—No.
—¿Has encontrado algo?
—No.
Frank estaba siendo borrado por los libros. Y por el tiempo. Los años habían pasado, y para ella, incluso para ella, Frank Chalmers se estaba convirtiendo en una diminuta figura histórica entre otras muchas, remota, como si la hubiese enfocado con el extremo equivocado del telescopio. Un nombre en un libro. Alguien sobre el que leer, junto a Bismarck, Talleyrand, Maquiavelo. Su Frank… desaparecido para siempre.
Pasaba varias horas al día estudiando los informes de Praxis con Art tratando de encontrar pautas y de comprenderlas. Recibían tanta información a través de Praxis que ahora tenían el problema inverso al del período previo a la crisis de 2061; entonces no tenían información, ahora tenían demasiada. Cada día la situación se agravaba con una multitud de crisis, y Maya solía acabar al borde de la desesperación. Varias naciones miembros de la UN, todas clientes de Consolidados o de Subarashii, habían pedido la abolición del Tribunal Mundial, puesto que sus funciones eran superfluas. Muchas metanacionales habían secundado de inmediato la propuesta, y puesto que en sus comienzos el Tribunal Mundial había sido una agencia de la UN, había quienes decían que sería una acción legal y que obedecía a una razón histórica. Pero la primera consecuencia sería la interrupción de algunos arbitrajes en curso, lo que provocaría una guerra entre Ucrania y Grecia.
—¿Es que no hay responsables? —exclamó Maya—. ¿Quién ha planeado esta jugada?
—Algunas metanacionales tienen presidentes, y todas tienen consejos ejecutivos, que se reúnen y discuten las cosas, y deciden qué órdenes dar. Es como Fort y los dieciocho inmortales en Praxis, aunque Praxis es más democrática que la mayoría. Los consejos de las metanacionales designan un comité ejecutivo para la Autoridad Transitoria, y ésta toma algunas decisiones locales. Podría darte sus nombres, pero no creo que sean tan poderosos como los que llevan la batuta.
—No importa. —Por supuesto que había responsables. Pero nadie controlaba nada. Sucedía lo mismo en los dos bandos, sin duda. Al menos ése era el caso en la resistencia. El sabotaje, contra las plataformas del océano de Vastitas sobre todo, era pandémico ahora, y ella sabía de quién había sido la idea. Discutió con Nadia la conveniencia de comunicarse con Ann, pero Nadia negó con la cabeza.
—No hay ninguna posibilidad. No he conseguido hablar con Ann desde Dorsa Brevia. Es una de las rojas más radicales.
—Como siempre.
—Bien, no creo que antes lo fuera. Pero eso no importa ahora.
Maya meneó la cabeza con disgusto y volvió al trabajo. Pasaba cada vez más tiempo trabajando con Nirgal, recibiendo su instrucción y aconsejándole a su vez. Más que nunca él era su mejor contacto con la juventud, el más poderoso y además moderado. Nirgal quería esperar el desencadenante y entonces organizar una acción conjunta, igual que ella, y ésa era una de las razones por las que ella gravitaba en torno a él. Pero también influía el carácter de Nirgal, su calidez y su buen ánimo, la consideración que le demostraba. No podía ser más diferente de Jackie, aunque Maya sabía que los unía una compleja relación que se remontaba a la niñez. Pero últimamente parecían distanciados, lo que a ella no le desagradaba, y enemistados políticamente. Jackie, como Nirgal, era un líder carismático, y reclutaba mucha gente para las filas booneanas del grupo de Marteprimero, que abogaba por la acción inmediata, y eso la alineaba más con Harmakhis que con Nirgal. Maya hizo cuanto estuvo en su mano para apoyar a Nirgal en esta división entre los nativos: en las reuniones, defendía las políticas y acciones verdes, moderadas, no violentas, y coordinadas desde un centro. Pero advertía que a la mayoría de los nativos de las ciudades recientemente politizados les atraía Jackie y Marteprimero, radicales, rojos, violentos y anárquicos… Al menos ella lo veía así. Y las cada vez más frecuentes huelgas, manifestaciones, refriegas callejeras, sabotajes y ecotajes tendían a darle la razón.
