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—¡Estúpidos! —gritó Maya—. ¿Por qué hacen eso? ¡Van a conseguir que todo el poder militar terrano caiga sobre nosotros!

—Parece que se están dispersando —dijo Michel mirando la pequeña pantalla—. Quién sabe, Maya. Imágenes como éstas pueden encender a la gente. Ellos habrán ganado esta batalla pero perderán apoyo en todas partes.

Maya se tendió en un sofá frente a la pantalla, aún no lo suficientemente despierta como para pensar.

—Quizás —dijo—. Pero será más difícil que nunca refrenar a la gente el tiempo que Sax necesita.

Michel no le dio ninguna importancia al comentario.

—¿Cuánto tiempo espera que sigas ingeniándotelas?

—No lo sé.

Escucharon a los reporteros de Mangalavid describir los disturbios como acciones terroristas. Maya gimió. Spencer hablaba por otra IA con Nanao en Sabishii.

—El nivel de oxígeno está subiendo muy deprisa, tiene que haber algo ahí fuera sin genes suicidas. ¿Los niveles de dióxido de carbono? Si, están bajando deprisa también… Hay un puñado de bacterias fijadoras del carbono realmente eficaces ahí fuera, proliferando como las malas hierbas. Le he preguntado a Sax pero él sólo parpadea… Sí, está tan descontrolado como Ann. Y ella anda por ahí saboteando cualquier proyecto que se le pone a tiro.

Cuando Spencer cortó, Maya le preguntó:

—¿Cuánto tiempo pretende Sax que aguantemos? Spencer se encogió de hombros.

—Hasta que tengamos lo que él llama un desencadenante. O una estrategia coherente. Pero si no podemos detener a los rojos y Marteprimeros, poco importará lo que Sax quiera.

Las semanas pasaron lentamente. En Sheffield y Fosa Sur empezó una campaña de manifestaciones callejeras. Maya pensaba que sólo incrementaría la represión, pero Art las defendió.

—Tenemos que demostrarle a la Autoridad Transitoria lo amplia que es la resistencia, para que cuando llegue el momento no traten de aplastarnos por pura ignorancia, ¿me comprendes? En estos momentos necesitamos que se sientan rechazados y sobrepasados en número. Demonios, las grandes masas de gente en las calles son casi lo único que asusta a los gobiernos.

De todas maneras, Maya no podía hacer nada. Pasaban los días y ella sólo podía trabajar duro, viajando y hablando con grupos, mientras sus músculos se convertían en alambres tensos y casi no dormía, salvo una hora o dos cerca del alba.

Una mañana de la primavera septentrional de M-52, año 2127, Maya se despertó más descansada que de costumbre. Michel aún dormía. Se vistió y salió. Cruzó el gran paseo central hacia los cafés junto al canal. Eso era lo extraordinario de Burroughs: a pesar del estricto control de las fuerzas de seguridad en las puertas y estaciones, uno aún podía pasear por la ciudad a ciertas horas, y entre las multitudes el riesgo de ser detenida era ínfimo. Así que se sentó y bebió café y comió pastas y observó las bajas nubes grises que pasaban sobre la ciudad y seguían la pendiente de Syrtis hacia el dique, al este. La circulación del aire dentro de la tienda era rápida, para proporcionar un contrapunto cinético a lo que ocurría sobre sus cabezas. Era extraño. Se había acostumbrado a que el aspecto del cielo no se correspondiera con el viento de las tiendas. Los esbeltos tubos arqueados del puente entre el Monte Ellis y Hunt Mesa estaban poblados de figuras humanas, puntos de color que parecían hormigas, gente ocupada en sus tareas matinales, desarrollando vidas normales. Se puso de pie, pagó la cuenta e inició un largo paseo. Caminó junto a las hileras de blancas columnas Bareiss, subió hasta las nuevas tiendas por Princess Park, recorrió las colinas pingo, que se habían convertido en el emplazamiento de los apartamentos de moda. Allí, en el alto distrito occidental, uno podía mirar atrás y ver toda la ciudad, los árboles y los tejados divididos por el paseo y sus canales, las mesas enormes y muy separadas, semejantes a vastas catedrales. Sus extraños flancos de roca estaban cuarteados y estriados, y las centelleantes hileras de ventanas eran lo único que revelaba que habían sido vaciados y convertidos en ciudades, pequeños mundos sobre la roja llanura de arena, bajo la inmensa tienda invisible, conectados por pasarelas colgantes que brillaban como las burbujas de jabón. ¡Ah, Burroughs!

