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Pasaron el resto de la tarde jugando a los «Tres Cuartos» metidos de lleno en el mercado de productos y los argumentos de las telenovelas. Cuando terminaron, Fort los invitó a una barbacoa en la playa.

Fueron a sus habitaciones, se pusieron las cazadoras y bajaron por el sendero en medio del resplandor del sol. En la playa, al abrigo de una duna, ardía una gran hoguera atendida por los jóvenes estudiantes. Mientras se sentaban en unas mantas alrededor de la hoguera, vieron a doce de los Inmortales descender del aire y correr por la arena abatiendo las alas. Se bajaron las cremalleras de los trajes y se apartaron los bellos mojados de la cara, charlando animadamente sobre el viento. Se ayudaron a despojarse de las largas alas y se quedaron en bañador, temblando, con la piel de gallina: pájaros centenarios que extendían unos brazos enjutos hacía el fuego, las mujeres tan musculosas como los hombres, los rostros surcados por las arrugas de millones de años de mirar el sol con los ojos entrecerrados y de reír alrededor del fuego. Art observó a Fort bromeando con sus viejos camaradas mientras se secaban con las toallas. ¡La vida secreta de los ricos y famosos! Comieron perritos calientes y bebieron cerveza. Luego aquellos aviadores se ocultaron detrás de una duna y poco después regresaron vestidos con pantalones y chándals, contentos de estar junto al fuego otra vez, peinándose el cabello mojado. El crepúsculo avanzaba con rapidez y la brisa marina era salobre y fría. Las llamas anaranjadas danzaban al viento y luces y sombras jugueteaban en el rostro simiesco de Fort. Como había dicho Sam, no parecía ni un día mayor de ochenta años.

Fort se sentó entre sus siete huéspedes, que no se separaban nunca, y mirando las brasas empezó a hablar. Al otro lado de la hoguera, los demás continuaron con sus conversaciones, pero sus invitados se acercaron más a él para oírlo por encima del viento, las olas y el chisporroteo de la madera, sintiéndose desnudos sin los atriles en los regazos.

—No se puede obligar a nadie a hacer las cosas —dijo Fort—. Uno mismo tiene que cambiar. Entonces la gente puede ver, y escoger. En ecología tienen lo que llaman principio fundador. La población de una isla empieza con un reducido número de pobladores, de modo que sólo tienen una pequeña fracción de los genes de la población parental. Ése es el primer paso hacia la especialización. Creo que ahora necesitamos una nueva especie, económicamente hablando, por supuesto. Y Praxis es la isla. La manera en que la estructuramos es una especie de manipulación de los genes hasta que llegamos a ella. No tenemos ninguna obligación de acatar las leyes en vigencia. Nosotros podemos formar una nueva especie. Que no sea feudal. La propiedad y la toma de decisiones son colectivas, y luego tenemos una política de acción constructiva. Nuestro objetivo es un estado corporativo similar al estado cívico que funciona en Bolonia. Una especie de isla de comunismo democrático que pone en evidencia al capitalismo que la rodea y que propone una forma de vida mejor. ¿Creen ustedes que puede existir esa clase de democracia? Éste será el juego una de estas tardes.

—Lo que usted diga —dijo Sam, comentario que le valió una mirada de reprobación de Fort.

La mañana siguiente fue soleada y cálida, y Fort decidió que el tiempo era demasiado bueno para quedarse dentro. Así pues, bajaron a la playa y se acomodaron bajo un gran toldo cerca del foso de la hoguera, entre refrigeradores y hamacas. El océano tenía un azul intenso, y aunque había poco oleaje se veían algunos surfistas en la distancia. Fort se sentó en una de las hamacas y les soltó una conferencia sobre egoísmo y altruismo, tomando ejemplos de la economía, la sociología y la bioética. Llegó a la conclusión de que, estrictamente hablando, el altruismo no existía. Sólo era una forma de egoísmo previsor, un egoísmo que reconocía los costes reales del comportamiento y los pagaba para no acumular deudas. Una práctica económica muy acertada si se la dirigía y aplicaba de la manera apropiada. Para demostrar su teoría, Fort les propuso varios juegos, como «El dilema del prisionero» o «La tragedia de los comunes».