Y no eran sólo los nativos los que se unían a Jackie; había también muchos inmigrantes descontentos, los que hacía poco que habían llegado. Esta tendencia desconcertaba a Maya, y lo comentó con Art.
—Bien —dijo el diplomáticamente—, es bueno tener el mayor número de inmigrantes posible de nuestra parte.
Cuando no estaba colgado del enlace con la Tierra, Art se pasaba el tiempo yendo y viniendo entre los grupos de la resistencia, tratando de ponerlos de acuerdo; aquélla era su línea de acción.
—¿Pero por qué se unen a ella precisamente? —preguntó Maya.
—Caramba… —dijo Art, agitando una mano—, ya sabes, esos inmigrantes llegan y ven las manifestaciones. Y preguntan y oyen historias, y creen que si participan en esas manifestaciones los nativos serán muy amables con ellos, ¿comprendes? Tal vez alguna joven nativa se mostrará muy cordial. Muy cordial. Así que allá van, pensando que si ayudan alguna de esas muchachas altas se los llevará a casa al final del día.
—Vamos, Art —dijo Maya.
—Bueno, ya sabes —dijo Art—, a algunos les pasa.
—Y de esa manera nuestra Jackie consigue sus nuevos reclutas.
—Bien, no me parece descabellado pensar que ocurre lo mismo con Nirgal. Y no estoy seguro de que la gente haga fiestas distintas entre ellos. Eso es un detalle, algo que tú percibes mejor que ellos.
Maya no contestó. Recordó a Michel diciéndole que era importante luchar por lo que amaba, además de hacerlo contra lo que odiaba. Y ella amaba a Nirgal, era cierto. Era un joven extraordinario, el mejor entre los nativos. No había que despreciar ese tipo de motivaciones, esa energía erótica que arrastraba a la gente a las calles… Sin embargo, si la gente fuese un poco más sensata… Jackie estaba llevándolos directamente hacia otra revuelta desordenada y espasmódica, y los resultados podían ser desastrosos.
—Ése es también uno de los motivos por los que la gente te sigue a ti, Maya.
—¿Qué…?
—Me has oído perfectamente.
—Vamos. No seas tonto.
Aunque era agradable oírlo. Quizás ella podría extender la lucha por el control a ese nivel también. Aunque estaría en desventaja. Crearía un partido de viejos. Bien, en realidad eso eran. En Sabishii habían acordado que los issei asumieran el control de la resistencia y la guiaran por la senda recta. Y muchos de ellos llevaban muchos años dedicados a eso. Pero lo cierto era que no había funcionado. Porque la nueva mayoría era una especie nueva con ideas propias. Los issei sólo podían cabalgar sobre el tigre, hacer lo que pudieran. Maya suspiró.
—¿Cansada?
—Exhausta. Este trabajo me matará.
—Descansa un poco.
—A veces, cuando hablo con esa gente me siento como una cobarde conservadora y cauta que no sabe decir otra cosa que no. No hagan esto, no hagan aquello, siempre. Estoy tan harta. Me pregunto a veces si Jackie no tendrá razón.
—¿Bromeas? —dijo Art abriendo mucho los ojos—. Tú eres quien está manteniendo en pie el espectáculo, Maya. Tú, Nadia y Nirgal. Y yo. Pero tú tienes el aura. —La fama de asesina, quería decir él—. Sólo estás cansada. Ve a descansar. Es casi el lapso marciano.
Algunas noches después, Michel la despertó: en el otro lado del planeta, unidades de seguridad de Armscor, supuestamente integradas en Subarashii, se habían apoderado del ascensor y habían echado a la policía regular de Subarashii. En la hora de incertidumbre que siguió, un grupo de Marteprimero había tratado de apoderarse del Enchufe, en las afueras de Sheffield. El intento fracasó y la mayor parte de los atacantes había muerto. Subarashii se había apoderado entonces de Sheffield, Clarke y todo lo que había en medio, y de buena parte de Tharsis. Ahora caía la tarde allí, y una gran muchedumbre se había lanzado a las calles para protestar por la violencia, o por la invasión, no lo habían acabado de decidir. Era inútil. Medio dormida, Maya vio con Michel a la policía, con trajes y cascos, romper la manifestación en segmentos y dispersarla con gases lacrimógenos y porras de goma.