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—Incluyendo a la gente de la Tierra —replicó Jackie.

—¡Otra respuesta aguda no, por favor! —suplicó Coyote—. Oh, jovencita, abandona a esos niños y cásate conmigo. Beso igual que esta bomba neumática. Anda, acércate y te haré una demostración.

Sacudió la bomba y Jackie lo empujó y echó a correr. Ahora era la corredora más rápida de Zigoto; ni siquiera Nirgal con su resistencia podía competir con ella, y los chicos rieron cuando Coyote saltó tras ella. A pesar de la edad, era bastante veloz. Gruñendo y resoplando, se volvió y empezó a perseguirlos a todos. Acabó debajo de una pila de niños, gritando:

—¡Oh, mi pobre pierna! ¡Me las pagaréis! ¡Estáis celosos porque voy a birlaros a vuestra chica! ¡Basta, basta!

Ese tipo de bromas incomodaban a Nirgal e Hiroko las desaprobaba. Con una expresión severa, ella conminó a Coyote a detener el juego, pero él se rió en su cara.

—Fuiste tú quien convirtió esto en un pequeño campamento de incesto —le dijo—. ¿Qué piensas hacer, castrarlos? —El rostro de Hiroko se ensombreció aún más.— Muy pronto tendrás que renunciar a ellos y soltarlos. Y puede que entonces yo me quede con alguno.

Hiroko lo despidió, y muy pronto él emprendió un nuevo viaje. La siguiente vez que Hiroko les dio clase, los llevó a los baños y todos se sentaron a los pies de ella en el agua poco profunda y humeante mientras hablaba. Nirgal se sentó cerca del cuerpo desnudo y esbelto de Jackie, tan familiar para él a pesar de los cambios dramáticos que había experimentado el año anterior, y descubrió que no podía mirarla.

—Todos vosotros sabéis cómo funciona la genética, yo misma os lo he enseñado —dijo su anciana madre desnuda—. Y también sabéis que muchos sois medio hermanos, tíos, sobrinos y primos. Yo soy la madre o la abuela de buena parte de vosotros. Por consiguiente, no debéis tener hijos entre vosotros. Es así de sencillo, una simple ley de la genética.

Alzó una mano, mostrando la palma, como diciendo «Éste es nuestro cuerpo compartido».

—Pero todas las criaturas vivientes están impregnadas de viriditas —continuó—, la fuerza verde que empuja para salir al exterior. Y por eso es normal que os améis los unos a los otros, sobre todo ahora que vuestros cuerpos están floreciendo. No hay nada malo en ello, a pesar de lo que diga Coyote. Sólo está bromeando. Sin embargo, en una cosa tiene razón: muy pronto conoceréis a otros jóvenes de vuestra edad, que con el tiempo se convertirán en vuestras parejas y compartirán la paternidad de vuestros hijos, y que estarán más cerca de vosotros que los miembros del clan incluso, a quienes conocéis demasiado bien para amarlos como a un ser distinto. Aquí todos formamos parte de un mismo ser, y el amor verdadero va siempre dirigido a otro ser.

Nirgal no apartaba los ojos de su madre, y sin embargo supo el momento exacto en que Jackie había cruzado las piernas, percibió el cambio ínfimo de la temperatura del agua que se arremolinaba entre ellas. Y se le ocurrió que su madre se equivocaba en parte. Aunque conocía muy bien el cuerpo de Jackie, ella seguía estando en muchos aspectos tan distante como una estrella, brillante e imperiosa en el cielo. Ella era la reina de la pequeña banda, y podía aplastarlo con una mirada si quería; de hecho lo hacía con frecuencia a pesar de que él llevaba toda la vida estudiando los estados de ánimo de ella. Ésa era toda la alteridad que él deseaba. Y estaba seguro de quererla. Sin embargo, ella no lo amaba, al menos no de la misma forma. Ni tampoco amaba así a Harmakhis, pensó Nirgal, lo que era un pequeño consuelo. Era a Peter a quien ella miraba con esa clase de amor, pero él estaba casi siempre fuera. Por tanto, no había nadie en Zigoto a quien ella amase como Nirgal la amaba. Quizá para Jackie las cosas eran como había dicho Hiroko, y Harmakhis y Nirgal y los demás eran demasiado conocidos. Y para ella sólo eran hermanos, a pesar de los genes.

