—Todavía no es seguro que dominemos todo el planeta —dijo Nadia para distraerlo, y lo miró a los ojos—. No pudimos ponernos de acuerdo en Dorsa Brevia, ¿por qué íbamos a estarlo ahora?
—Porque somos libres —replicó Michel, recobrándose—. Y ahora de verdad. Somos libres para intentarlo. Y uno sólo pone todas sus fuerzas en algo cuando sabe que no hay marcha atrás.
El tren redujo la velocidad para cruzar la pista ecuatorial y los pasajeros se balancearon con él.
—Hay algunos rojos volando las estaciones de bombeo de Vastitas — dijo Coyote—. No creo que se pueda llegar con facilidad a un acuerdo sobre la terraformación.
—Eso seguro —dijo Ann con voz ronca. Se aclaró la garganta—. Nos desembarazamos también de la soletta.
Y echó una mirada furiosa a Sax, pero éste se limitó a encogerse de hombros.
—Ecopoyesis —dijo—. Ya hemos conseguido una biosfera. Es cuanto necesitamos. Un mundo hermoso.
El paisaje quebrado iluminado por la desnuda luz de la mañana fría pasaba velozmente ante las ventanillas. Los innumerables macizos de hierba, musgo y líquenes que asomaban entre las rocas daban una coloración caqui a las pendientes de Tyrrhena. Los pasajeros las contemplaron en silencio. Nadia se sentía embotada pero trataba de ordenar sus pensamientos, de evitar que todo se confundiera con la maraña de colores del exterior…
Recorrió el vagón con la mirada y algo en su interior cambió. Aún tenía los ojos secos y doloridos, pero ya no tenia sueño. La tensión de su estómago cedió por primera vez desde que empezara la revolución y respiró libremente. Miró los rostros de sus amigos: Ann todavía enfadada con ella, Maya enfadada con Coyote, todos cansados y sucios, con los ojos enrojecidos como si fueran el pequeño pueblo rojo, los iris como piedras semipreciosas brillando en monturas de sangre. Y se oyó decir:
—Arkadi se sentiría orgulloso.
Los demás la miraron sorprendidos, porque Nadia nunca hablaba de él.
—Y también Simón —dijo Ann.
—Y Alex. Y Sasha. Y Tatiana…
—Y todos nuestros compañeros ausentes —añadió Michel, antes de que la lista se alargara más.
—Pero no Frank —dijo Maya—. Frank estaría furioso por una u otra razón.
Todos rieron y Coyote dijo:
—Y nosotros te tenemos a ti para mantener la tradición, ¿no es así?
—Y rieron aún más cuando ella lo amenazó agitando un dedo furioso.
—¿Y John? —preguntó Michel inmovilizándole el brazo y mirándola. Ella liberó el brazo y siguió amenazando a Coyote con el dedo.
—¡John no andaría lamentándose ni se despediría de la Tierra como si pudiésemos continuar sin ella! ¡John Boone estaría entusiasmado en un momento como éste!
—Deberíamos recordarlo —dijo Michel—. Deberíamos tratar de pensar en lo que él haría ahora.
Coyote sonrió.
—Recorrería el tren de arriba abajo pasándoselo en grande. Todo el viaje hasta Odessa sería una fiesta. Música y baile por todas partes.
Se miraron unos a otros.
—¿Y bien? —dijo Michel.
Coyote señaló los vagones de cabeza.
—La verdad es que no suena como si necesitaran nuestra ayuda.
—No importa —dijo Michel. Y echaron a andar hacia la parte delantera del tren.
Agradecimientos
A Lou Aronica, Víctor R. Baker, Paul Birch, Donald Blankenship, Michael H. Carr, Peter Ceresole, Robert Craddock, Martyn Fogg, Jennifer Hershey, Fredric Jameson, Jane Johnson, Damon Knight, Alexander Korzhenevski, Christopher McKay, Beth Meacham, Rick Miller, Lisa Nowell, Stephen Pyne, Gary Snyder, Lucius Shepard, Ralph Vincinanza y Tom Whitmore.
Y muy especialmente, de nuevo, a Charles Sheffield.