La atención volvió a la ciudad, ya que el agua había abierto una brecha en la parte oriental del muro y en la Puerta Sudoeste corría sobre el remate en el punto donde habían cortado el material de la tienda. Poco después inundó Princess Park, el Parque del Canal y Niederdorf, dividiendo la ciudad en dos, y subió lentamente por los bulevares laterales, cubriendo los tejados de la parte baja de la ciudad.
Entonces uno de los reactores apareció volando sobre la meseta, dando la sensación de que era demasiado lento para volar, como ocurre siempre con los aviones grandes cuando vuelan a poca altura. Había despegado en dirección sur, de modo que para los espectadores creció y creció sin que pareciera ganar velocidad, hasta que el rumor sordo de sus ocho motores los alcanzó y el avión voló sobre ellos con la lentitud de un abejorro. Mientras se alejaba pesadamente hacia el oeste, apareció el siguiente, pasó sobre la ciudad cubierta de agua y luego sobre ellos y se perdió en el oeste. Y lo mismo ocurrió con los restantes, todos con el mismo aspecto reñido con la aerodinámica, hasta que el último desapareció en el horizonte.
Marcharon más rápido. Los más fuertes se adelantaron. Era importante empezar a embarcar a la gente en los trenes en Libia lo antes posible, y todos lo sabían. Los trenes estaban llegando de todas partes, pero la estación era pequeña y tenía pocas vías, de modo que la coreografía de la evacuación sería compleja. Eran las cinco de la tarde, el sol empezaba a hundirse detrás de la pendiente de Syrtis y la temperatura caía en picado. La columna se estiraba a medida que los caminantes más rápidos, nativos y recién llegados sobre todo, apretaban el paso. La gente de los rovers informó que tenía varios kilómetros de largo y que continuaba alargándose. Recorrían la columna recogiendo gente y dejándola más adelante. Todos los cascos y trajes disponibles estaban siendo usados. Coyote apareció en la escena viniendo desde el dique, y al verlo Nadia sospechó de pronto que él estaba detrás de la voladura del dique. Pero después de saludarla alegremente por el ordenador de muñeca y de preguntarle cómo iban las cosas, Coyote regresó a la ciudad.
—Pide a los de Fossa Sur que envíen un dirigible a sobrevolar la ciudad —sugirió— por si alguien ha quedado atrapado y se ha refugiado en la cima de las mesas. Hay gente que duerme de día, y cuando se despierten se van a llevar una buena sorpresa.
Soltó una carcajada salvaje, pero tenía razón y Art hizo la llamada. Nadia caminaba en la retaguardia, con Maya, Sax y Art, escuchando los informes que llegaban. Ordenó que los rovers circularan por la pista inutilizada para no levantar polvo. Intentó ignorar que estaba cansada. Era más falta de sueño que fatiga muscular, pero iba a ser una noche larga, y no sólo para ella. Muchos habitantes de la ciudad ya no estaban acostumbrados a andar grandes distancias. A ella le ocurría lo mismo a pesar de que recorría las obras a pie y no trabajaba sentada a una mesa de oficina como la mayoría. Por fortuna estaban siguiendo una pista y podían caminar sobre la superficie regular si querían, entre los raíles de suspensión y el de reacción que corría por el centro. La mayoría prefirió seguir por las carreteras de hormigón o grava paralelas a la pista.
Salir de Isidis Planitia en cualquier dirección que no fuese el norte significaba marchar cuesta arriba. La Estación Libia estaba unos setecientos metros por encima de Burroughs, una diferencia de nivel nada desdeñable; pero afortunadamente la pendiente iba elevándose de forma gradual a lo largo de los setenta kilómetros y no había tramos muy escarpados.
—Nos ayudará a mantenernos calientes —murmuró Sax cuando Nadia lo comentó.
El día avanzó y las sombras alargadas de los caminantes se proyectaron hacia el este, como si fueran de gigantes. A sus espaldas las mesas de la ciudad inundada, oscura y vacía, fueron desapareciendo una tras otra, y finalmente Double Decker Butte y Moeris Mesa se hundieron en el horizonte. Las sombras pardas de Isidis se hicieron más intensas y el cielo se oscureció sobre el horizonte mientras el ardiente sol bajaba, y los caminantes avanzaban lentamente por aquel mundo rojizo como un ejército maltrecho en retirada.
Nadia conectaba con Mangalavid de cuando en cuando, y las noticias sobre el resto del planeta la tranquilizaron. Todas las ciudades importantes estaban en manos del movimiento de independencia. El laberinto de Sabishii había proporcionado refugio a los sobrevivientes del incendio que aún no había sido sofocado del todo. Nadia habló con Nanao y Etsu mientras caminaba. La pequeña imagen de Nanao en su muñeca revelaba el agotamiento del hombre y Nadia le dijo que se sentía muy apesadumbrada porque las dos ciudades más grandes de Marte habían sido destruidas, Sabishii incendiada, Burroughs inundada.
—No, no —dijo Nanao—. Las reconstruiremos. Sabishii está en nuestro espíritu.
Habían enviado todos los trenes salvados del fuego hacia Libia, como muchas otras ciudades. Las más cercanas enviaban también dirigibles y aviones. Los dirigibles podrían ayudarlos durante la marcha nocturna. Y más importante sería el agua que traerían con ellos, puesto que la deshidratación en la noche fría y superárida sería el peor enemigo. Nadia ya tenía la garganta reseca y bebió con agradecimiento la taza de agua caliente que le tendieron desde un rover. Alzó la máscara y bebió rápidamente.
—¡Ultima ronda! —anunció la mujer que distribuía el agua—. Sólo nos queda para otras cien personas.
Un mensaje de índole distinta les llegó de Fossa Sur. Varios campamentos mineros alrededor de Elysium se habían declarado independientes tanto de las metanacionales como del movimiento Marte Libre y habían exigido que los dejaran en paz. Algunas estaciones ocupadas por los rojos habían hecho lo mismo. Nadia soltó un bufido.
—Bien —le dijo a la gente de Fossa Sur—. Envíenles una copia de la Declaración de Dorsa Brevia y que la estudien. Si se comprometen a respetar lo acordado acerca de los derechos humanos, no hay razón para molestarlos.
El sol se puso. El largo atardecer siguió lentamente su curso.
El crepúsculo purpúreo teñía el aire neblinoso cuando un rover roca se acercó por el este y se detuvo delante del grupo de Nadia. Unas figuras con máscaras y capuchas se apearon y caminaron hacia ellos. Por la silueta Nadia reconoció a la que encabezaba el grupo: era Ann, alta y delgada, que venía hacia ella, distinguiéndola entre el gentío sin vacilación a pesar de la falta de luz. Así se reconocían los Primeros Cien…
Nadia miró a su vieja amiga. Ann parpadeaba a causa del repentino frío.
—No fuimos nosotros —dijo Ann bruscamente—. La unidad de Armscor se presentó con rovers blindados y hubo una batalla. Kasei temía que si recuperaban el dique eso los animaría a recuperar todo el planeta. Seguramente tenía razón.
—¿Se encuentra bien?
—No lo sé. Murieron muchos en el dique. Y muchos tuvieron que escapar de la inundación subiendo a Syrtis.
Allí estaba, sombría, sin muestras de arrepentimiento. Nadia se maravilló de que pudiesen leerse tantas cosas en una silueta, una figura oscura recortada contra las estrellas. La caída de los hombros, tal vez. La inclinación de la cabeza.
—Continuemos, entonces —dijo Nadia. No se le ocurría qué más decir en esa circunstancia. El hecho de haber colocado explosivos en el dique…