Un día, el cielo se cayó de verdad. Toda la parte superior de la capa de hielo de agua se resquebrajó y se separó del hielo carbónico, y se desplomó sobre el lago, la playa y las dunas. Por fortuna, sucedió a primera hora de la mañana, cuando nadie había salido. Pero en la aldea los primeros estampidos y crujidos sonaron como explosiones y todos se precipitaron a las ventanas y presenciaron el desprendimiento; las gigantescas placas de hielo caían como bombas o girando como lascas, y el agua del lago saltaba y arremetía contra las dunas. La gente salió apresuradamente de las habitaciones, y en medio del ruido y el pánico Hiroko y Maya reunieron a los niños en la escuela, que disponía de un sistema de ventilación autónomo. Después de unos minutos pareció que la cúpula resistiría, y Peter, Michel y Nadia, sorteando escombros y pedazos de hielo, rodearon el lago para ir a comprobar el estado del Rickover. Si había sufrido daños, sería una misión mortal para ellos, y los demás estarían en peligro de muerte. Desde la ventana de la escuela Nirgal alcanzaba a ver la orilla opuesta del lago, cuajada de icebergs. Los graznidos de las gaviotas llenaban el aire y había un gran revuelo de plumas. Las tres figuras serpentearon por el estrecho sendero elevado que nacía en la base de la cúpula y desaparecieron en el interior del Rickover. Jackie se mordía los nudillos, nerviosa. Poco después los expedicionarios informaron por teléfono de que todo estaba en orden. El hielo sobre el reactor estaba sostenido por una red metálica muy densa y había resistido.

Estaban a salvo, por el momento. No obstante, en los días que siguieron la pequeña aldea vivió sumida en una angustiosa incertidumbre. La investigación reveló que la masa de hielo seco sobre ellos se había pandeado ligeramente y por eso la capa de hielo de agua se había cuarteado y desprendido de la red metálica. Al parecer, la sublimación del hielo exterior se estaba acelerando notablemente a medida que la atmósfera se espesaba y el mundo se calentaba.

Los icebergs del lago se derritieron lentamente, pero las placas de hielo que habían caído sobre las dunas permanecieron allí toda la semana, derritiéndose aún más despacio. Los niños ya no podían bajar a la playa, porque no se sabía si lo que quedaba de la capa de hielo era estable.

En la décima noche después del accidente los doscientos habitantes de la aldea se reunieron en el comedor. Nirgal miró su pequeña tribu reunida: los sansei parecían asustados; los nisei desafiantes; los issei, aturdidos. Los más viejos llevaban catorce años marcianos viviendo en Zigoto, y era evidente que les resultaba muy difícil recordar una forma de vida que no fuera ésa. Para los niños, que no habían conocido otra cosa, era imposible.

No era necesario señalar que nadie entraría en el mundo de la superficie. Pero la cúpula amenazaba hundirse y eran un grupo demasiado numeroso para pedir asilo en otros refugios. Separándose resolverían el problema, pero no era una solución que los alegrara.

Discutieron durante una hora antes de resumir la situación en esos términos.

—Podemos intentarlo en Vishniac —dijo Michel—. Es grande y seremos bien recibidos.

Pero Vishniac era el hogar de los bogdanovistas, no el suyo. Eso era lo que se leía en las caras de los mayores. Nirgal pensó que eran ellos los que tenían más miedo.

—Podemos mudarnos hielo adentro —propuso. Todos lo miraron.