—Hace frío —le dijo a Nadia—. Me arden las orejas. Siento el viento en los ojos, en la cara.
—¿Cuánto duran los filtros? —le preguntó Nadia a Sax, casi gritando para asegurarse de que la oyera.
—Cien horas.
—Es lástima que haya que exhalar a través de ellos. Eso añade mucho más CO2 al nitro.
—Sí, pero no he encontrado forma de evitarlo.
Estaban en la superficie de Marte con las cabezas descubiertas, respirando el aire con el auxilio de unas simples mascarillas. El aire era tenue pero no se sentía mareada. El elevado porcentaje de oxígeno compensaba la baja presión atmosférica. Era la presión parcial del oxígeno lo que importaba.
—¿Es la primera vez que alguien hace esto? —preguntó Zeyk.
—No —dijo Sax—. Las usamos mucho en Da Vinci.
—¡Qué maravilla! ¡No hace tanto frío como yo pensaba!
—Y si caminas a buen paso —dijo Sax— entrarás en calor.
Caminaron por los alrededores un rato, moviéndose con precaución en la oscuridad. Hacía mucho frío, dijera lo que dijera Zeyk.
—Deberíamos regresar —propuso Nadia.
—Tendrías que quedarte a ver el amanecer —dijo Sax—. Es muy hermoso sin los cascos.
Sorprendida de escuchar ese comentario en boca de él, Nadia repuso:
—Ya tendremos ocasión de ver otros amaneceres. En estos momentos quedan muchas cosas por discutir. Además, hace frío.
—Es agradable —protestó Sax—. Mira, eso es col Kerguelen. Y eso de ahí arenaria. —Se arrodilló y apartó una hoja vellosa para mostrarles la diminuta flor blanca que ocultaba, apenas visible en las primeras luces del alba.
Nadia lo miró.
—Volvamos —dijo. Y volvieron.
Se quitaron las máscaras y entraron en los vestuarios restregándose los ojos y soplándose las manos enguantadas.
—¡No hacía tanto frío! ¡El sabor del aire era dulce!
Nadia se quitó los guantes y se tocó la nariz. La carne estaba helada pero no tenía la palidez de la incipiente congelación. Miró a Sax, en cuyos ojos brillaba una expresión salvaje insólita en él… una visión extraña y conmovedora. Todos parecían excitados, rebosantes de alegría, quizás acentuada por el contrapunto de la peligrosa situación de Burroughs.
—Llevo años intentando elevar los niveles de oxígeno —le decía Sax a Nazik, Spencer y Steve.
—Pensaba que sólo era para avivar el incendio de Kasei Vallis —dijo Spencer.
—Oh, no. Una vez que consigues una cierta proporción de oxígeno, que el fuego arda o no depende de la sequedad de los materiales a quemar. No, esto era para elevar la presión parcial del oxígeno de manera que animales y personas puedan respirar. Si consiguiéramos reducir los niveles de dióxido de carbono…
—¿Entonces habéis fabricado máscaras para los animales?
Todos rieron. Fueron a la sala de descanso y Zeyk preparó café mientras comentaban el paseo y se tocaban las mejillas unos a otros para comparar el frío.
—¿Cómo sacaremos a la gente de la ciudad? —le preguntó Nadia a Sax de pronto—. ¿Y si las fuerzas de seguridad mantienen las puertas cerradas?
—Rasgaremos la tienda —contestó él—. Tendremos que hacerlo de todos modos para que la gente salga más deprisa. Pero no creo que bloqueen las puertas.
—Van todos hacia el puerto espacial —gritó alguien—. Las fuerzas de seguridad están tomando el metro para el puerto espacial. Abandonan el barco, los bastardos. Y Michel dice que la estación de trenes… ¡Han inutilizado la Estación Sur!
Esto provocó un alboroto. En medio de él Nadia le dijo a Sax:
—Expliquemos el plan a Hunt Mesa y vayamos allá para distribuir las máscaras.
Sax asintió.
