—¿Te refieres a fundir una nueva cúpula? —preguntó Hiroko con interés.
Nirgal se encogió de hombros. Después de proponerla, se dieron cuenta de que la idea le desagradaba.
—El casquete es más grueso hacia el interior —dijo Nadia—. Pasará mucho tiempo antes de que se sublime lo suficiente como para preocuparnos. Y para entonces todo habrá cambiado.
—Es una buena idea —dijo Hiroko tras un corto silencio—, Podemos continuar aquí mientras fundimos una nueva cúpula, e ir trasladando las cosas a medida que haya espacio disponible. Sólo tardaremos unos meses.
—Shikata ga nai —dijo Maya con ironía.
No hay otra elección. Por supuesto que había elección. Pero ella parecía satisfecha con la perspectiva de un nuevo proyecto, y también Nadia. Y los otros parecían aliviados por tener la oportunidad de permanecer juntos y escondidos. Los issei, comprendió Nirgal de pronto, temían quedar al descubierto. Se reclinó en la silla, pensativo, y recordó las ciudades abiertas que había visitado con Coyote.
Emplearon mangueras de vapor alimentadas por el Rickover para abrir dos túneles, uno hacia el hangar y otro, más largo, que se adentraba en el casquete, hasta que la capa de hielo sobre él alcanzó los trescientos metros de grosor. Después empezaron a sublimar una nueva caverna de cúpula circular y excavaron el lecho de lago poco profundo. La mayor parte del CO2 fue capturado, refrigerado a la temperatura exterior y liberado. Separaron el oxígeno y el carbono del resto y lo almacenaron.
Arrancaron de raíz los grandes bambúes de la nieve y los transportaron en camión hasta la nueva caverna, dejando un reguero de hojas a lo largo del túnel. Desmontaron los edificios de la aldea y los volvieron a montar en sus nuevos emplazamientos. Los bulldozer y los camiones robot trabajaron día y noche para cargar la arena de las dunas y transportarla hasta el nuevo hogar: contenía demasiada biomasa (incluyendo a Simón) para dejarla atrás. En verdad, iban a llevarse todo lo que contenía la concha de Zigoto. Cuando las obras concluyeron, la vieja caverna no era más que una burbuja vacía en el corazón del casquete polar, hielo arenoso encima, arena helada debajo, y el aire del interior era la atmósfera marciana, 170 milibares compuestos principalmente de dióxido de carbono a 240 grados Kelvin. Un veneno tenue.
Tiempo después Nirgal acompañó a Peter en una visita a la vieja casa. Se le encogió el corazón al ver el único hogar que había conocido reducido a una simple cáscara: el hielo de la cúpula estaba cuarteado, la arena, desparramada; en el suelo, los agujeros de los cimientos se abrían como heridas horribles; el lecho del lago estaba desnudo, sin algas. El lugar parecía minúsculo y desordenado, la guarida de algún animal desesperado. Topos en un agujero, había dicho Coyote. Escondiéndose de los buitres.
—Vamonos —dijo Peter con tristeza, y caminaron por el largo túnel desnudo y mal iluminado que conducía a la nueva cúpula, el camino de asfalto que Nadia había construido, surcado ahora por mil huellas.
La nueva cúpula tenía una distribución diferente de la primera: la aldea estaba en el lado opuesto a la entrada, cerca de un túnel de emergencia que corría bajo el hielo hasta una salida en la cabecera de Chasma Australis. Los invernaderos se instalaron cerca de las luces de perímetro, y las dunas eran más altas. La maquinaria climatológica estaba justo al lado del Rickover. Los pequeños cambios eran innumerables y evitaban que aquél fuese una réplica del antiguo hogar. Y había tanto trabajo pendiente que no quedaba tiempo para lamentarse. Los robots versátiles no bastaban. Las clases de la mañana se habían suspendido desde el accidente, y los chicos formaban un equipo de apoyo que trabajaba con quien los necesitase. Algunos adultos intentaban convertir el trabajo en una lección —sobre todo Hiroko y Nadia— pero no había tiempo que perder y además eran trabajos sencillos que no requerían explicación, como apretar los módulos de las paredes con llaves Allen, trasladar planteles y tinajas de algas en los invernaderos, y así por el estilo.
