Pusieron rumbo al sur otra vez, dejaron atrás la mole de Hecates Tholus, en el extremo septentrional del macizo de Elysium, y aterrizaron en el puerto espacial de Fossa Sur. El vuelo había durado doce horas, pero habían atravesado nueve franjas horarias en dirección oeste y habían cruzado la línea de datación de la latitud 180°, así que era mediodía del domingo cuando el autobús del aeropuerto los llevó hasta el borde de la ciudad y entraron por la antecámara de la cima.
Fossa Sur y las otras ciudades de Elysium, Hephaestus y Elysium Fossa habían manifestado abiertamente su apoyo a Marte Libre. Las tres formaban una especie de unidad geográfica: un brazo meridional del hielo de Vastitas discurría entre el macizo de Elysium y el Gran Acantilado y aunque habían tendido pistas sobre puentes de pontones para franquearlo, Elysium se convertiría en un continente isla. La población de esas ciudades se había lanzado a las calles y había ocupado los edificios públicos y las plantas físicas. Sin la amenaza de ataques orbitales que los respaldasen, los escasos policías de la Autoridad Transitoria se habían vestido de civiles y se habían confundido con la multitud o habían tomado el tren para Burroughs. Elysium formaba parte decididamente de Marte Libre.
En las oficinas de Mangalavid Nadia y Sax se enteraron de que un nutrido grupo armado de rebeldes se había apoderado de la emisora y durante las veinticuatro horas y media del día emitía programas por los cuatro canales abogando por la revolución, con largas entrevistas a gente de las ciudades y estaciones independientes. Durante el lapso marciano emitirían un especial dedicado a los sucesos del día anterior.
Algunas estaciones mineras aisladas en las fisuras radiales de Elysium y los Phlegra Montes eran explotaciones metanacionales, principalmente de Amexx y Subarashii, y los trabajadores, nuevos inmigrantes, permanecían en sus campamentos y mantenían la boca cerrada o amenazaban a cualquiera que tratase de molestarlos; algunos incluso habían manifestado su intención de reconquistar el planeta o resistir hasta que llegasen refuerzos de la Tierra.
—Ignórenlos —aconsejó Nadia—. Traten de inutilizar su sistema de comunicaciones y déjenlos en paz.
Los informes sobre el resto de Marte eran más prometedores. Senzeni Na estaba en manos de gentes que se llamaban a sí mismos booneanos, aunque no tenían relación con Jackie, issei, nisei, sansei y yonsei que de inmediato bautizaron John Boone el agujero de transición y declararon Thaumasia un «asentamiento neutral y pacífico de Dorsa Brevia». Koroliov, ahora sólo una pequeña ciudad minera, se había rebelado con tanta violencia como en el 61, y sus ciudadanos, muchos de ellos descendientes de la vieja población de la prisión, llamaron Sergei Pavlovich Koroliov a la ciudad y la declararon zona libre anarquista. Los antiguos edificios de la prisión se habían transformado en un gigantesco bazar y espacios comunales donde eran especialmente bien recibidos los refugiados de la Tierra. Nicosia era otra ciudad libre. Cairo estaba bajo el control de las fuerzas de seguridad de la Amexx. Odessa y las demás ciudades de la Cuenca de Hellas seguían defendiendo la independencia con tesón, a pesar de que la línea circumHellas había sido interrumpida en varios puntos. Los sistemas magnéticos que permitían la circulación eran demasiado vulnerables. Por esa razón muchos trenes iban vacíos y muchos servicios eran cancelados, pues la gente prefería viajar en rover o avión a acabar varados en cualquier lugar en vehículos que ni siquiera tenían ruedas.
Nadia y Sax pasaron el resto del domingo siguiendo el desarrollo de los acontecimientos y haciendo sugerencias, si les preguntaban, sobre situaciones problemáticas. En general a Nadia le parecía que todo estaba marchando muy bien. Pero el lunes tuvieron malas noticias de Sabishii. La fuerza expedicionaria de la UNTA había llegado desde el sur y había recuperado toda la superficie de la ciudad después de una lucha encarnizada durante toda la noche contra la guerrilla roja. Los rojos y la población original de Sabishii se habían retirado al laberinto del montículo y a los refugios exteriores, y todo auguraba que la lucha se extendería al laberinto. Art predijo que la fuerza de seguridad sería incapaz de penetrar y se vería forzada a abandonar la ciudad, en tren o avión, en dirección a Burroughs para reforzar las fuerzas allí concentradas. Pero la pobre Sabishii había sido cruelmente dañada por el asalto y por el momento estaba en manos de la policía.