Comunicaron el plan de evacuación rápidamente a toda la población de Burroughs a través de Mangalavid y los ordenadores de muñeca mientras viajaban en una gran caravana desde Du Martheray hasta una cadena de colinas bajas al sudoeste de la ciudad. Poco después de que los alcanzaran los dos aviones que transportaban las mascarillas desde Da Vinci sobrevolaron Syrtis y aterrizaron en un área despejada de las llanuras que se extendían ante el muro occidental de la ciudad. Al otro lado de Burroughs, los observadores apostados en la cima de Double Decker Butte informaron de que habían avistado la riada avanzando por el nordeste: agua parda salpicada de hielo que se precipitaba por el pliegue profundo que dentro de la ciudad ocupaba el Parque del Canal. Y las noticias sobre la Estación Sur resultaron ser ciertas: habían inutilizado las pistas volando el generador de inducción lineal. Nadie sabía quiénes eran los autores, pero hecho estaba y los trenes habían quedado inmovilizados. Por eso, cuando los beduinos llevaron las máscaras a las puertas Oeste, Sudoeste y Sur encontraron multitudes congregadas frente a ellas, todos con trajes de superficie con filamentos calefactores o con las ropas más abrigadas de que disponían… no precisamente idóneas para lo que se avecinaba, pensó Nadia mientras distribuía máscaras en la puerta Sudoeste. En los últimos tiempos la mayoría de los habitantes de Burroughs salían tan raramente a la superficie que cuando lo hacían alquilaban los trajes. Pero no había suficientes trajes para todos y tendrían que arreglarse con los abrigos de ciudad, que eran bastante livianos y no contaban con protección para la cabeza. En el mensaje que se había difundido se recomendaba vestirse para resistir 255°K y por eso casi todo el mundo llevaba varias capas de ropa y parecía muy grueso.
Las anchas puertas permitían la salida de quinientas personas cada cinco minutos, pero con toda una ciudad por evacuar no era ni mucho menos suficiente. Las máscaras se habían distribuido ya y era poco probable que a alguien le hubiese pasado desapercibida la situación de emergencia en la ciudad. Por tanto Nadia propuso rasgar la tienda para que la gente saliera más deprisa. Y todos estuvieron de acuerdo.
Apareció Nirgal, deslizándose entre la multitud como Mercurio con un recado urgente, sonriendo y saludando a todo el mundo, a la gente que quería abrazarlo o estrecharle la mano o simplemente tocarlo.
—Voy a rasgar la tienda —le dijo Nadia—. Todos tienen máscaras y es preciso que salgamos más deprisa de lo que las puertas permiten.
—Buena idea —dijo él—. Deja que lo anuncie.
Dio un salto de tres metros, se agarró a un remate del arco de hormigón de la puerta y se aupó hasta quedar en equilibrio sobre una banda de tres centímetros de ancho. Activó el pequeño altavoz portátil que llevaba y dijo:
—¡Atención, por favor!… Vamos a rasgar la tienda de la ciudad justo por encima del muro… Se originará una brisa, no muy fuerte… después de eso, la gente que está más cerca del muro saldrá primero, por supuesto… no hay necesidad de correr… cortaremos grandes secciones y la gente tendrá que salir en el espacio de media hora. Prepárense para el frío… será muy estimulante. Por favor, pónganse las máscaras y comprueben el sello, y el sello de quienes tengan al lado.
Miró a Nadia, que sacó una pequeña soldadora láser y la alzó sobre su cabeza para que Nirgal y la multitud pudieran verla.
—¿Todos preparados? —preguntó Nirgal por el altavoz. Toda la gente visible en aquella gran masa humana tenía una mascarilla cubriéndole la mitad inferior de la cara. —Parecen bandidos —les dijo Nirgal, y todos ellos rieron.— ¡Adelante! —exclamó, mirando a Nadia.
Y ella cortó la tienda.
Un comportamiento sensato de supervivencia es casi tan contagioso como el pánico, y la evacuación fue rápida y ordenada. Nadia cortó unos doscientos metros de tienda por encima del muro de hormigón y la presión del interior originó una corriente de aire hacia el exterior que mantuvo las capas transparentes de la tienda levantadas, de manera que la gente pudo pasar sobre el muro de un metro de altura sin tener que lidiar con ellas. Otros cortaron la tienda cerca de las otras dos puertas, y más o menos en el tiempo que se tarda en vaciar un gran estadio la población de Burroughs estuvo fuera de la ciudad y expuesta al frío matinal de Isidis. Presión: 350 milibares, temperatura: 261° Kelvin, es decir, —12° Celsius.