Inmerso en la actividad, Nirgal era feliz la mayor parte del tiempo. Sin embargo, cierto día, al salir de la escuela y ver el edificio del comedor en vez de los grandes troncos del Creciente Guardería, se detuvo como herido por el rayo. El viejo mundo familiar había desaparecido para siempre. Así trabajaba el tiempo. Experimentó una dolorosa sensación de pérdida y se le llenaron los ojos de lágrimas. Todo aquel día anduvo aturdido y distante, viendo las cosas despojado de toda emoción, aislado como después de la muerte de Simón, exiliado en el mundo blanco más allá del mundo verde. No sabía si alguna vez podría librarse de esa melancolía. Los días de su niñez habían terminado, igual que Zigoto, y nunca volverían. Y ese día terminaría y se borraría también, esa cúpula se sublimaría poco a poco y acabaría por resquebrajarse. Nada perduraría. Entonces, ¿que sentido tenía todo? La pregunta lo atormentaba y le arrebataba el color y el sabor a todas las cosas. Hiroko advirtió su abatimiento y le preguntó qué le ocurría.
—¿Por qué hacemos todo esto, Hiroko? ¿Por qué nos molestamos en hacerlo si al fin todo acaba siendo blanco, sin importar cuánto nos esforcemos? —dijo Nirgal.
Uno podía preguntárselo todo a Hiroko, incluso lo trascendental. Ella lo miró con la cabeza inclinada a un lado, como un pájaro, y Nirgal pensó que aquella postura delataba el afecto que Hiroko sentía por él. No podía asegurarlo, sin embargo: cuanto mayor era, menos entendía a Hiroko y al mundo.
—Es triste que el viejo hogar haya desaparecido —dijo ella—. Pero tenemos que pensar en lo venidero. Eso también es viriditas: concentrarse no en lo que hemos creado, sino en lo que crearemos. La cúpula era como una flor que se marchita y muere, pero que lleva en ella la semilla de una nueva planta, que al crecer da nuevas flores y semillas. El pasado se ha ido, y pensar en el sólo te procurará tristeza. ¡Vaya, hace mucho tiempo yo fui una jovencita en el Japón, en la isla de Hokkaido! ¡Sí, tan joven como tú! Y no puedes imaginar cuánto tiempo hace de eso. Pero aquí estamos ahora, tú y yo, rodeados de estas plantas y estas gentes, si piensas en ellas y en cómo ayudarlas a crecer y medrar otra vez, sientes el kami que llena todas las cosas, y eso es todo lo que necesitas. Nosotros sólo podemos vivir el momento.
—¿Y el pasado? Ella rió.
—Vaya, estás creciendo, Nirgal. Bien, tienes que recordar el pasado de cuando en cuando. Fueron años buenos, ¿no es cierto? Tuviste una infancia feliz, y eso es una bendición. Pero también los días que estamos viviendo son buenos.
Se hicieron los preparativos para el viaje con Coyote y continuaron trabajando en el nuevo Zigoto, al que informalmente habían bautizado Gameto. Por las noches, en el viejo comedor trasladado, los adultos discutían largo y tendido sobre la situación. Sax, Vlad y Ursula, entre otros, querían volver a la superficie. En los refugios ocultos no podían desarrollar su trabajo de investigación de forma adecuada; querían volver a sumergirse en la corriente de la ciencia médica, de la terraformación, de la construcción.
—Nunca podremos disfrazarnos —señaló Hiroko—. Nadie puede cambiarse el genoma.
—No es el genoma lo que tenemos que cambiar, sino los archivos — dijo Sax—. Eso es lo que ha hecho Spencer. Ha introducido sus características físicas en un nuevo archivo de identidad.
—Y le alteramos las facciones con cirugía plástica —dijo Vlad.
—Sí, pero los cambios fueron mínimos debido a la edad. Ninguno de nosotros tiene el mismo aspecto. De todos modos, si se deciden por eso, les daremos nuevas identidades.
—¿De verdad que Spencer entró en todos los archivos? —preguntó Maya.
—El se quedó en Cairo —dijo Sax—, y tuvo la oportunidad de entrar en algunos archivos que ahora utilizan los de seguridad, eso bastó. Yo intentaré hacer algo parecido. Esperemos a ver qué dice Coyote sobre el asunto. Él no está en ningún archivo, así que seguramente sabe cómo hacerlo.