Cuando cayó la noche, Nadia y Sax salieron a comer algo. El suelo del cañón de Fossa Sur estaba cubierto por una densa arboleda: las secoyas gigantescas dominaban un sotobosque de pinos y enebros y, en los tramos más bajos del cañón, de álamos y robles. Mientras atravesaba el parque a lo largo del arroyo, la gente de Mangalavid fue presentándolos a cuantos se cruzaban con ellos, la mayoría nativos, contentos de conocerlos. A Nadia le parecía extraño ver a tanta gente feliz. En la vida corriente no había tantas sonrisas ni extraños que conversaban entre sí como conocidos… Las cosas podían seguir derroteros musitados cuando el orden social desaparecía: la anarquía y el caos, pero también la comunión.
Comieron en la terraza de un restaurante junto a la corriente central y luego regresaron a las oficinas de Mangalavid. Nadia se instaló de nuevo delante de la pantalla y siguió hablando con diferentes comités de organización. Se sentía como Frank en el 61, trabajando por teléfono en una frenética sucesión de comunicaciones superdirectas. Sólo que ahora estaban en comunicación con todo Marte y ella tenía la certeza de que aunque no controlaba nada, al menos estaba al corriente de lo que ocurría. Y eso no tenía precio. El hierro de la nuez de su interior empezó a convertirse en algo semejante a la madera.
Después de un par de horas, cabeceaba durante los pocos segundos que mediaban entre una llamada y la siguiente. En la Colina Subterránea y Shalbatana estaban en mitad de la noche, y ella no había dormido desde la llamada de Sax para comunicarle lo de la Antártida. Eso significaba que llevaba cuatro o cinco días sin dormir; no, en realidad eran tres días, aunque le pesaban como dos semanas.
Acababa de tumbarse en un sofá cuando se oyó una barahúnda y todos se precipitaron al vestíbulo y luego a la plaza empedrada donde estaban las oficinas. Nadia se tambaleó torpemente detrás de Sax, que la sostuvo por el brazo.
Había un agujero en la tienda. La gente lo señalaba pero Nadia no podía distinguirlo.
—Éste es nuestro mejor logro —dijo Sax con un leve gesto de satisfacción en los labios—. La presión bajo la tienda es sólo ciento cincuenta milibares superior a la externa.
—Es decir que las tiendas no estallan como globos pinchados —dijo Nadia, recordando con un escalofrío algunas de las cúpulas reventadas del 61.
—Y el aire que está entrando tiene un elevado nivel de oxígeno y nitrógeno. Aunque el nivel de dióxido de carbono sigue siendo muy alto, ya no nos envenenamos al instante.
—El agujero tendría que ser muy grande —dijo Nadia.
—Exacto.
Ella meneó la cabeza.
—Tenemos que modificar la atmósfera de todo el planeta para estar verdaderamente a salvo.
—Cierto.
Nadia volvió bostezando. Se sentó delante de la pantalla y empezó a ver los cuatro canales de Mangalavid, alternándolos rápidamente. Casi todas las ciudades importantes estaban o abiertamente a favor de la independencia o no se pronunciaban, y las fuerzas de seguridad controlaban las plantas físicas aunque no ocurría nada, y la población estaba en las calles esperando los acontecimientos. Había también cierto número de ciudades y campamentos de las compañías que seguían fieles a las metanacionales, pero en el caso de Punto Bradbury y Huo Hsing Vallis, ciudades vecinas en el Gran Acantilado, sus metanacionales, Amexx y Mahjari, estaban enfrentadas en la Tierra. El efecto que esto tendría en esas ciudades norteñas aún no estaba nada claro, pero Nadia estaba segura de que no las ayudaría a resolver su situación.