Todos rieron.
—Eso no cuenta —objetó Maya—. No fue todo el cuerpo.
Se veían menos estrellas ahora. Al principio Nadia lo atribuyó al polvo o a sus ojos irritados. Pero entonces miró su ordenador de muñeca y vio que casi eran las cinco de la madrugada. Pronto amanecería. Y Libia se encontraba a pocos kilómetros. Estaban a 256° Kelvin.
Llegaron con la salida del sol. Estaban distribuyendo tazas de té caliente que olían a ambrosia. La estación estaba atestada y rodeada de miles de personas. Pero la evacuación se había llevado a cabo de manera fluida hasta el momento, organizada por Ursula, Vlad y un grupo de bogdanovistas. Los trenes llegaban por las tres pistas del sudeste y el oeste, cargaban y partían. Y los dirigibles flotaban en el horizonte. La población de Burroughs se dispersaría: algunos irían a Elysium y otros a Hellas, y más al sur, a Hiranyagarbha y Christianopolis, y otros a las pequeñas ciudades en el camino a Sheffield, incluyendo la Colina Subterránea.
Esperaron su turno. Con la luz del alba advirtieron que todo el mundo tenía los ojos muy enrojecidos, lo que unido a las máscaras apelmazadas cubriéndoles la boca les daba un aspecto salvaje. Evidentemente habría que tener en cuenta las gafas de motorista para futuros paseos por el exterior.
Finalmente Zeyk y Marina escoltaron a los últimos peregrinos a la estación. A esas alturas ya se había constituido un buen grupo de los Primeros Cien —el magnetismo que siempre los reunía en los momentos de crisis—: Maya, Michel, Nadia, Sax, Ann, Vlad, Ursula, Marina, Spencer, Ivana, el Coyote…
Jackie y Nirgal guiaban a la gente hasta los trenes, agitando los brazos como directores de orquesta y ayudando a aquellos cuyas piernas flaqueaban. Los Primeros Cien fueron juntos hasta el andén. Maya ignoró a Jackie al pasar junto a ella y subió al tren. Nadia lo hizo a continuación, y luego los demás. Recorrieron el pasillo entre rostros felices de dos colores, marrón de polvo arriba, blanco alrededor de la boca. Había algunas máscaras sucias en el suelo, pero la mayoría de la gente conservaba la suya en las manos.
Las pantallas en la parte frontal de los vagones mostraban las imágenes de Burroughs desde un dirigible: la ciudad era esa mañana un mar de agua cubierto de hielo y salpicado de manchas oscuras. Sobre ese nuevo mar se levantaban las nueve mesas de la ciudad como islas de paredes escarpadas, aunque no muy altas; los jardines de las cimas y las ventanas contrastaban extrañamente con el sucio hielo quebrado.
Nadia y el resto de los Primeros Cien siguieron a Maya hasta el último vagón. Maya se volvió, y al verlos a todos allí dijo:
—Caramba, ¿es que éste va a la Colina Subterránea?
—A Odessa —dijo Sax. Ella sonrió.
Los ocupantes del vagón se trasladaron adelante para dejarles el fondo, y ellos les agradecieron la cortesía y se sentaron. Poco después todo el tren estaba lleno. Los pasillos rebosaban de gente. Vlad dijo algo acerca de que el capitán es el último en abandonar el barco que se hunde. El comentario le pareció deprimente a Nadia. Se sentía verdaderamente exhausta y ya ni siquiera recordaba cuánto hacía que no dormía. Le gustaba Burroughs y había invertido una cantidad ingente de tiempo en su construcción… Recordó lo que Nanao había dicho a propósito de Sabishii. Burroughs también estaba en su espíritu. Quizá cuando la costa del nuevo océano se estabilizara podrían reconstruirla en otro lugar. Y en cuanto al presente, Ann estaba sentada en el otro extremo del vagón y Coyote avanzaba hacia ellos por el pasillo; se detuvo para pegar la cara al cristal y levantar el pulgar en dirección a Jackie y Nirgal, todavía fuera, que luego subieron a los primeros vagones. Michel se reía de algo que había dicho Maya, y Ursula, Marina, Vlad, Spencer… Todos los que formaban la familia de Nadia estaban junto a ella, sanos y salvos, al menos por el momento. Y el momento era todo lo que tenían… Se hundió en el asiento. Estaría dormida en cuestión de minutos, lo sentía en los ojos ardientes y secos. El tren empezó a moverse.
Sax permanecía atento a su pantalla de muñeca y Nadia le preguntó soñolienta:
—¿Qué ocurre en la Tierra?
—El nivel del mar continúa subiendo. Ya alcanza los cuatro metros. Parece que las metanacionales han dejado de pelearse, al menos por el momento. El Tribunal Mundial ha decretado un alto el fuego. Praxis ha volcado todos sus recursos en paliar los efectos de la inundación y al parecer algunas metanacionales han seguido su ejemplo. La Asamblea General de las Naciones Unidas se ha reunido en Ciudad de México y la India ha reconocido que firmó un tratado con un gobierno marciano independiente.
—Eso es un pacto con el diablo —dijo Coyote desde el otro lado del compartimiento—. India y China son demasiado grandes para nosotros. Esperen y verán.
—¿Entonces ya no se lucha allá abajo? —preguntó Nadia.
—No está demasiado claro que vaya a ser permanente —dijo Sax.
—Nada es permanente —replicó Maya. Sax se encogió de hombros.
—Necesitamos formar un gobierno —continuó Maya—, y deprisa, para presentar un frente unido ante la Tierra. Cuanto más organizados parezcamos, menos probable será que vengan a atacarnos.
—Vendrán —dijo Coyote desde la ventana.
—No si les demostramos todo lo que pueden conseguir de nosotros por las buenas —dijo Maya, irritada por la actitud de Coyote—. Eso los detendrá.
—Vendrán de todas maneras.
—Nunca estaremos fuera de peligro a menos que la Tierra se serene y se estabilice —dijo Sax.
—La Tierra no se estabilizará nunca —replicó Coyote. Sax volvió a encogerse de hombros.
—¡Somos nosotros los que tenemos que estabilizarla! —exclamó Maya, amenazando con un dedo a Coyote—. ¡Por el bien de todos! ¡Por nuestro propio bien!
—Areoformaremos la Tierra —dijo Michel con su sonrisa irónica.
—Pues claro, ¿por qué no? —dijo Maya—. Si es lo que se necesita. Michel se inclinó y le besó la mejilla polvorienta.
Coyote meneó la cabeza.
—Eso es como pretender mover el mundo sin un fulcro —dijo.
—El fulcro está en nuestras mentes —declaró Maya para sorpresa de Nadia.
Marina, que también estaba atenta a su ordenador de muñeca, anunció:
—Las fuerzas de seguridad aún controlan Clarke y el cable. Peter dice que se han retirado de Sheffield y que sólo ocupan el Enchufe. Y alguien…
¡ey!, parece que han visto a Hiroko en Hiranyagarbha. Permanecieron en silencio.
—Conseguí los informes de la UNTA sobre el ataque de Sabishii —dijo Coyote después de un rato—, y no mencionaban a Hiroko ni a nadie de su grupo. No creo que los capturasen.
—Lo que está escrito no guarda relación con lo que ocurrió —dijo Maya con expresión lúgubre.
—En sánscrito —recordó Marina— Hiranyagarbha significa «el embrión de oro».
Nadia se sintió acongojada. Aparece otra vez, Hiroko, vuelve, rogó para sus adentros. Aparece, maldita seas, por favor. La expresión de Michel le oprimía el corazón. Toda su familia había desaparecido…