Regresó con las nubes, por calles estrechas flanqueadas de bloques de apartamentos y jardines, a Hunt Mesa y a su hogar bajo la academia de baile. Michel y Spencer habían salido, y ella estuvo un buen rato mirando por la ventana, viendo las nubes veloces sobre la ciudad, tratando de hacer el trabajo de Michel, echarle el lazo a sus estados de ánimo y arrastrarlos a una especie de centro estable. En el techo se oyeron unos golpes. Otra clase empezaba. Pero luego oyó golpes provenientes del vestíbulo, delante de la puerta, y llamaron con violencia. Abrió con el corazón agitado.

Eran Jackie, Antar, Nirgal, Art, Rachel, Frantz y el resto de los ectógenos, que entraron en tropel hablando a la velocidad del sonido, de manera que no pudo entender qué decían. Ella los recibió con toda la cordialidad que pudo, dada la presencia de Jackie, y entonces recobró el dominio y apartó todo rastro de odio de sus ojos, y habló con todos, incluso con Jackie, de sus planes. Habían ido a Burroughs a ayudar a organizar una manifestación en el parque del canal. Habían hecho correr la voz entre las células, y esperaban que un gran número de ciudadanos no alineados se unieran a ellos.

—Espero que esto no precipite ninguna represalia —dijo Maya. Jackie le dedicó una sonrisa triunfal, por supuesto.

—Recuerda, nunca podrán regresar —dijo.

Maya puso los ojos en blanco y fue a calentar agua, tratando de sofocar la amargura. Se reunirían con los líderes de todas las células de la ciudad, y Jackie se apropiaría de la reunión y exhortaría a la revolución inmediata, sin sentido ni estrategia. Y Maya no podía hacer nada para impedirlo…

Así que recogió los abrigos de todos, repartió plátanos y apartó pies de los cojines del sofá, sintiéndose como un dinosaurio en un clima nuevo, entre criaturas veloces y calientes que desdeñaban sus movimientos pesados.

Art la ayudó con las tazas de té, desaliñado y tranquilo como siempre. Maya le preguntó qué noticias tenía de Fort, y él la dio el informe diario sobre la Tierra. Subarashii y Consolidados eran atacadas por los ejércitos de lo que parecía ser una alianza fundamentalista, aunque ilusoria, porque el fundamentalismo cristiano y el musulmán se odiaban, y ambos despreciaban a los hindúes. Las grandes metanacionales habían utilizado a la nueva UN para advertir que defenderían sus intereses con las fuerzas necesarias. Praxis, Amexx y Suiza habían pedido la intervención del Tribunal Mundial, y también la India, pero nadie más.

—Al menos aún temen al Tribunal Mundial —dijo Michel.

Pero para Maya era evidente que el metanatricidio estaba degenerando en una guerra entre los acaudalados y los «mortales», que podía ser mucho más explosiva: guerra total, y no decapitación.

Art y ella conversaron sobre la situación mientras servían el té. Espía o no, Art conocía la Tierra, y tenía un juicio político incisivo que a ella le parecía muy útil. Era como una versión dulce de Frank, y aunque no podía precisar por qué, la complacía oscuramente. Nadie advertiría nunca tal semejanza en ese hombre corpulento y sigiloso, sólo ella.

Entonces empezó a llegar más gente al apartamento, los líderes de las células y visitantes de fuera de la ciudad. Maya se sentó y escuchó hablar a Jackie. Todos los miembros de la resistencia, pensó Maya, actuaban sólo en representación de sí mismos, pero la manera en que Jackie utilizaba a su abuelo como un símbolo, haciéndolo ondear como sí fuera una bandera para reunir a sus tropas, era repugnante. No era John lo que había atraído a los seguidores, sino la blusa escotada de sucia mujerzuela de Jackie. No le extrañaba que Nirgal se hubiese distanciado de ella.