Al día siguiente volvieron a reunirse en el campamento de surf, y después de una errática charla sobre la simplicidad voluntaria, jugaron a lo que Fort llamaba «Marco Aurelio». Art disfrutó del juego tanto como los demás, y jugó bien. Pero las notas que tomaba eran cada día más escuetas. Las de ese día se redujeron a: Consumo — apetito — necesidades artificiales — necesidades reales — costes reales — ¡jergones de paja! Impacto medioambiental = población x apetito x eficiencia — en los trópicos los refrigeradores no son un lujo — refrigeradores comunitarios — casas frías — Sir Thomas Moore.

Esa noche comieron solos, y estaban tan cansados que apenas hubo conversación.

—Supongo que este lugar es un ejemplo de simplicidad voluntaria —observó Art.

—¿Incluye eso a los jóvenes becarios? —preguntó Max—. No he visto que los Inmortales se relacionen mucho con ellos.

—Se conforman sólo con mirar —declaró Sam—. Cuando uno llega a esa edad…

—Me pregunto cuanto tiempo piensan tenernos aquí —dijo Max—. Sólo llevamos una semana y ya estoy aburrido.

—Pues a mí me gusta —dijo Elisabeth—. Es muy relajante.

Art coincidía con ella. Había empezado a levantarse temprano todas las mañanas; uno de los estudiantes anunciaba el amanecer golpeando un bloque de madera con un gran mazo también de madera, en un intervalo decreciente que sacaba a Art del sueño: tock… tock… tock… tock… tock… tock. tock tock toc toc toc-toc-to-to-to-t-t-ttttttt. Después de eso, Art salía a la mañana húmeda y gris, poblada con el canto de los pájaros. Lo recibía invariablemente el rumor de las olas, como si tuviese unas conchas marinas contra las orejas. Cuando bajaba por el sendero siempre se encontraba con algunos Inmortales, charlando mientras trabajaban con azadones o podaderas, o sentados bajo el gran roble contemplando el océano. Fort era a menudo uno de ellos. Art paseaba durante la hora previa al desayuno sabiendo que pasaría el resto del día en una habitación cálida o en una playa cálida, hablando y jugando. ¿Era eso simplicidad? No estaba seguro. Pero desde luego era relajante; nunca había disfrutado así del tiempo.

Naturalmente, no se reducía sólo a eso. Como Sam y Max les recordaban de continuo, aquello era una especie de examen. Estaban siendo evaluados. Aquel anciano los observaba con atención, y quizá también lo hacían los Dieciocho Inmortales y los jóvenes estudiantes, los «aprendices», que empezaban a perfilarse ante los ojos de Art como verdaderos poderes, jóvenes brillantes que se ocupaban de muchas de las actividades cotidianas de la urbanización, y quizá de Praxis también, incluso en el máximo nivel, siguiendo probablemente las directrices de los Dieciocho. Después de escuchar las divagaciones de Fort, se daba cuenta de que era fácil caer en la tentación de dejarlo de lado cuando se llegaba a las cuestiones prácticas. Y las conversaciones alrededor del fregaplatos a veces tenían el tono de las discusiones entre hermanos sobre cómo tratar con unos padres incapacitados…

De todas formas, un examen: una noche Art fue a la cocina a por un pequeño vaso de leche antes de acostarse y pasó ante una habitación anexa al comedor. Un grupo de personas, jóvenes y viejas, estaban allí reunidas estudiando la grabación de una de las sesiones matinales con Fort. Art regresó a la habitación, cavilando.

Al día siguiente, Fort daba vueltas por la sala de conferencias como de costumbre.

—Las nuevas oportunidades de crecimiento ya no se encuentran en el crecimiento.

Sam y Max intercambiaron una mirada fugaz.

—Esto resume todas nuestras discusiones sobre la economía de mundo lleno. Por tanto, tenemos que identificar los nuevos mercados de no crecimiento e introducirnos en ellos. Recordemos que el capital natural puede dividirse en comercializable y no comercializable. El capital natural no comercializable es el sustrato del que se extrae todo capital comercializable. Dada su escasez y los beneficios que reporta, y de acuerdo con la teoría de la oferta y la demanda, sería lógico fijar su precio como infinito. Me interesa todo lo que tenga un precio teóricamente infinito. Es una inversión evidente. En esencia, se trata de invertir en infraestructuras, pero en el nivel biofísico más elemental. Infra— infraestructuras, por así decirlo, o bioinfraestructuras. Y eso es lo que quiero que empiece a hacer Praxis. Adquirimos en las liquidaciones bioinfraestructuras que se han agotado y las reconstruimos. Se trata de inversiones a largo plazo, pero los beneficios serán extraordinarios.