cualquier historiador, sentado en una silla y escogiendo entre los informes, determinar qué cosas habían sabido ellos, o siquiera capturar el ambiente de ese momento, la naturaleza fragmentaria y caleidoscópica de la crisis diaria, cada momento de la tormenta que ellos habían vivido…?
Intentó recordar la cara de Frank, y surgió una imagen de él, sentado con aire desgraciado a una mesa de café, el asa blanca de una taza girando a sus pies. Ella había roto la taza, pero ¿por qué? No lo recordaba. Pasó deprisa las páginas del libro, volando sobre los meses con cada párrafo, el análisis seco completamente divorciado de lo que ella podría recordar. Entonces un frase llamó su atención, y leyó como si una mano la aferrase por el cuello y la forzara a hacerlo.
Desde su aventura en la Antártida, Toitovna ejerció una influencia sobre Chalmers que nunca se interrumpió, sin importar cuánto interfiriese en los planes de él. Asi, cuando Chalmers regresó de Elysium el mes anterior al inicio de la Sublevación, Toitovna se reunió con él en Burroughs, y pasaron una semana juntos, durante la cual fue evidente para todos que las cosas no iban bien entre ellos. Chalmers quería quedarse en Burroughs mientras durase la crisis; Toitovna quería que regresara a Sheffield. Una noche, él se presentó en uno de los cafés junto al canal tan perturbado y furioso que los camareros se inquietaron. Y cuando apareció Toitovna, creyeron que él estallaría. Pero se quedó sentado mientras ella le recordaba todo lo que habían compartido, lo que se debían, todo su pasado juntos. Y finalmente él cedió a sus deseos y regresó a Sheffield, donde fue incapaz de controlar la revolución.
Maya miró la pantalla. ¡Todo eso era mentira, mentira, nada de eso había sucedido! ¿Una aventura en la Antártida? ¡No, nunca, nunca!
Pero ella lo había enfrentado una vez en un restaurante… seguramente los habían observado… era difícil precisarlo. Ese libro era estúpido, pura especulación, en absoluto histórico. Quizá uno descubriría que todas las historias eran falsas si tuviese la posibilidad de regresar y ver las cosas. Todo mentiras. Intentó rememorar, apretó los dientes y se puso rígida, y los dedos se le curvaron como si quisiesen hurgar en su mente. Pero era como intentar clavarlos en la roca. No acudió a su mente ninguna imagen del encuentro en el café; las frases del libro las cubrían.
¡Ella le recordaba todo lo que habían compartido! ¡No! Una figura encorvada sobre una mesa, ahí estaba la imagen… y entonces él levantó los ojos hacia ella…
Pero la cara que le miraba era el rostro juvenil en la cocina de Odessa.
Maya gimió, se mordió los puños apretados y sollozó.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Coyote, soñoliento.